Mirador 27/05/2022
Los poetas ven, oyen, paladean y tocan. López Velarde añadía a esos cuatro sentidos uno para él fundamental: el del olfato. Nos regaló aquella alusión imperecedera, la de “el santo olor de la panadería”, y habló de “las tardes olfativas”.
Todos llevamos con nosotros indescriptibles memorias que podrían llamarse “de nariz” si la expresión no sonara tan escasamente poética. Yo recuerdo el olor de la hierba cortada por los segadores, después de la lluvia, en el rancho de mis vacaciones infantiles. Recuerdo el olor de la madera que serruchaba el viejo carpintero don Nabor en su carpintería de la esquina de mi casa de adolescente. Recuerdo luego el perfume de clavo y de canela de aquella cabellera de mujer...
“El santo olor de la panadería...”.
Dijo bien el poeta jerezano.
También se podría decir después de la muerte de Eduardo Lizalde: “El santo aroma de la poesía”.
¡Hasta mañana!...