Mirador 11/04/2023
Me entristece la suerte del burro, también llamado asno, jumento o pollino.
Su nombre se emplea para designar a quien sufre escasez de entendederas. “Fulano es un burro” es frase usual, y cuando niños decíamos: “Mengano es el más burro de la clase”.
Acerca del pobre animal se hacen bromas sicalípticas relacionadas con su atributo para la generación. John Barrymore, notable actor americano, tenía fama de haber sido dotado por la naturaleza con extremada generosidad en ese aspecto. Le molestaba que se hiciera mención de dicha cualidad. Decía: “No quiero ser conocido por algo en que muchos hombres me igualan y cualquier asno me supera”.
Desde hace miles de años el borrico ha prestado al hombre servicios invaluables. Su paciencia y humildad son proverbiales. No es díscolo como la mula, ni posee el orgullo del caballo o el halo de leyenda del camello. Y, sin embargo, hasta donde recuerdo, solamente Cervantes y Juan Ramón Jiménez le han rendido homenaje literario.
Actualmente el asno está en vías de extinción. En el Potrero, por ejemplo, ya no oímos al burro de las 11, que a esa hora de la mañana, sin fallar ni un día, daba constancia de su existencia con un rebuzno wagneriano. Ahora escuchamos sólo el estridente ruido de las motocicletas con que los mozos del rancho han sustituido al burro que montaron sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos.
Es el progreso, dirán unos. Y lo acepto. Pero no creo que las motos vayan a recibir nunca el homenaje de alguien como Cervantes o Juan Ramón Jiménez.
¡Hasta mañana!...
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