Israel vs. Hamas: preguntas de la guerra en Israel
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Con renovada violencia y crueldad, la guerra vuelve a hacerse presente en Medio Oriente. Han muerto, están muriendo muchísimos inocentes. La creciente espiral de violencia hunde sus raíces en la primera mitad del siglo 20. Las acciones y decisiones del Imperio Británico se encuentran en el origen de este dolorosísimo conflicto que difícilmente podremos comprender fuera de su contexto histórico.
Leo los diarios nacionales y extranjeros, y encuentro en ellos, una vez más, intentos de imponer visiones absolutas, excluyentes como única forma de entender e interpretar este conflicto. Estas visiones polares son muy típicas del dualismo en que suelen moverse los extremismos, a los que sólo importa imponer su verdad. Desde que el mundo es mundo, estos fundamentalismos han caracterizado prácticamente a todos los regímenes políticos que se sustentan en una u otra religión. De ello deriva la importancia de un auténtico Estado Laico, no me refiero al bananero que siempre nos quiso vender el PRI y ahora nos pregona Morena.
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Cualquier tipo de condena a las acciones de Hamas contra civiles inocentes te convierte automáticamente en enemigo del pueblo palestino. Cualquier condena o mínima reserva respecto a las acciones del Gobierno de Benjamín Netanyahu contra la población civil, igualmente inocente de la franja de Gaza, te convierte en antisemita.
Me he llevado severas reprimendas de parte de personas que simpatizan con una u otra causa, por compartir notas que considero interesantes, con las que puedo estar o no de acuerdo. Tratar de comprender es lo de menos, importa sólo definir si estás conmigo o contra mí.
Si lo que se busca son soluciones que pongan fin a la guerra, el ojo por ojo sólo agudiza un conflicto tan añejo, que discutir su origen acaba por resultar ocioso. Con gran tino lo describe, Charles Eisenstein: “El nombre de este demonio es venganza. Su morada, la firme creencia de ambos lados en poseer la verdad absoluta. Su némesis, el perdón”.
Ya que las opiniones sirven tan poco en este añejo conflicto, quizá valga la pena plantear algunas preguntas. Vayamos pues.
El Estado de Israel se precia de contar con uno de los mejores ejércitos del mundo, su servicio de inteligencia, el Mossad, es quizá el más prestigiado y temido. ¿Cómo no vieron venir el estallido? ¿Quince accesos a un territorio amurallado y ultraseguro? ¿Cientos de misiles que entraron a Gaza para ser usados en el ataque? ¿Dos horas sin responder a una masacre de cientos de personas inocentes, entre ellos familias y bebés que fueron degollados por Hamas? Conste que sólo son preguntas.
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, recién regresado al poder, encabezaba un gobierno que enfrentaba numerosos y peliagudos retos. Su enfrentamiento con la Corte Suprema de Israel llevó a miles de ciudadanos israelíes a las calles. El gobierno estadounidense de Biden marcaba su distancia cada que podía, y Trump le mandaba mensajes de desamor a su examigo. El feroz enemigo de los radicales palestinos se encontraba débil, y su debilidad provenía del interior de Israel, la batalla e interés de Netanyahu estaba en el frente doméstico.
¿Por qué decidió Hamas atacar a un enemigo distraído, precisamente cuando se encontraba debilitado? Sabían que su ataque generaría una reacción feroz. ¿Cómo explicar el esmero, cuidado y detalle de cada fotografía, de cada video, donde la crudeza cierra los espacios a la comprensión, la caridad, la misericordia o el deseo de paz?
¿Cómo lograron violar las medidas extremas de seguridad?, ¿quién les ayudó? Se requiere dinero, mucho dinero y organización. Hay preguntas que deben ser respondidas desde el interior de Israel, pero también desde fuera. ¿A quién beneficia esta situación tan extrema?, ¿Rusia, Irán, China? ¿Pierde Ucrania porque distrae la atención? ¿Se buscaba dinamitar los avanzados acuerdos de paz entre Israel y el resto del mundo árabe?
Ahora resulta que el débil gobierno de Netanyahu está más fuerte que nunca. Consiguió un gobierno de coalición con quienes, hace apenas una semana, pedían su renuncia. Los gobiernos de Biden y de la Unión Europea ya prometieron amor eterno y respaldo incondicional.
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¿Quién pierde? Los pueblos, los inocentes de ambos bandos. No olvidemos nunca esta diferencia fundamental: una cosa son los gobiernos y otra, muy otra, son los pueblos. Pierde el diálogo, pierde la paz y gana el odio. Yitzhak Rabin y Shimon Peres, Yasser Arafat y Mahmoud Abbas, hartos de muerte y violencia, dieron una oportunidad al diálogo, a la búsqueda de acuerdos para la paz.
Estos actores se aliaron con el perdón, vieron la paz en el horizonte. A Rabin, primer ministro israelí, lo asesinó un fanático judío de ultraderecha. Al tiempo, el partido de Arafat y Abbas, Fatah, perdió fuerza, especialmente en la franja de Gaza. Un grupo radical llamado Hamas se hizo con el control. Usó a la población civil como escudo humano. Su gobierno es autoritario, represivo y harto ineficiente. ¿Qué sigue?
Cierro con Enrique Krauze: “Para atenuar los odios teológicos se requieren profetas de paz, no de guerra. Escuchas que alcen la voz contra los errores de ambas partes. Testigos de la verdad, no de la propaganda”.
Facebook: Chuy Ramirez
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