¡Vivas y con la voz en alto!
En el marco de esta conmemoración cinco mujeres hacen hincapié en las cosas que debemos recordar este día, en un contexto en el que urge fomentar la igualdad y la empatía
¡Es tan absurdo el machismo!
Por Elena Barbosa*
Aquél que se adueña del cuerpo de una mujer, la engaña y la pone por debajo... muy debajo.
Quien le hace ver que la más grande amenaza es otra mujer, una igual a sí misma, todo mientras decora los muros de una cárcel vieja y pútrida a la que llama moral.
El machismo es quien le enseña a una mujer que el servicio, más que una actitud voluntaria, es un deber y hasta un privilegio, la mantiene adormecida en los brazos de un conformismo voraz que no le permite verse a sí misma.
¡Qué absurdo es el machismo cuando nace y renace en las mujeres que no se recuerdan, que no se escuchan! ¡Qué absurdo verlo repetirse en una madre que violenta a su hija forzándola en un molde que no le viene! Es absurdo cuando posee las mentes de aquellas que silencian y minimizan los clamores de otras, cuando envían a la hoguera y apuntan con sus dedos el pecado de la libertad.
El machismo más absurdo y más violento es el que se adhiere a las venas y se replica en las herencias de mujeres hacia mujeres.
*Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Fotógrafa profesional
No soy mi voz
Nací con una voz que he desarrollado por años para que sobresalga por encima de una masa sonora de aproximadamente 80 instrumentos, es una sensación hermosa de fortaleza y libertad, pero yo sólo canto y ya.
Hoy quiero usar esa fortaleza para ser la voz de mis sobrinas, mis alumnas, mis amigas, mi madre, mi hermana y todas las mujeres que por suerte aún seguimos vivas, quiero que resuene en cada una de las células de quiénes nos matan, nos violan, nos desaparecen, nos mutilan, nos secuestran, nos ignoran, nos menosprecian, nos drogan, nos difaman, nos encierran, nos limitan, nos callan, nos vuelven un número, nos reprimen, nos torturan, nos pagan menos, nos obligan, nos humillan, nos juzgan, nos hieren, nos abandonan, nos entierran, nos usan, nos gritan, nos olvidan, nos queman, nos controlan, nos acosan, nos desuellan, nos empalan, nos minimizan, nos engañan, nos manipulan, nos imponen, nos amenazan, nos violentan, nos desembran, nos dejan en bolsas, nos sumergen en ácido: TÚ NO ERES MI DUEÑO, constrúyete desde el amor, la consciencia, la información, la empatía, la vulnerabilidad, el honor, y reconoce que eres parte del problema hasta con la más pequeña broma sobre ser mujer y sobre cada víctima.
Estoy agradecida de mi lugar privilegiado, y soy tan feliz de tener lo que tengo gracias a las mujeres de la historia que obtuvieron con sus vidas las garantías que hoy tengo, pero estoy más feliz de formar parte de esta generación, de vivir este tiempo en el que estamos unidas y protegidas por nosotras mismas y que mañana tendremos la justicia para las que ya no están, la equidad, la igualdad y el respeto que todas merecemos, porque trabajaremos por ello y vamos a conseguirlo, a pesar de aquellos que no lo desean.
No soy mi voz, soy la voz de las que ya callaron y todas ellas cantan en mi voz…
*Soprano
Ser mujer en un entorno patriarcal
Por Dona Wiseman*
En mi vida he acompañado a y he sido acompañada por muchas mujeres. Crecí en presencia de mi madre y de la madre de ella. Tuve una madrastra y una hermanastra. Tuve una suegra. Tengo 3 hijas y perdí la cuenta de las alumnas que tuve, niñas y jóvenes de 2 a 18 años. Me formé como psicoterapeuta con maestras y compañeras. Fueron mujeres quienes me impulsaron a escribir. Y, hoy día, convivo con mujeres en el escenario, veo a mujeres en el consultorio, y comparto con mujeres entornos que se adornan de vino tinto y fogatas.
