Leyendas de vivos y muertos

Los desiertos del norte de Coahuila vieron a fray Juan Larios en sus ayunos y en sus penitencias. ¡Qué de hambres pasaba aquel dulce varón! A veces no comía más que hierbas y raíces; bebía agua que recogía del hueco de las peñas. Le servían de silicio las punzantes espinas de los breñales que le rasgaban las carnes a su paso.

Aventuras y desventuras afrontó para llevar la palabra de Dios a quienes no lo amaban por desconocerlo. Un día yendo en compañía de un grupo de indios convertidos, fue atacado por una tribu hostil en pie de guerra. Apresado fue el padre Larios, y de manos y pies impedido con fuertes ligaduras. Los suyos quisieron liberarlo y no pudieron.

Pactaron entonces una tregua con los enemigos y les propusieron jugar la vida del santo varón en un partido de pelota. Atado al tronco de un árbol fray Juan siguió las incidencias del juego, y vio cómo sus amigos lo perdieron. Mas no dejaron éstos que los salvajes cobraran su ganancia. Rodearon al padre Larios con sus cuerpos y presentaron frente de batalla.

Y sucedió el milagro: cayó sobre los malos una súbita lluvia torrencial y les mojó las cuerdas de los arcos, cuyas flechas, inofensivas, se tendían como mansos lebreles a los pies del santo varón, que así salvó la vida para su bien y el nuestro.

Ingenua narración es esa, como ingenua es también la que nos narra fray Joseph Arlegui en el siglo diecisiete. Dice que un fraile que salió de Saltillo camino de Monclova halló a la orilla del sendero una calavera que le habló y le dijo que en vida había sido de un indio belicoso que murió en un asalto a españoles. Que ya en las ansias de la muerte tuvo revelación de Dios, a quien pidió perdón de sus pecados y clemencia, para ver de lograr eterna salvación. En su infinita misericordia Dios le acordó el bien provechosísimo de dejarlo estar donde el buen fraile lo había hallado, y al fraile le pidió la calavera la gracia del bautismo, sin el cual no podrían tener ingreso a la morada celestial. Las aguas redentoras derramó el padre sobre aquél cráneo tan mondo y tan lirondo. Tras darle cristiana sepultura el padre franciscano prosiguió su camino, muy edificado por la bondad inacabable de Nuestro Señor.

Santos varones aquellos franciscanos, que en estas tierras nuestras hicieron tanto bien.

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