Perdido en un barco
Imagine la capital del país como un gran transatlántico.
Imagine la capital del país como un gran transatlántico. Caótico. Hermoso y a la vez, carente de alma. Un sitio donde todo puede suceder. Hasta lo imposible. A donde se llega por necesidad. En angustia o desnudez laboral.
De todas partes del interior pasan a su lado. Deben cumplir con interminables tramites en alguna oficina del gobierno federal.
Carteristas, pancheros, farderas, viajantes de quinta clase, salen de sus camarotes. Esquilman al distraído. Le hacen el dos de bastos en el metro, los micros, los troles y hasta en medio de la multitud agazapada en la sinfonía del barco a pique.
Las líneas alimentadoras del servicio de transporte público siempre colmadas. Aun fuera de los horarios laborales. Aquí están consultando en las paredes las líneas de colores.
Agobian la cantidad laberíntica de transbordos en este barco encallado. Pobres navegantes, sus capitanes de sectores carecen de la materia inmutable de honestidad.
Escalan con el sueño imperfecto de convertirse en el capitán del naufragio nacionalista.
Aun antes de tiempo, en los sectores, las trampas de la sonrisa, les impone agendas por cubrir aun en la madrugada.
El descanso de este barco es inobjetable. Nos extraviamos con los millones. Nuestra caminata es en sentido contrario. Madre santa. Dos horas perdidas. Eso si, disfrutando el paisaje contaminado. Las chimeneas de quienes piensan en la hora de regresar a sus camarotes.
Todos cansados y exhaustos. Aún antes de comenzar la melodía en la pista de baile.