Notas para acercarse a la sinfonía
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Por definición la sinfonía es una composición musical escrita para orquesta conformada por cuerdas, viento madera, viento metal y percusión. Según el tamaño, la orquesta puede ser sinfónica o de cámara. Las primeras sinfonías fueron escritas para orquestas de cámara, tanto por los alcances de aquellas obras larvarias, como porque las primeras orquestas nacieron como Orquesta de capilla. Las sinfonías inaugurales de Mozart, por ejemplo, difícilmente superan los 15 minutos. De hecho, su sinfonía No. 5 en si, K. 22, tiene un registro de siete minutos.
Sinfonía del griego synphonia: “sonido conjunto”. Estructuralmente una sinfonía y una sonata son semejantes. Originalmente ambas poseían tres movimientos: allegro, andante, allegro; cada uno con un tema propio que se introduce, se expone, se desarrolla, se re expone y cierra. En cuanto a las diferencias, la sonata suele escribirse para uno o dos instrumentos, siendo infrecuentes las sonatas para tres. Un ejemplo singular es la Sonata para violín, violonchelo y piano en do mayor, Op. 87 (1814), de Beethoven. Por su parte, la sinfonía se escribe para una gama más amplia de instrumentos.
Nota: queda para una siguiente colaboración el tema de las Sinfonías concertantes, que por definición son composiciones para uno o varios instrumentos solistas y orquesta. Ofrezco como ejemplo en vía de mientras, la sinfonía concertante en si bemol mayor para violín, viola y orquesta, Op. 21 (1792) del austro-húngaro Ignaz Pleyel. Otro ejemplo bellísimo es el segundo movimiento, Adagio cantábile, de la sinfonía No. 13 en re mayor Hob. I:13: de Haydn. Sus siete minutos a cargo del chelo concertante son mejores que dos horas de sexo.
Ojo, no confundir la Sinfonía concertante con el Concierto, del que también hablaremos después.
Al interior de cada movimiento sinfónico se alternan temas intensos con melodías ligeras y constantes llamados al tema principal. Recuérdese al primer movimiento de la quinta sinfonía en do menor Op. 67 (1808), de Beethoven. Cómo se repite una y otra vez; cómo lo toman los violines, lo pasan a los chelos y los contrabajos, de ahí a los metales, a los alientos de madera, y así, cual pelota de playa en manos juveniles.
Una sinfonía es un cuerpo sonoro en movimiento. Su condición impepinable es la acción, su sístole y diástole. La sinfonía inicia con un sonido —el tema, tras la introducción— al que se opone un contra tema. La resolución de ambas fuerzas ofrece un tercer tema que es consecuente y simbiótico. Estas fuerzas contendientes (en estricto sentido etimológico de tensar conjuntamente), son ondulantes, armónicas, y equilibradas. El resultado puede ser simplemente bonito, y ser inocuo, como las Gnossiennes, de Erik Satie; puede ser bello, apelar a la pasión, a la profundidad emocional por su complejidad estructural y expresividad, como la sinfonía No. 6 en si menor, Op. 74, Patética (1893) de Tchaikovski. En ambos casos estamos ante grados de música emotiva. Pero hay otra música sinfónica. Aquella cuyo objetivo —manifiesto o no— sea despertar ideas. Ese es Dimitri Shostakovich (1906-1975).
Supervisado toda su vida por la espada flamígera del estalinismo (neta), se vio obligado a ser más ingenioso que las interferencias políticas, vía: a) una diversidad estilística casi camaleónica. Véase la enorme distancia entre su Jazz Suite (1938) y el Cuarteto de cuerdas No., 8, en do menor, Op. 110 (1960). b) Una expresión emocional intensa, mostrada en, por ejemplo, el Concierto para chelo No.1 en mi bemol, Op.107 (1959). Y la que yo creo es su herramienta más virtuosa: c) el sarcasmo y la ironía, gracias a la que dio vuelta a la orden stalinista de solo componer música melódica y agradable. Sin salir de los planteamientos tonales permitidos, Shostakovich introdujo técnicas modernas rayando en atonalismo puro, aunque sin llegar a él. Con estos elementos Shostakovich produce música intelectual, de ideas más que de emociones, de la que hay que estar pendiente, como de un tablero de ajedrez.
En Saltillo tendremos oportunidad de escuchar su primera sinfonía, en fa menor Op. 10, escrita en 1925, cuando aun era estudiante del Conservatorio de Leningrado. La cita es el jueves 30 de mayo en el Teatro de la Ciudad, con la orquesta filarmónica del Desierto.
Encuesta Vanguardia
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