Los hombres reunidos por la danza
COMPARTIR
TEMAS
Entre las muchas actividades del Festival Internacional de Cultura –organizado por el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo, con Iván Márquez a la cabeza–, se realizó nuevamente con motivo del aniversario de la ciudad y con gran éxito la “Matlachinada”, un gran desfile y una reunión impresionante de numerosos grupos danzantes, ejecutando su baile a lo largo de la calle de Hidalgo, desde el Ojo de Agua, para reunirse en una enorme danza en la plaza de Armas.
La danza es una de las expresiones corporales más cultivadas en Saltillo, y la danza de matachines, o “matlachines” como les llaman ahora, es de gran presencia, arraigo y popularidad en el estado. La que se baila en Saltillo, de gran tradición, debió de ser en sus orígenes una danza de guerra por el color rojo del vestuario y las armas que llevan los danzantes, y convertida después en danza de carácter religioso, se convirtió en una forma de agradecimiento y veneración a los santos patronos como el Santo Cristo de la Capilla, el Cristo del Ojo de Agua y los patronos de los poblados y las rancherías. Las comunidades tienen su propio grupo de danza dedicado al santo de su devoción y llevan su imagen impresa en un estandarte al frente de la procesión, o una imagen de bulto cargada en los brazos de algún devoto, y siempre preside su danza. Muchos grupos llevan también a la Virgen de Guadalupe en su vestuario.
Otros elementos del vestuario han sido reinventados. A las sandalias originales les agregaron una lámina metálica en la suela de hule para hacer más ruido al ejecutar los pasos, o los reemplazaron con huaraches comunes, zapatos o tenis. Los danzantes llevaban una sonaja en una mano y un arco con flecha en la otra. Ahora, las sonajas de guaje con piedritas de hormiguero fueron sustituidas con unas de plástico o con flotadores de tanque de sanitario, y el pequeño arco, pese a ser el arma utilizada para “matar al viejo de la danza”, es suprimido por los grupos que no siguen el ritual exacto de la danza, y algunos ya no incluyen esa figura entre sus danzantes.
El pequeño arco era, además, un importante elemento sonoro, porque al tensar su cuerda y regresar la flecha a su lugar, la percusión del choque de maderas se mezclaba con los sonidos del zapateado, los huaraches, el tambor y el violín, perdido este último también en muchos grupos. Los pantalones y la camisa rojos y el tradicional chaleco negro bordado con lentejuelas cambiaron sus colores conservando su brillo. Tubitos de plástico sustituyen a los carrizos colgantes cosidos en hileras en el faldón que caía sobre los pantalones, y que rematados con cascabeles o motas de colores colaboraban a la sonoridad de la danza. Otros grupos suprimen los pantalones rematados abajo de la rodilla y las calcetas de color rosa o amarillo y llevan pantalones comunes de diversos colores y texturas, algunos de mezclilla común.
Las mujeres, integradas hace pocos años, llevan a veces los pantaloncillos cortos o “shorts”. Los penachos de plumas de gran colorido, pese al cambio en su forma y colores y a la pérdida de los pequeños espejos que simbolizaban la luna y el sol en la parte que rodea la cabeza, siguen siendo adornados con cuentas, chaquiras y lentejuelas o carrizos colgando de la visera, a veces llevan una estampa de la Virgen o del santo patrono, algunos adoptan formas diversas y son más grandes, más ricos y coloridos, dependiendo de los recursos de los grupos.
Los matachines son hoy una versión distinta de la original. La variante en su nombre y los cambios, tanto en el vestuario como en los elementos sonoros, la ejecución y los ritos coreográficos, son indicadores de que la danza está viva y de que la fe, la tradición y la costumbre son las que reúnen a los guardianes y ejecutores de esta bella tradición, patrimonio cultural inmaterial de Saltillo.