Ruanda: 21 años después
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Ruanda 1994. Bastaron 100 días para asesinar a mansalva a 800 mil personas, entre ellos 300 mil niños, y 95 mil más quedaron huérfanos. Decenas de miles de mujeres fueron violadas. Esa atrocidad ha sido recopilada en varias películas o cintas documentales. Personalmente me impactó “Hotel Ruanda”, pero nada se compara con la historia que cuenta en “Sobrevivir para Contarlo”, Immaculée Ilibagiza. La conocí personalmente en Roma, durante una conferencia que dictó a políticos y legisladores católicos. Los extremos del mal y el bien, narrados a detalle, me dejaron estupefacto. Jamás había escuchado semejantes niveles de maldad y tales grados de bondad como respuesta.
Por su intensidad sanguinaria, esta matanza fue, por momentos, peor que las dos guerras mundiales y nos deja varias lecciones. Sin duda, el primer responsable fue quien, cuando los hechos ya estaban consumados, terminó erigiéndose como juez implacable: el Mundo Occidental. Tanto Europa como América estaban tan ocupados e inmersos en el consumismo de la época posterior a la Guerra Fría, que no tuvo ojos para ver, ni oídos para oír.
Baste recordar al desesperado administrador del Hotel Des Mille Collines, cuando informaba a sus jefes en París sobre la situación que estaban viviendo. Éstos, a su vez, trataban de convencer, también desesperados, al Gobierno francés para que interviniera. O las llamadas desesperadas del general canadiense Romeo Dallare, jefe de las fuerzas de paz de la ONU, informando pormenorizadamente a sus superiores. La respuesta fue la misma: silencio absoluto. Occidente era una fiesta, no había tiempo para malas noticias, era mejor hacer oídos sordos.
Durante una entrevista concedida al periódico inglés The Guardian el 13 de mayo de 2014, ese mismo general puso un ejemplo: El año anterior, estando en su casa en Canadá, su nieta pequeña se cayó y se pegó en la cabeza contra la mesa del café. Al instante, todos los presentes corrieron a ayudarla, excepto él que se quedó paralizado porque el llanto de su nieta le recordó a miles de niños acribillados, muchos de ellos a manos de soldados que, a su vez, eran niños. Confiesa que le tomó tres semanas atreverse a cargarla de nuevo, pues temía que si volvía a llorar, se quedaría paralizado y la nena caería de sus brazos.
En 1994 el demonio del mal se enseñoreó de Ruanda, en tan solo 100 días hizo de las suyas en grado superlativo.
Todo se desencadenó por una supuesta diferencia étnica entre hutus y tutsis, basta ver a algunos de ellos para darse cuenta de que las diferencias son prácticamente nulas, pero un mar oculto de intereses y ambición desató el infierno.
El asunto viene al caso porque el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR), en operación desde 1995, cerrará sus puertas el próximo 31 de diciembre de 2015. Es la primera ocasión en que un tribunal con esta jurisdicción, emite sentencias condenatorias, en este caso contra 61 mandos militares, gobernantes, empresarios, religiosos, milicianos y dueños de medios de comunicación, después de escuchar a cerca de 3 mil testigos.
Después de esa horrible atrocidad, llevamos cerca de 20 años presenciando inimaginables actos de bondad y misericordia, como las sesiones de reconciliación que relata Immaculée. Imagine usted, amigo lector, lo que supone perdonar y convivir con alguien que asesinó a toda su familia, papá, mamá y hermanos.
Basta regresar a la historia que cuenta Immaculée para percatarnos de los grados de maldad a que puede llegar la Humanidad, por acción o por omisión. Aunque sin duda esta tragedia también muestra lo mejor que tenemos los seres humanos.
Twitter: @chuyramirezr
Facebook: Chuy Ramírez