- 31 octubre 2022
A partir de que se permitiera la comercialización de la tierra y el agua, en el ejido el Retiro, municipio de San Pedro, los pobladores comenzaron a ver en los ejidos vecinos que las pequeñas propiedades estaban comprando tierras y la gente se empezaba a quedar sin parcelas.
Empezaron a ver, también, que la gente emprendía migraciones. Por esos años, entre 1992 y 1993, se autorizó poca dotación de agua porque las presas estaban vacías. Mucha gente se fue a buscar trabajo a otras ciudades. Alguna gente ya no regresó, recuerda el comisariado ejidal Jesús García Cornejo.
Entonces, en el ejido El Retiro decidieron que lo mejor era blindar la venta y prohibir que gente externa comprara terrenos o derechos de agua. El Retiro es hoy un emblema entre los ejidos de la región, pues es quizá el único en donde sus pobladores han resistido la embestida de los agroempresarios.
El ejidatario Manuel Llanas de León dice que es un acuerdo de asamblea, donde se estipuló que si alguien quería vender, se ofreciera primero en la comunidad. Ese acuerdo se ha conservado por casi 30 años.
“Es un acuerdo de asamblea y es sagrado”, así lo describe Jesús García Cornejo.
Actualmente hay un padrón de 286 ejidatarios, de los cuales 86 siguen trabajando sus tierras. El resto las renta a la misma gente del ejido, un poblado que no varía mucho del resto en la región: viviendas despintadas y sin enjarre; calles de tierra y fachadas con tinas y tinacos para almacenar agua.
Jesús García Cornejo conduce por estas calles hasta las tierras donde la gente, como hace décadas, sigue sembrando algodón. El forraje no es opción, pues los ejidatarios cuentan que en alguna ocasión intentaron sembrarlo, pero en venganza a su negativa por vender o rentar tierras, los estableros perjudicaron a los campesinos.
“Nos tienen recelo. Sembraron alrededor de 30 hectáreas, y el establero fue canijo, les cortó cuando ya estaba fuera de tiempo”, comenta el comisariado.
-¿Recuerda qué empresario fue?
-Se habla de los Tricio, son tremendos.
Para Manuel Llanas fue un acto de “premeditación, alevosía y ventaja”, pues explica que los agricultores saben cuándo el cultivo está en su punto de corte. Por eso dejaron pasar días para que mermara el punto óptimo del cultivo y así la utilidad.
No volvieron a sembrar forrajes y regresaron al algodón, el cultivo que por décadas mantuvo a esta región.
A un costado del ejido se halla el establo “Sofía”, productor de leche LALA, según dice el mismo anuncio que está sobre la carretera.
La mayoría de los campesinos en este ejido mantienen una dotación original de cinco hectáreas y su derecho de agua.
Los que no trabajan la tierra la rentan en mil 500 pesos la hectárea y 15 a 20 mil pesos el derecho de agua. Jesús asegura que no hay en todo el ejido quien tenga más de seis derechos de parcela. Hay derechos que se han vendido en 350 mil pesos.
En el caso del comisariado ejidal, compró en una ocasión un derecho de agua que le dejó a su papá y ahora pertenece a su mamá. Después compró a otro compañero un “derechito”, como le dice.
En el resto de la Comarca Lagunera hay otros intentos por resistirse al acaparamiento de los agroindustriales. En el ejido Las Mercedes de Francisco I. Madero, los hermanos Felipe y Juan Varela son también una insignia de la resistencia.
Los dos han luchado contra el acaparamiento en un momento donde, dicen, muchos se aburrieron de luchar y por 150 mil pesos vendieron todo.
En Las Mercedes son 127 ejidatarios y cerca de 90 compañeros se mantienen con sus tierras.
“Hemos luchado porque la tierra no se vendiera por fuera. Que el ejidatario comprara aquí. Luchamos para que no entren”, cuenta Felipe Varela, campesino de 78 años.
Los hermanos sueltan los nombres de Tricio, Diego Espada y Francisco Serrano, como los acaparadores que han comprado e intentado adquirir más tierras y agua.
Cuentan que en una ocasión Diego Espada, quien de acuerdo con el Registro Público de Derechos de Agua (REPDA) tiene 13 títulos de concesión de agua y un volumen de extracción permitido de 3 millones 461 mil metros cúbicos de agua, compró en un terreno colindante y comenzó a explotar una noria que no era de él. El ejido le paró la noria. El ejido Las Mercedes tiene una sola concesión de agua subterránea para extraer un volumen de 480 mil metros cúbicos, seis veces menos de lo que tiene el empresario Espada.
