Café Montaigne 138

Politicón
/ 22 febrero 2020
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“El sexo es el consuelo que nos queda cuando no nos alcanza el amor”. Espero sea textual. La frase anterior y citada de memoria debe de ser del cartel promocional con el cual salió a la luz pública la edición de “Memoria de mis Putas Tristes”. Acontecimiento editorial en 2004, pero el cual hoy sigue creciendo con el paso del tiempo. Libro publicado por Editorial Diana y Mondadori. Muerto el beato de Aracataca, Colombia, san Gabriel García Márquez, su libro donde aborda y teje un fino erotismo se agiganta con el paso del imbatible tiempo. No pocas apostillas y comentarios me hicieron atentos lectores como usted, quien hoy me saluda y brinda en esta tertulia con motivo del texto del sábado pasado: el Gabo y el erotismo.

El erotismo no es aquello mostrado burdamente, es aquello lo cual y apenas se insinúa. El Nobel colombiano escribe: “Rosa Cabarcas, me había aconsejado que la tratara con cautela, pues aún le duraba el susto de la primera vez. Es más: creo que la misma solemnidad del rito le había agravado el miedo y habían tenido que aumentarle la dosis de valeriana, pues dormía con tal placidez que habría sido una lástima despertarla sin arrullos. De modo que empecé a secarla con la toalla mientras le cantaba en susurros la canción de Delgadina, la hija menor del rey, requerida de amores por su padre. A medida que la secaba ella iba mostrándome los flancos sudados al compás de mi canto: Delgadina, Delgadina, tú serás mi prenda amada. Fue un placer sin límites pues ella volvía a sudar por un costado cuando acababa de secarla por el otro, para que la canción no terminara nunca. Levántate, Delgadina, ponte tu falda de seda. Le cantaba al oído. Al final, cuando los criados del rey la encontraron muerta de sed en su cama, me pareció que mi niña había estado a punto de despertar al escuchar el nombre. Así que era ella: Delgadina”.

El nonagenario sabio periodista arriba a su cumpleaños entre las desventuras de la vejez, las mañas y manías las cuales sólo se adquieren con la edad, su creencia perfecta de sólo en la música está la verdadera obra de arte y con un aforismo impecable: “Nunca me he acostado con ninguna mujer sin pagarle…”. El viejo periodista puso en práctica aquella vieja sentencia la cual dice a la letra: el soltero vive como un príncipe y muere como mendigo, mientras el hombre casado vive como mendigo y muere como príncipe. Llorar tiene su costo. La compañía también, aunque la soledad es mejor acompañada. Fiel a los amores mercenarios, el viejo y sabio periodista es un personaje estupendamente tallado, construido sobre un andamiaje el cual no admite error posible en la configuración de su personalidad, psicología y resortes íntimos y secretos. El sabio periodista es la suma de todos los personajes del narrador colombiano y, de hecho, es su alter ego, su autobiografía disfrazada de ficción en la cual se pueden leer las costuras, la urdimbre íntima la cual se cruza con la vida de García Márquez y la de su personaje, el nonagenario periodista.

ESQUINA-BAJAN

En esta novela desfilan sus amigos y amigas, como su entrañable hermano Álvaro Cepeda, Jacobo Zabludovsky (“el abominable hombre de las nueve” en la novela), y la misma Rosa Cabarcas, la matrona de un prostíbulo el cual el Gabo frecuentaba en sus años mozos de desenfreno y formación, según nos cuenta en la biografía inconmensurable sobre el Gabo, el investigador Dasso Saldívar. En aquellos años, nos cuenta el acucioso biógrafo, el Gabo pedía prestado el jabón a las putas para bañarse. No convivía con ellas, no, vivía entre ellas. Vivía de prestado, con buen ron, tardes interminables fumando y leyendo todo cuanto papel caía en su mano. Eran sus años de formación y apuesta de vida. Todo esto y con el paso del tiempo, las anécdotas y recuerdos tomarían forma y serían huellas, capítulos, personajes, novelas y cuentos enteros de su piedra filosofal: su obra completa.

Escribe en “Memoria de mis Putas Tristes”: “Por esa época tuve la rara impresión de que se estaba volviendo mayor de tiempo. Se lo comenté a Rosa Cabarcas, y a ella le pareció natural. Cumple quince años el cinco de diciembre, me dijo. Una Sagitario perfecta. Me inquietó que fuera tan real como para cumplir años. ¿Qué podría regalarle? Una bicicleta, dijo Rosa Cabarcas. Tiene que atravesar la ciudad dos veces al día para ir a pegar botones. Me mostró en la trastienda la bicicleta que usaba, y de verdad me pareció un cacharro indigno de una mujer tan bien amada…”.

En alguna tarde de buen café, buen ron y mejor charla, el abogado lagunero Germán Froto y Madariaga, cuando habitaba este mundo y solíamos tener nuestra acostumbrada tertulia en la ciudad, espetó sobre esta novela de García Márquez: “Dios nos libre de caer en la manos de una pasión tardía…”, lo dijo así, como se abona una parcela de eternidad al silencio. Reímos de buena gana, pero la frase quedó silbando, bramando en el oído de quien esto escribe. A nuestros años, al menos a mi edad, la pasión tardía por una mujer lleva al paraíso y al infierno en el mismo boleto. Y vaya, sé de lo cual hablo. García Márquez fue un narrador y su oficio fueron las palabras, esas, las mismas palabras en boca y lengua de cualquier humano, pero las cuales bajo su hechizo y arte combinatoria, nos llevan de un sueño a otro, en una fiesta interminable en eso llamado literatura, la buena y gran literatura a la cual y también le otorgamos una cualidad divina y terrena: enamora a las musas con su erotismo.

LETRAS MINÚSCULAS

Y claro, usted también lo sabe, “Memoria de mis Putas Tristes” es una buena reescritura (palimpsesto o refundición, se dice técnicamente) de un viejo texto de Yasunari Kawabata, “El Palacio de las Bellas Durmientes”. Ambos, Premio Nobel.

 

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