Me tomó muchos años de proceso personal entender lo que significa para mí ser una mujer fuerte en este mundo patriarcal. Tuve que mirarme como parte de esa estructura e ir lentamente desgranando mi propio sistema de creencias para acercarme a la apreciación que tengo hoy de lo que parece una lucha entre hombres y mujeres, pero que más en el fondo es nuestra lucha como especie contra un sistema que ya nos queda muy pequeño. Porque sí, he acompañado y he sido acompañada por hombres también, pero…
La historia dictaminó que la lucha (esta lucha) surgiera de la sangre de mujeres, no la sangre de hoy, sino la de siempre. Las mujeres aportamos sangre a la vida. Sangre de maestra, de escritora, de actriz… Sangre menstrual, sangre de partos, sangre de los compañeros paridos por otras mujeres y de los hijos que hemos parido. Siento la pasión por la vida en la sangre. Cada gota derramada es un sí a la vida. Y cada sí a la vida es una victoria. Nos está costando mucho. Ha costado hace ya generaciones y seguirá costando. Espero que mañana (un día dentro del alcance de mi mirada) la sangre que brindemos sea siempre por nuestros “sí” ante la vida, por la pasión del consultorio, de las formaciones, del teatro, de la tinta, y que poco a poco deje de ser arrebatada.
*Terapista y Asesora en Desarrollo Humano
El día que dejé de amar a Pedro Infante
Por Julia Berenice*
Desde pequeña desarrollé un gusto por todos los melodramas que conformaron la época del cine de oro mexicano. Me sentaba frente al televisor religiosamente y disfrutaba, con pañuelo en mano, los diálogos y las actuaciones anegadas de sufrimiento, que protagonizaban actores y actrices como Marga López, Silvia Pinal, Arturo de Córdova, Ignacio López Tarso, Carmen Montejo y por supuesto, Pedro Infante. Siguiendo con esta tradición, hace pocos días, sintonicé un canal donde empezaba la película “Necesito dinero”, protagonizada por Sara Montiel y “El inmortal” Pedro Infante. Esta vez no soporté ni cinco minutos viendo la película. Les cuento, el personaje que interpreta Pedro Infante es un mecánico en cuyo taller hay una pequeña ventana con vista a los zapatos de las personas que van pasando. De pronto deja sus actividades laborales y les pide silencio a sus compañeros de oficio porque dice: “ya va a pasar La Zapatitos”, una mujer que lo tiene cautivado sólo por su calzado y la manera en que acomoda sus medias. Sabe los horarios en que pasa por ahí y desde lejos expresa: “adiós reina”. En la escena siguiente Pedro Infante se sube a un camión de transporte público que frena súbitamente por lo que nuestro protagonista cae al suelo y se topa con la imagen de, sí, adivinaron: “La zapatitos”. Empieza a dirigirse a ella como si la conociera y le “hace el amor”, como decían en esos años, y entre otros diálogos suelta esta frase “me sé tus piernas de memoria”. La mujer, enojada y asustada, abandona el camión y lo abofetea, él se baja también y la sigue, ella le pide que deje de seguirla, pero él no respeta eso y la espía hasta ver en dónde vive. Cambié el canal con una sensación de tristeza, de repugnancia y de disgusto. Y bueno, sólo para no dejarlos con la duda y porque ya antes la había visto completa sin mayor actitud crítica, les cuento: posteriormente el protagonista se aparece en casa de la chica pidiendo rentar una habitación. Ella al verlo se enoja muchísimo pero la madre le pide que no sea exagerada y deje de ser grosera con el nuevo huésped descalificando totalmente la frustración que siente su hija. Al final, no van a adivinar, ambos protagonistas terminan perdidamente enamorados.
Y es así, como generación tras generación, a las mujeres, a las que nos han puesto apodos como el de “Zapatitos” para invisibilizarnos y no nombrarnos, se nos enseñó (y ni cuenta nos dimos) a romantizar el acoso, a perpetuar la idea de que en nuestra naturaleza está la sumisión, el perdón, la sensibilidad, la idea de que el amor todo lo puede y que no puedes rendirte, no tienes permiso de hacerlo porque sólo ese amor convertirá en bondadoso al hombre que necesita que lo salves.
Tampoco podemos ofendernos y protestar si alguien en lugar de llamarnos por nuestro nombre nos dice “mi reina”, “chiquita”, “princesa”, porque entonces nos juzgan y no sabemos (porque no nos enseñaron) esa frustración. Los adjetivos que sí nos otorgan son el de exageradas, ridículas, hipersensibles, intolerantes, feminazis y otros más que hasta me duele escribir... » PAG 3
El sistema heteropatriarcal nos ataca sutilmente, se inserta en nuestros inconscientes colectivos silenciosamente, en las canciones, en el cine, en la tradición oral, en la crianza… en todo. Y llegamos a la edad adulta justificando la infidelidad, el maltrato, la discriminación. Normalizamos las relaciones desiguales de subordinación con nuestros jefes, padres, maestros o cualquier figura de autoridad y aceptamos las formas con las que deciden tratarnos.
