No, presidente: lo importante es la corrupción de su hijito
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Desviar la atención del público es una vieja estrategia a la cual han recurrido los políticos, de todos los signos ideológicos, cuando el espacio de la conversación pública es colonizado por temas adversos a sus intereses o cuya evolución no pueden controlar a capricho. Pero si alguien domina el arte del distractor ése es Andrés Manuel López Obrador.
¿De cuál tema quiere alejarnos ahora? ¿Cuál polémica le urge expulsar de la conversación pública, multiplicada a través de las otrora “benditas redes sociales”? El de la corrupción de su hijo mayor, José Ramón López Beltrán, quien resultó igualito a los enemigos fustigados todos los días desde el púlpito de la misa tempranera.
La revelación realizada por el periodista Carlos Loret de Mola, está muy claro a dos semanas de distancia, constituyó un impacto seco por debajo de la línea de flotación de la pretendida “autoridá moral” del presidente (con minúscula). El apetito del junior por el lujo y los excesos materiales, así como su revelación como “aspiracionista” de primer orden, evidencia el fracaso de nuestro mesías tropical hasta como educador de su prole. Pero como buen heredero de todos los vicios del su partido de origen -el PRI de los años 70-, López Obrador no solo niega la realidad, sino busca convencernos de estar alucinando, de estas viendo cosas inexistentes.
Carente de escrúpulos y con todos los resortes morales atrofiados, el hijo pródigo de Macuspana no duda en agarrar todos los días el lanzallamas para incendiar otras praderas pues, aunque eso no apague la hoguera de la corrupción en casa, quizá logre distraer al público debido a la intensidad de las llamas y gracias ello dejemos de lado la indecencia del vástago. En un descuido, tal vez le alcance hasta para convencernos de cómo esto “no es lo mismo”, pues aquí estamos hablando de “aportaciones para la causa”.
Pero como no ha logrado su propósito y las malditas redes sociales siguen vomitando memes y críticas a la inmoralidad de Monchito, el pirómano de Palacio Nacional ha caído presa de la desesperación y cada día trata de provocar una conflagración mayor. Dos intentos han destacado en la semana:
El primero de ellos fue la idiotez (para decirlo en un término amable) de “poner en pausa” las relaciones con España. Y aunque la ocurrencia generó una burbuja informativa resultó insuficiente para acallar el escándalo de las casonas del retoño.
Este viernes intentó una nueva: escandalizarnos con la “revelación” de los presuntos ingresos de Carlos Loret y amenazar al periodista con investigarlo, e incluso advertirle a uno de sus antiguos empleadores, Televisa, de la obligación de “aclararle” -¡a él!- si le pagó varios millones de pesos al periodista el año pasado.
La reacción ha sido adversa a cual más para nuestro Rey Julien del manglar, pues al hacer su “revelación” en realidad confesó su adicción más importante: el uso faccioso de la información pública y de las instituciones para golpear a quienes ha identificado como sus enemigos. El público se lo está cobrando caro, como en ningún otro momento.
Pero no nos equivoquemos ni nos distraigamos: toda la pirotecnia de López Obrador busca una sola cosa: obligarnos a dejar de lado la corrupción de su hijito; el nene residente en Houston, donde lleva una vida a todo tren pero sin explicación lógica ni legal, pues no se le conoce oficio alguno.
Ahí, en el ejemplo de Ramoncito, ha quedado retratada la engañifa del compromiso por erradicar la corrupción, el tráfico de influencias y esas “lacras del neoliberalismo” a las cuales, como ha quedado claro, el primogénito de López Obrador no ha dudado en entregarse.
¿Será acaso porque, en realidad, nunca recibió un ejemplo real en ese sentido en casa?
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx