Revive fiesta brava en una plaza imaginaria de Saltillo
Cada tarde un hombre simula torear en medio de una corrida de toros, con una chamarra como capote, en la plaza de las Ciudades Hermanas.
No recuerda su nombre, pero dice que nació en Campo Bravo en la ganadería Santa Elena. Sus abuelos y ancestros se dedicaron a los toros toda su vida, asegura con el ceño fruncido y mirando hacia la nada.
Un pedazo de palo de escoba y una chamarra son su capote. Se detiene para hablar como si lo extrajeran de en medio de una corrida, pero mientras no habla permanece en ella, torea.
Recibe aplausos y se inclina ante un público fantasma. Lo rodea la algarabía, lo colorido, la emoción, el arte, drama, belleza y pasión que encierra la tauromaquia.
Olé, aplausos y de nuevo capote al aire. La fiesta brava continúa. Ahora es nieto de Carranza y guarda el secreto para “poder con los españoles”. Luego asusta a uno que otro despistado que cree que detrás de él hay un toro.
Un cúmulo de sensaciones atraviesa su mente, dice, son recuerdos vívidos de las fiestas taurinas, por eso con firmeza controla el miedo y sus emociones; “imploro a la virgen me deje salir vivo de esta”, dice.
“Aquí me gusta torear, traer la fiesta brava a la gente, que recuerde cómo era la fiesta”, comenta. Porque quienes no están de acuerdo, no son saltillenses, sabe de dónde serán.
Saltillo es torero, aseguró, las cuestiones políticas son aparte, dice. Pero tienes razón, dice, no hay que picar a los toros, solamente torearlos.
Esto es vida, dice, olor a flores, a tabaco, tierra mojada, soles rojos en el cielo, perfume de mujer y olor a toro en la ropa. La fiesta brava sobrevive en su memoria.