Naturaleza indómita en el arte japonés

Circulo de Oro 2021
/ 17 marzo 2011

La música, el teatro, la literatura, la poesía y la plástica de Japón han registrado las vivencias de los desastres naturales

México, D.F..- Una ola gigantesca amenazan con arrasar con el sagrado monte de Fuji, símbolo nacional de Japón, mientras que los pescadores en sus barcazas desafían a las perfectas espirales del oleaje. La imagen es poderosa y bella. Se trata de "La gran ola de Kanawaga", una de las obras de arte más famosas de la cultura nipona, realizada entre 1830 y 1833, por Katsushika Hokusai.

La obra fue creada no como una premonición catastrófica, sino como el retrato de la relación que posee el pueblo japonés con la naturaleza.

El poeta y escritor mexicano Aurelio Asiain, quien desde hace nueve años vive en la isla, a propósito de un poema escrito por un cortesano de Otomo no Yakamochi en noviembre de 730, reflexiona sobre las motivaciones de su autor, si bien apuntaba que se refería al temor ante la navegación, reflejaba la "incertidumbre ancestral del alma japonesa, habitante de una isla inestable, azotada por las tifones, agitada por los temblores, temerosa de los volcanes".

En ese sentimiento, escribió Asiáin en su blog en 2007, puede encontrarse el origen de la visión japonesa de la naturaleza, que se ha reflejado no sólo en la poesía, sino también en todo el arte y la literatura nipones.

De acuerdo con Luis Coronilla, coordinador de la biblioteca de la Fundación de Japón en México y estudioso de la cultura nipona, desde el inicio de su existencia, Japón ha vivido consciente de la fuerza de la naturaleza.

"Los japoneses han desarrollado una estética sublime y sutil para conceptualizar las vivencias del desastre. La música, el teatro, la literatura, la poesía, el grabado, han registrado estos fenómenos. No debemos olvidar que es un pueblo sintoísta, es decir, no está desligado de todo lo que le rodea. La montaña, el mar, es parte de la gente; si bien admite la vulnerabilidad, es a través del arte que los japoneses subliman la devastación", explica Luis Coronilla.

Un reciente artículo publicado por el filólogo español José Pazó, refiere que en 1212, un japonés, Kamo no Chomei, escribió "Hoojoki", traducido por Jesús Carlos Alvarez Crespo en 1998 como "Un relato desde mi choza"; ahí se narra de forma autobiográfica el retiro del autor a una choza tras vivir cuatro desastres: el incendio de Kioto de 1177, el tifón de 1180, la hambruna de los años 1181 y 1182 y el terremoto de 1185.

"La sencillez, la aceptación de la naturaleza -sea bella o terrible-, el desapego, la inocencia, la compasión, la serenidad, la búsqueda inquebrantable de la verdad interior, el deseo de seguir el propio camino aceptando al otro y sin querer dañarlo, la aceptación de los propios errores, todo eso está en Kamo no Chomei, en el relato desde su choza. Y está en los japoneses que ahora hacen colas en los supermercados derruidos sin protestar ni intentar adelantarse, en su silencio ante la bofetada de la naturaleza", escribió Pazó.

La actitud ante el desastre

Sobre esta relación con la naturaleza, el investigador español Jesús González Valles apunta en el libro Filosofía de las artes japonesas, que debido al budismo zen la postura del japonés frente a la naturaleza no es ni dominante ni destructiva "sino respetuosa y condescendiente hasta la sumisión.

"Puede decirse que es una actitud religiosa no porque rinda culto latréutico a los seres naturales sino porque la constituye en espejo de la vida y del yo propio y personal (.). El amor de los japoneses a la naturaleza tiene sin duda su origen en el innato sentido estético para las cosas hermosas", refiere.

Sobre el budismo zen, Coronilla explica que el culto original de Japón es el sintoísmo, es decir, la creencia de que todo tiene alma y espíritu. "El budismo zen llegó después y en comparación en el budismo tibetano, dicta que hay una relación más estrecha con la naturaleza, el agua, la lluvia, la montaña, todo se representa en el interior de los japoneses".

