MIRADOR 18/01/24
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Este amigo mío con el que tomo la copa –varias- los martes por la noche tiene una gran desgracia: el beber lo hace pensar. Yo, en cambio, tengo una gran fortuna: el beber me hace sentir.
En todos los asuntos humanos, lo mismo en el amor que en la guerra, el sentimiento puede más que el pensamiento. El mucho pensar conduce ya sea a la genialidad o a la locura, y me temo que mi amigo está más cerca de ésta que de aquélla. Eso no se lo digo a él, porque le daría mucho sentimiento, y el sentimiento no es lo suyo.
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Mi amigo declara que la materia es dócil y sumisa. Obedece a leyes inexorables de las que no puede apartarse. El espíritu, en cambio, es libre, y por tanto rebelde, pues la libertad lleva en sí el germen de la rebeldía. Por eso quienes temen a las rebeldías –o sea a la libertad- obligan a quienes les están sujetos a hacer juramento de obediencia, y los vuelven materia dúctil, fiel. Y aun así exaltan más al espíritu que a la materia, lo cual es un contrasentido. Los pecados del espíritu son más graves que los de la carne, y duran más, y sin embargo las iglesias condenan mayormente a la lujuria que a la soberbia.
Yo no sé qué pensar de todo eso –lo mío no es el pensamiento-, pero compadezco a mi amigo. Piensa demasiado.
¡Hasta mañana!...
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