No somos conscientes de los pequeños actos que perpetúan los micro machismos como el hecho de que el hombre con el que caminas te cambie tu lugar en la acera, te acomode la silla en el restaurante, te ceda el asiento, pague tu cuenta porque así deber ser, porque eres mujer y aunque pueda parecer inofensivo o algo que se hace por buena educación, suceden otros actos machistas por exactamente la misma razón: nos matan, nos secuestran, nos hacen parte de las redes de trata de personas y esto también es por ser mujeres.
Practicamos y respaldamos los roles de género sin cuestionarlos, sin pensar en las implicaciones. Y no, no es cuestión de sembrar sentimientos de culpa entre mis congéneres (demasiada culpa cargamos ya con el mito de la desobediencia de Eva); la intención genuina al expresarlo es porque al nombrar lo hacemos visible y es entonces cuando podemos luchar para cambiarlo.
Compañeras, seamos conscientes de nuestros actos cotidianos, de nuestro uso del lenguaje. En estos días hice un ejercicio de revisión de las mujeres en refranero mexicano y me topé con dichos como: “mujer bigotona, o es marimacho o mala persona”; “la mujer y el melón se calan por el pezón”, “dile que es hermosa y pídele cualquier cosa”, “a las mujeres y a los charcos hay que entrarles por en medio”, “mala para el metate, pero buena para el petate”, “al caballo con la rienda y la mujer con la espuela”, “el que tiene mujer fea, no sé cómo se recrea”. Disculpe el lector si este lenguaje le parece ofensivo, pero es real y está inmerso en la tradición oral.
Dejemos de enaltecer los estándares de belleza en turno, entendamos que no somos una propiedad más de nuestros esposos. Exijamos a nuestras autoridades mayor sensibilidad y preparación para que no salgan a declarar que “nos dan permiso de protestar” quitándole todo sentido a nuestra lucha.
Seamos sororas y recordemos que somos la voz de nuestras ancestras, de las once mujeres que cada día pierden la vida, de las niñas que están siendo violadas. No tenemos opción, es nuestro derecho y nuestra obligación hacerlo.
*Licenciada en Letras Españolas. Fotógrafa profesional
Feminismo: combate ancestral
En la escuela estudiamos a Hidalgo, que inició el movimiento de Independencia de México. Estudiamos a Morelos, Allende, Guerrero. Pero nada se sabe de la conspiradora Gertrudis Bocanegra, que luego de perder a su esposo y a su hijo en batalla, anduvo con el pelotón insurgente para curar heridos y organizar grupos de lucha. Murió fusilada. De Doña Josefa Ortiz sobrevive la anécdota de los golpes de tacón, aunque de su militancia y detenciones posteriores se guarde silencio. Igual sucede con Mariana Rodríguez del Toro, que ideó el secuestro del virrey; Rafaela López, que prefirió perder a su hijo menor en vez de suplicar a los otros, los hermanos López Rayón, el abandono de la causa; con Antonia Nava, que vivió errante en el ejército rebelde.
Nadie habla de Catalina Erauso, la monja espadachina que en el siglo XVII se embarcó a América disfrazada de hombre para tener aventuras en el Nuevo Mundo. A pesar de que murió en Veracruz y escribió sus memorias, no recuerdo su presencia en los libros escolares. Nadie habla de Cristina de Pizán, nacida en 1364, que prometió vivir de la escritura y denunció en sus textos la marginación de las mujeres. En la literatura mexicana, fuera de la gran Sor Juana y la moderna Rosario Castellanos, ¿qué sabemos de nuestras escritoras?
La historia de las mujeres es la historia del combate, de la resistencia. Ningún estado nos “regaló” el derecho. Golpes, sangre, muerte para poder estudiar. Golpes, sangre, muerte para poder votar, para poder trabajar. Ahora la guerra es ideológica. Nos han borrado de la historia (o de la historia patriarcal). La educación se convirtió en un adoctrinamiento que insiste en hacernos pensar que no hemos hecho nada importante más que llorar y encontrar marido. No nos enseñan que la figura del ama de casa la inventó el capitalismo, como señala Silvia Federici. Que los feminicidios son violencia sistematizada para evitar el reclamo de la justicia, como asegura Rita Segato. ¿Cómo entender el feminismo cuando se omite de la escuela? ¿Cómo entender si 24 horas 7 días a la semana recibimos por todos los canales posibles la información contraria? Francesca Gargallo dijo: “Donde hay un privilegio, hay un derecho negado”. Y ese derecho se tiene que recuperar. Pero primero, habrá que recuperar nuestra historia, para entender nuestro presente y encausar la resistencia hacia otro mundo posible.
*Es Licenciada en Letras Españolas
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