En ello difiere el escritor Alberto Ruy Sánchez, quien opina: "en Japón no son monoteístas, eso cambia todo. No es posible generalizar, sin embargo la naturaleza ha sido intervenida en Japón desde hace muchos siglos, basta con ver los jardines que han sido creados por el hombre. En la visión occidental creemos que hay que dominarla, en cambio los japoneses, la miran como parte del arte. De manera que la catástrofe es parte de la vida y por eso se recuperan una y otra vez".

Esta visión, agrega, se traslada a la poesía. "Los haikus siempre hablan de la naturaleza, pero también se escriben como metáforas de la defensa humana. Los japoneses desde pequeños aprenden a escribir haikus, pero no escriben sobre la naturaleza, la leen", comenta.

A decir de Coronilla, la literatura contemporánea también se ha encargado de los desastres naturales, como Haruki Murakami, uno de los escritores japoneses más exitosos de los últimos años, quien describe en el cuento "Después del terremoto" cómo una mujer está frente al televisor durante cinco días, observando imágenes del terremoto, hasta que se levanta y decide escribirle una nota a su marido avisándole que no volverá a casa jamás.

Asimismo, el desastre natural ha ocupado el interés de los artistas visuales. "El grabado ha sido usado como una vía de expresión ante la catástrofe, podemos observar obras de grandes maestros como Hiroshige o Hokusai, en donde la lluvia, los incendios de las casas de madera, las erupciones de los volcanes, los tsunamis, forman parte del discurso estético nipón. Son obras bellísimas y muy difíciles de crear. No hay visiones apocalípticas, solo entendimiento de la tierra. En Japón hay un dicho muy común que nos ayuda a entender esto: `Se cae siete veces y se levanta 8', es decir, hay tragedias, sí, duelen, pero la vida se reconstruye".

Por las sendas de Oku

Sendas de Oku es considerado un clásico de la literatura oriental, que en el mundo hispanohablante cobró relevancia gracias a la traducción de Octavio Pazy Eikichi Hayashiya, aunque fue largo el proceso de aceptación, ya que fue traducido en 1956 y obtuvo relevancia después de más de una década.

La obra es de Matsuo Basho, gran poeta del siglo XVII, quien realiza un viaje por Tohoku, hoy zona devastada. Ahí se encuentra Matsushima, que es, a decir de Asiain, uno de los sitios más bellos de la isla y uno de los centros literarios más importantes de Japón.

Basho, al viajar por Matsushima, se quedó mudo y, ante el bello paisaje sólo atinó a escribir un poema que sólo repetía: "¡Oh, oh!, Matsushima, ¡oh, oh!".

En el prólogo, Paz escribió: "Para Basho la poesía es un camino hacia una suerte de beatitud instantánea y que no excluye la ironía ni significa cerrar los ojos ante el mundo y sus horrores. Basho nos enfrenta a visiones terribles; muchas veces la existencia, la humana y la animal, se revela simultáneamente como una pena y una terca voluntad de perseverar en esa pena".

Poema del libro "Sendas de oku"

La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a casa de Sampu, para esperar ahí la salida. En uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho estrofas. La primera decía:

Otros ahora
en mi choza - mañana
casa de muñecas

Aunque no sabía qué clase de gente realmente era aquella, sentí unas extrañas ganas de conocerlos, pero cuando me acercaba a una de sus chozas me detuvo el reflejo de la luna sobre el mar: el paisa de Matsushima se bañaba ahora en una luz diferente a la del día anterior.

En Matsushima
¡sus alas plata pídele,
Tordo, a la grulla! (Sora)

Matsushima se ríe y Kisagara frunce el entrecejo; a la serenidad una la melancolía y la quietud del paisaje pesa sobre el alma:

Bahía Kisa:
Seishi duerme en la lluvia

Poema de cortesano De Otomo No Yakamochi

Aun en casa
vivimos vacilando;
sobre las olas,
en flotante morada,
quién sabe a dónde vamos...

Noviembre de 730 (Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya)

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