A buen salvo está el que repica

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El Quijote II, 31 y 43
Cuando por primera vez don Quijote y Sancho Panza son recibidos en el castillo de los Duques, éstos los invitan a comer en medio de gran pompa y majestad. Estaba presente el personaje a quien Cervantes sólo llama El Eclesiástico, uno de esos, dice, “que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos”.
Al disponerse a tomar asiento a la rica mesa, en medio de mil corteses comedimientos el Duque cede la cabecera a don Quijote quien una y otra vez la rehusa, hasta que finalmente, como “las importunaciones del duque fueron tantas, que la hubo de tomar”.
A propósito de ese incidente, Sancho solicita licencia para contarles “un cuento que pasó en mi pueblo acerca de esto de los asientos”.
Al decir Sancho lo anterior, “don Quijote tembló, creyendo sin duda alguna que había de decir alguna necedad”. Para tranquilizarlo, el escudero le aclara que no dirá “cosa que no venga muy a pelo”, que lo que quiere contarles es tan verdadero que él no le dejará mentir.
“Por mí –replicó don Quijote-, miente tú, Sancho, cuanto quisieres, que yo no te iré a la mano, pero mira lo que dice”. Sancho responde:
“- Tan mirado y remirado lo tengo, que A BUEN SALVO ESTÁ EL QUE REPICA, como se verá por la obra”.
En 1611 Sebastián de Covarrubias explicó este refrán de la siguiente manera: “En las costas de mar descubren desde las torres cuando hay enemigos, y al punto el que está allí tañe a rebato, y éste no tiene peligro, porque está encastillado en la torre”.
Más recientemente, J. Leyva escribe que “el dicho, tomado de la costumbre de voltear las campanas para anunciar un acontecimiento –bueno o malo- a los habitantes de un pueblo, (no) afecta al que las repica por el mero hecho de no poder estar en ambos sitios”. No es posible repicar y andar en la procesión.
Por su parte, César Vidal lo explica así: “El que aconseja se permite decir cualquier cosa porque no es él quien padece directamente las consecuencias de sus consejos”.
@jagarciavilla