¡Un guerrero nunca muere!
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Cada semana que juega el Club Santos, me encuentro con una mezcla de emociones. Soy del Santos, siempre lo he sido. He celebrado sus victorias desde mi infancia, pero también sufro sus derrotas como cualquier aficionado que lleva los colores verde y blanco en el alma. Sin embargo, últimamente lo que se siente en el aire no es sólo frustración, es incertidumbre. Las gradas del Territorio Santos Modelo ya no están tan llenas, y los resultados en la cancha nos han dejado lejos de las alegrías a las que nos habíamos acostumbrado. Algo está mal, y no podemos ignorarlo.
La historia del Santos Laguna está llena de momentos que han definido lo que somos como club y como región. Desde su nacimiento, este equipo ha sido el reflejo de la Comarca Lagunera: una tierra de gente trabajadora, resiliente, que sabe pelear cada batalla como si fuera la última y que, aun viniendo de atrás, siempre ha logrado salir adelante. Lo hemos visto con nuestros propios ojos: los momentos gloriosos de 1996, 2001, 2008, 2012, 2015 y 2018, cuando levantamos cada copa, y todo el sufrimiento de la temporada se convirtió en puro orgullo. También conocemos la cara dura del fútbol. Aquella angustiante temporada de 2006, cuando el descenso nos respiraba en la nuca y la famosa megamarcha en los momentos difíciles por los manejos de Carlos Ahumada, fueron de las pruebas más complicadas. Pero fue entonces cuando quedó más claro lo que significa ser del Santos: luchar, resistir y nunca dejarse vencer.
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Es fácil ser crítico cuando las cosas no van bien, y claro, hay razones para estarlo. Hoy, el equipo en la cancha parece desconectado, y esa intensidad que nos distingue está ausente. Es imposible ignorar la frustración que esto genera en los aficionados, porque el Santos nos ha acostumbrado a pelear siempre. Pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que no sería la primera vez que nos levantamos de una mala racha. Este equipo sabe resurgir. Lo que vivimos en 2006, cuando estábamos al borde del abismo, nos enseñó que, con un proyecto claro y la determinación adecuada, podemos volver a lo más alto.
Aquí es donde no puedo dejar de mencionar a Alejandro Irarragorri. Bajo su liderazgo, no sólo nos alejamos del descenso, sino que también construimos proyectos uno de los más sólidos del fútbol mexicano. Irarragorri nos dio una visión que transformó al Santos en un club protagonista, dentro y fuera de la cancha. Su apuesta por el TSM fue mucho más que un estadio; fue una apuesta por el futuro de la región y de este equipo. Hoy, esa misma visión es la que necesitamos para salir de esta nueva crisis. Estoy convencido de que la directiva del Club Santos tiene todo para recuperar la intensidad, el espíritu y el orgullo que siempre nos han caracterizado.
Este equipo tiene historia, tiene afición y tiene potencial. Pero la realidad es que, en este momento, no se está viendo reflejado. El Santos no es sólo un equipo de fútbol, es parte de la identidad de La Laguna, y cuando el Santos no funciona, la región lo resiente. No se trata sólo de ganar partidos, se trata de reconectar con esa esencia que siempre nos hizo diferentes. Cambiar jugadores o entrenadores es la solución fácil, pero no siempre la correcta. Lo que necesitamos es un proyecto claro, una directiva que escuche a la afición y que entienda que ser del Santos es más que resultados: es orgullo, es lucha.
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La afición tiene que estar presente, sí, pero también tiene derecho a exigir. No podemos quedarnos en la nostalgia de los títulos pasados mientras ignoramos la realidad actual. Criticar no significa dejar de apoyar, significa querer lo mejor para el equipo. Ser del Santos es llevar el espíritu guerrero en la sangre, y eso implica también ser exigente. Cuando algo no está bien, debemos decirlo, pero siempre con la esperanza de que las cosas cambien para mejorar.
Es momento de reconocer lo que se ha hecho bien, pero también de aceptar que estamos en un punto bajo. Y la única forma de salir de esta racha es con un plan claro, con una directiva y un equipo que entiendan lo que significa ser del Santos Laguna. Porque un guerrero nunca muere, pero tampoco se conforma. Mientras sigamos exigiendo lo mejor de nuestro equipo, siempre habrá un futuro. Y estoy seguro de que, con el tiempo y con los ajustes necesarios de la directiva, volveremos a ser ese equipo que ningún rival quiere enfrentar en la casa del dolor ajeno.