Vendedor de desperdicios, un raro oficio de Saltillense
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Hace algunos días que andaba de callejeo, conocí a un señor que tiene un raro oficio.
En mis 20 años de reportero he conocido a gente de oficios raros, pero como éste no, de plano.
El susodicho señor, que se llama don Manuel y vive en la colonia Isabel Amalia, se dedica a ¿qué cree?, a juntar desperdicios por las casas del sector para luego venderlos con los vecinos que tienen marranos.
La gente le regala sus sobras, sus desechos de comida, y él los vende, por unas monedas, a los dueños de chanchos.
Qué oficio tan vaciado, ¿no?
Por supuesto que don Manuel, septuagenario y enfermo de presión arterial, es un pensionado que recibe mensualmente 3 mil pesos, ni para la luz.
Cada vez que pienso en él, pienso no en ingenio mexicano, sino en el poder del instinto de conservación, de sobrevivencia del mexicano.
Mire si es difícil sobrevivir en este país para los más pobres de los pobres.
Muchas mañanas he visto a don Manuel salir con su triciclo a recolectar desperdicios y no acabo de sorprenderme.
El día que me lo presentaron y don Manuel me dijo de su oficio, pensé que estaba bromeando, que me estaba contando un chiste de mal gusto.
Sólo me convencí cuando otro día lo miré venir con su carrito rebosando de comida echada a perder.
Huelga decir que el ambiente olía a rayos y todo don Manuel.
Entonces me acordé de los políticos, de los gobernantes, de los diputados, magistrados y altos funcionarios, con sueldos de primer mundo y los odié.
Y me prometí publicar este trozo de crónica para vergüenza de ellos. Al que le caiga el saco, que se lo ponga.
Otra mañana volví a ver a don Manuel con su triciclo sentado a la sombra de unos árboles en el jardín exterior de una casa, en la Isabel, y me dije, don
Manuel está descansando, bueno es, él también tiene derecho.
Después de ejercer tan nauseabundo oficio, merece respirar aire puro, como usted, como yo, ¿no cree?