El “diamante”

Comprar un brillante siempre es excitante y más lo era en los años 60´s porque al valor de soltar una buena lana por la pieza, se le agregaba el ingrediente de la confianza del comprador en el vendedor, pues la tecnología no permitía en aquella época cerciorarse en segundos -como ahora- de que la pieza era auténtica.

CON ESTO EN MENTE, VOY A PLATICARLES UNA HISTORIA REAL QUE INVOLUCRA A PERSONAJES MUY CONOCIDOS DE LAS COMUNIDADES JUDÍA Y LIBANESA DE MONTERREY.

Comienza como un cuento de hadas y así se va desenvolviendo hasta que en los últimos párrafos desemboca en una noticia.

Les advierto que las aterciopeladas anécdotas del principio tendrán como colofón un elemento informativo bien cabrón, que espero no les quite a mis lectores la sonrisa de sus rostros.

Si al final se convierten en muecas de asombro y sorpresa, lo voy a entender. Arre:

EL JOYERO DE LA COLONIA VISTA HERMOSA

A veces solo y a veces de la mano de su esposa, el señor W, llegado a éstas tierras desde el Medio Oriente, caminaba por las calles de la Colonia Vista Hermosa tocando las puertas de las casas donde vivía y sigue viviendo la comunidad judía y uno que otro de la libanesa.

Con su estuche en ristre mostraba en la intimidad de las salas de sus clientes, anillos, aretes, pulseras, collares, engarzados con esmeraldas, rubíes, zafiros, diamantes y otras piedras preciosas.

No tenía una joyería donde ejercer su labor, así que como los más connotados emprendedores, comenzó su negocio a pie o en camioncito, como hoy dicen los percherones de la IP.

Si decía que el oro era de 18 kilates, que un diamante de 3, que unas esmeraldas auténticas, los  clientes le creían que en verdad lo eran. Los tratos se hacían a la palabra y a la confianza.

Un día, el señor K le compró al señor W una pieza que brillaba como una galaxia. A pesar de que el primero era “harbano” y el segundo judío, casi ni hubo regateo, porque uno confió en que su casi paisano le estaba dando un buen precio y el otro… lo mismo.

El señor K quería esa pieza para ser engarzada en una sortija de oro pues se iba a comprometer en matrimonio con una hermosa paisana a la que le llevaba 15 años y como siguen diciendo en la tierra de San Charbel: Para una joya, otra.

El señor W le dijo que se estaba llevando una roca única. Ni papeles de por medio hubo, ni monóculos de aumento para ver el interior de la pieza porque -otra vez- entonces no se ocupaban y menos cuando las transacciones se hacían entre paisanos.

Se hizo el pago acordado y una semana más tarde, el señor W entregaba al señor K el anillo de compromiso que según sus hábiles palabras de vendedor judío, reflejaba gloriosamente la luz que entraba por los ventanales de la sala en aquella casa de la calle Galápagos.

Te llevas el mejor diamante que jamás he vendido, además, estás comprando los 5 kilates más baratos de la historia, porque te di muy buen precio, hermano.

SEÑOR W.

Con semejante anillote, el señor K deslumbró a su bella prometida; la desposó; tuvieron cuatro hijos y vivieron muy felices.

Con el paso de los años, la sortija con la rocota esa fue a parar al alhajero de la bella paisana. De hecho casi ni se lo ponía porque como vivían en San Pedro y la cosa se estaba poniendo fea, la tenía a buen resguardo en una caja fuerte empotrada en la sala detrás de un cuadro de Arturo Marty, el pintor marido de Sylvia Ordóñez.

Cierto día que andaba visitando a una de sus hijas en Colombia, irrumpieron dos ladrones en su casa -ya no vivía en la Vista Hermosa, sino en El Rosario- que se fueron derechito a donde estaba la caja fuerte.

A lo mejor porque ésta tenía unos recovecos inventados por el señor K, a lo mejor porque los ladrones no lo vieron, a lo mejor porque se asustaron con algún ruido, el caso es que los rateros se llevaron todas las joyas y el dinero que había en la caja… menos el anillo con el diamante de 5 kilates.

Cuando la bella paisana fue informada del hurto, lo primero que le preguntó a su marido fue: “¿Se llevaron también MI ANILLO”?

MI ANILLO era su pieza más preciada, no solo por el valor material, sino por el sentimental, al ser símbolo de su compromiso matrimonial.

“No”, le respondió el señor K, “por alguna razón, no se lo llevaron”.

La familia se recuperó del susto. Por supuesto, las autoridades no encontraron a los ladrones y el anillo volvió a reposar en el alhajero.

Muchos años después, la bella paisana le heredó en vida SU ANILLO a la misma hija que vivía en Colombia, quien al ser rescatada por su príncipe azul de allá donde estaba, se vino a Monterrey.

¡SANTA MADRE DEL “DIAMANTE” ENCARNADO!

Un día, la nueva dueña del diamante quiso cambiarle la montura. Escogió una más gruesa de oro de 18 kilates y cuando por pura ocurrencia le pidió al joyero que revisara la pieza, casi se desmaya cuando el señor Y -en su prestigiado negocio de San Pedro- le soltó a boca de jarro: “¡Esta piedra es falsa”!

“¿Cómo?”, exclamó la heredera del “diamante de 5 kilates” que el señor K le compró al señor W. “No puede ser”.

Y brava como todas las de su estirpe, pidió ver personalmente a uno de los hijos del señor W en su joyeriotota VIP de SPGG.

Después de varios intentos, el vástago la recibió en su local y tras escuchar la queja de la hija del cliente de su papá, groseramente se hizo el ofendido.

Le dijo que seguramente el señor K o ella misma habían sufrido el cambio de la pieza al llevarla para su limpieza.

“Pero si la pieza está intacta, nunca fue llevada por mis papás a ninguna joyería precisamente para evitar eso que me estás diciendo”, le replicó la dueña, ya medio encabronada.

“Pues es tu palabra contra la mía”, le espetó más groseramente aún el dueño heredero de la joyeriotota VIP de SPGG y la invitó a despedirse.

Rumiando su rabia, la hija del señor K le anunció al hijo del señor W que de este incidente se enterarían por lo menos, los de la comunidad libanesa y judía.

Y el hijo del señor W, arrogantemente le dijo: “Hazle como quieras”.

En los primeros escarceos sucedió que varias personas de la comunidad le dijeron a la hija del señor K que no es la única víctima de lo que le sucedió.

CAJÓN DE SASTRE

“Ahora entiendo por qué los ladrones no se llevaron EL ANILLO cuando abrieron la caja fuerte. Seguramente traían el ´lapicito´ que al tocar la pieza, si se pone azul, es diamante, y si se pone rojo, es fake. Lástima que en los tiempos en que el señor K se lo compró al señor W no hubiera los instrumentos de prueba que hoy se utilizan”, opina la irreverente de mi Gaby.