“No voy a comprar ni una carretilla de tierra en Las Mercedes”, recuerda Felipe que dijo el agroindustrial cuando se le plantaron.
Juan Varela, 71 años, asegura que muchos han intentado comprar, pero no han podido por la política que instauró la gente para que ya no entraran los empresarios lecheros. Juan cree que, si se les da entrada, será como una mazorca: se cae un grano y todos caen.
Los hermanos siembran ajo, verduras o nopales.
En acceso al agua, primero las vacas
Jesús García Cornejo reconoce que ha habido años malos donde la gente no saca ni siquiera la inversión de la parcela. La falta de apoyos del gobierno no es como hace décadas, se queja. Ahora no hay ni una ventanilla de gobierno para que los campesinos pregunten por apoyos.
El año pasado sembraron 500 hectáreas de algodón, un cultivo complicado porque se rige con el mercado internacional.
Hay también tierras alejadas en las partes altas del ejido donde el agua rodada no llega. Conagua, añade Jesús, los tiene restringidos para sacar agua solamente de una noria. “Nos está faltando mucho el abasto de agua. Muy presionados. Por qué no abren otro”, cuestiona el comisariado.
El Retiro tiene cinco años con una crisis de agua. Por las llaves de las casas el agua sale de forma esporádica. Riegan en secciones.
Manuel Llanas critica que mientras la gente del ejido batalla para el agua de consumo humano, el establo “Sofía” y otros establos como Santa Mónica, cuentan con una noria que continuamente extrae agua para el ganado.
“Es muy complicado aceptar que en ese establo hay cinco mil vacas, y en la comunidad somos tres mil. Las tres mil personas con un consumo de 100 litros diarios, y no tengamos esa necesidad satisfecha. Se me hace complicado aceptar que estemos así. Si ellos pueden, por qué a nosotros no nos han solucionado el problema”, critica el ejidatario Manuel Llanas.
El reclamo es común entre los pobladores de ejidos. Lo que más molesta a la gente de la comunidad rural es que a veces hay comunidades sin agua y al lado tienen un establo con dos o tres norias, aspersores para las vacas para que no se estresen.
“Cómo es posible que el humano no tenga agua y los animales sí”, cuestiona Jesús Espinoza, investigador de la Universidad Autónoma de Coahuila.
El futuro
El comisariado Jesús García Cornejo platica que siente amor por el campo, por ver crecer las plantas, por seguir labrando la tierra como lo enseñaron sus padres y abuelos.
Lamentablemente, admite, a sus hijos y a los hijos de sus compañeros no les gusta el campo. “Los ejidatarios que somos, tenemos arriba de 50 años”, dice.
De acuerdo con la Encuesta Nacional Agropecuaria de 2019, Coahuila tiene el más alto porcentaje (54.8%) de productores entre los 61 y 75 años y el más bajo porcentaje (7.7%) del país entre los productores con edades entre los 26 y 45 años, y entre los 46 y 60 años (26.4%)
Felipe Varela de Las Mercedes no tuvo hijos y piensa heredar sus derechos a un sobrino. Pero no tiene esperanzas en que las trabaje. “Van a vender todo, pero que la venda él”, dice casi resignado a pesar de que expresa que la tierra ha costado sangre.
En los ejidos no hay campesinos nuevos y, sobre todo, no miran amor por la tierra.
A Manuel Llanas le preocupa que a los muchachos no les guste trabajar la tierra.
Jesús García teme que sus hijos vayan a vender en próximos años. Tiene dos hijos y a ninguno le gusta el campo. Ha intentado platicar con ellos, pero le dicen que no les gusta andar en la tierra, el sol, pasar el hambre que a veces se tiene que soportar en las parcelas.
“Es el gran temor”, recalca el comisariado.
Manuel es consciente que no puede decir que nunca venderán. “El poder del dinero es tentativo”, dice. Y quizá, la necesidad se agravará y comenzarán los conflictos, agrega.
“Esperemos que siga habiendo gente para que se quede aquí”, dice Manuel con aires de esperanza.
Otros ejidatarios como Félix Ramírez de Lequeitio, aseguran que permanecen en una lucha por evitar que el productor social desaparezca. Él recibió los derechos agrarios de su papá, que a su vez los recibió de su abuelo.
“Sería lo último que haría en la vida”, dice tajante.
Ramírez confía en que su hijo seguirá. Le ha instruido que la tierra no se vende ni se renta.
Cruz Rodríguez, ejidatario de La Partida, agrega que la tierra no tiene precio.
Que la tierra vale.