Participación ciudadana y democracia, un maridaje perfecto
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Fue en 1929 cuando surgió el partido que gobernó nuestro país y que se postergó hasta 1994. Sesenta y cinco años de procesos electorales convocados, organizados y ganados por ellos mismos. Fueron juez y parte, soportando esos procesos en un rancio presidencialismo y en un soporte corporativista que les permitió, parafraseando malamente a Vargas Llosa, ser la dictadura perfecta. En algunas entidades, como Coahuila y el Estado de México, llegaron para quedarse.
Los magnicidios ocurridos en 1968 y en 1971 marcaron el principio del fin del sistema y el hartazgo se desbordó apareciendo una buena cantidad de personas y personajes que propusieron, teniendo en cuenta una buena cantidad de eventos, particularmente “la caída del sistema” en 1988, un Instituto Ciudadano que al tiempo y en un proceso corto y azaroso –a partir de 1994– organizó las primeras elecciones democráticas que despegaron en el año 2000 y que ha seguido el curso que al momento conocemos.
En fin, ocurrieron muchas cosas, confluyeron muchas voluntades y sobre todo se arrancaron de tajo las sospechas y las suspicacias de la forma como se daban las elecciones y del determinismo político que los procesos conllevaban. Siempre ganaban los mismos. Siempre “legalmente” y como algunos defensores a ultranza del sistema, a diferencia de la mayoría de los pueblos latinoamericanos, conservando la estabilidad y la paz.
El precio de la creación del Instituto Federal Electoral, ahora Instituto Nacional Electoral, ha sido muy alto. No hablo solamente de costos económicos, sino también de los dispendios gubernamentales, independientemente de los partidos que han detentado el poder, sino de los esfuerzos de muchos ciudadanos que independientemente de quienes han estado a la punta, han sostenido el Instituto.
Son los ciudadanos que desde la creación del Instituto asumieron el lugar que les correspondía en la “incipiente democracia” (cfr. José Woldenberg) y que al tiempo los partidos comenzaron a “pervertir”. No intentó hablar aquí de la “defensa del INE”, sino de la permanencia necesaria del mismo. Estoy de acuerdo con muchos de que el ardid “el INE no se toca” es, otra vez, la forma mercadológica de afirmar una postura ideológica, pero que independiente del afán confrontativo, hay un derecho que asiste al reclamo y a la manifestación de quien quiera hacerlo.
Sea como sea, quienes proponen un plan B y quienes hoy ondean la bandera de “el INE no se toca”, están en su pleno derecho de asumir y de tomar la postura que deseen, porque así es la democracia y como decía Bobbio, “porque hay muchas formas de concebir la democracia”, son como en otro momento lo sugerí, las reglas del juego.
Ojalá que este, sea un parteaguas para ejercer estos derechos en otros momentos donde la democracia, a consideración de quien sea “se ponga en riesgo”, como en este momento, muchos lo consideran; y que ojalá no fuese por intereses individuales, de grupo o de partido, sino nacionales. Porque no sólo el INE y las confrontaciones constantes de sus protagónicas puntas son un tema, hay otros tantos que merecen foco y por supuesto manifestaciones públicas que pongan al estado a temblar.
Sin lugar a duda, la participación y la asociación de voluntades son la parte neural de las democracias, particularmente que como las nuestras, han navegado en las aguas del abstencionismo y del desinterés por lo público, por una razón muy simple, la participación y la democracia hacen un maridaje perfecto. Para sintetizar lo que aquí hemos dicho, la participación de los ciudadanos es condición para que haya democracia.
Participar de forma ciudadana como dice Verba (1978), es hacerse oír, es organizarse demandando bienes al gobierno en turno y es ser protagonistas del devenir político. El país es de todos, no de los partidos políticos que de pronto se han sentido dueños de él.
A quienes gobiernan –en todos los órdenes y de todos los partidos– les interesa nuestra apatía, nuestro desánimo, nuestra desilusión y con base en ello han venido cabalgando en caballo de hacienda convirtiendo nuestro país en lo que ahora conocemos. Para que haya justicia se requiere consolidar una democracia de ciudadanos y esta es la coyuntura en la que ahora nos encontramos.
Bienvenidas las manifestaciones públicas que ponen en el escenario la participación, independientemente de quienes las convoquen o de quienes ven en ellas tierra fértil para aparecer y llamar a manifestarse a otros, aunque ellos cotidianamente sólo se dedican a mover los hilos, porque a “río revuelto, ganancia de pescadores”.
Seguro que la participación, sea la que sea y tenga el objetivo que tenga, siempre y cuando se por el bien de todos, abonará la construcción de la democracia en un país que ha renunciado a ejercer su derecho de manifestar sus ideas (artículo sexto constitucional), de libre expresión (artículo séptimo constitucional) y de asociación (artículo noveno constitucional). Así las cosas.
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