Un reportero con suerte

Saltillo
/ 26 septiembre 2017

    Dicen que no hay reportero sin suerte y yo soy un convencido de eso.

    Encuentro historias con relativa facilidad, o sea que no batallo, y al menos en ese aspecto creo que tengo vara alta con la Divina Providencia.

    Sin embargo, a lo largo de mi vida de reportero me he dado de golpes en la pared muchas veces.

    Por ejemplo, cuando las fuentes para construir un perfil escasean y la única persona que puede hablar, dar una entrevista, platicar, tiene problemas de lenguaje o padece discapacidad intelectual.

    Ya me ha tocado, por eso se lo digo y es cuando reniego un poco de mi profesión y prefiero haber estudiado docencia, química o abogacía.

    Me sucedió hace poco, cuando fui a Múzquiz para tratar de armar el cuento de las tres ancianas asesinadas por un joven vecino drogadicto,

    Pues nada, resultó que nadie quería platicar con un servidor, me decían que por miedo a… no sé, nunca me lo dijeron, supongo que a represalias de la familia del homicida.

     

    Y la única persona que accedió a hablar, la matrona de una familia que había sido protegida de las ancianas, estaba imposibilitada para expresarse con clara dicción y además tenía dificultades para coordinar pensamientos e ideas.

    ¿Y ahora qué voy a hacer?, me dije, era un reportaje que me habían encargado mucho.

    De buenas que en la entrevista, en casa, o mejor dicho, choza de esta señora, había un chamaquito amigo de la familia, como de unos 8 ó 10 años, que se encargaba de traducir, que hizo las veces de intérprete en la charla, y creo que no me fue tan mal. No hay reportero sin suerte.

    Otra fue cuando hice la historia de un hombre en San Pedro, Coahuila, que tiene una z labrada a navaja en toda la espalda.

    Ese sí hablaba, pero se le iba el avión bien gacho y ahí como pude armé su historia a partir de testimonios de gente que lo conocía y pensé: “mira, no hay reportero sin suerte”.

    Hubiera querido publicar la vida de célebre boxeador Antonio “Zurdo” Piña, contada por él mismo, pero llegué muy tarde, cuando, afectado por tanto madrazo y tanto pisto, el púgil ya no hablaba o hablaba muy poco.

    Afortunadamente lo pude hacer con la ayuda de su esposa, sus hijos y gente del medio.
    No hay reportero sin suerte…

    Pero qué chascos me he llevado, señores.

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