Saltillo: la ciudad de los peatones ignorados y vialidades violentas
Los casi mil atropellados en Saltillo durante la última década no son prioridad. ¿Qué estamos haciendo para construir una ciudad más segura y digna para el peatón?
El responsable de atropellarlos huyó. Ella tuvo lesiones graves; él heridas menores; su mascota murió; la Fiscalía perdió la carpeta de la investigación.
Nadie despierta un día pensando que va a atropellar a alguien por accidente. Mucho menos que ocurrirá a los 14 años, cuando tus padres no saben que manejas, que agarras la camioneta de la familia a escondidas, cuando no tienes licencia ni permiso. No se dimensiona que las heridas causadas por el impacto de un auto con una persona, aunque mínimas, llevan el corazón a cien, haciéndote suponer que acabas de terminar con una vida. Nadie despierta un día pensando que por tus actos, alguien más terminará en la cárcel. Mucho menos tu papá. Pero aunque no lo desees, aunque no se te cruce por la cabeza como algo que llega de repente, puede ocurrir. Y le pasó a José de Jesús Pérez Rivera.
Fue durante un caluroso sábado de junio de 2014. Jesús recuerda que por la mañana, su hermano mayor, entonces de 20 años, tenía que ir a trabajar. Para esto tenía que salir de su domicilio en la colonia Miguel Hidalgo y llegar a la casa de una clienta en la Vicente Guerrero, un sector al sur de Saltillo que está prácticamente pegado. La distancia concreta entre ambos puntos era de apenas unos 2 kilómetros. Así, pensando en que era algo fácil, y que no había nadie más en casa, le propuso llevarlo.
“Mi papá tenía las llaves de la camioneta ahí en la casa y se me hizo fácil comentarle a mi hermano: yo te llevo. Ya tenía manejando como unos seis meses, pero todo sin que mis papás se dieran cuenta. A veces en las mañanas me llevaba la camioneta a la secundaria o la agarraba cuando salía con mis amigos”, platica Jesús.
Para entonces tenía unos 6 meses manejando. Había aprendido en el rancho con los tractores y camionetas de la familia. De ahí la confianza que sentía al conducir la Lobo de su padre en la ciudad. De ahí que nunca pensara en que algo pudiera salir mal.
El trayecto de ida ocurrió sin percances. Pero las cosas se salieron de control más tarde, cuando su hermano le pidió pasar por él para el regreso a casa.
Jesús encendió la camioneta y avanzó con prisa. Pasó por su hermano. “Trato de ir más rápido por él para que cuando llegara mi papá no viera que agarré la camioneta”. En eso recibió una llamada de su padre diciéndole que ya había salido del trabajo, pero que antes de llegar a casa, pasaría primero con un amigo suyo. Así que el apuro de Jesús disminuyó. Todavía les dio tiempo a llegar a una tienda para que su hermano comprara material para un servicio de maquillaje que daría después.
Eran casi las dos de la tarde. Conducían sobre la calle 46 en la colonia Guerrero. Esquivaron algunos baches, porque dice Jesús que esas calles parece que nunca pueden estar completamente pavimentadas. Ni hace 10 años ni ahora. Pasaron el cruce con la calle 18. A un costado, a su izquierda, hacia el noroeste, había un grupo de personas bebiendo en la banqueta y un grupo todavía más pequeño de niños jugando con un balón.
A mitad de la calle, la camioneta se detiene parcialmente para pasar un bordo. Cuando la camioneta ya casi lo dejó atrás, aceleró para retomar impulso. Pero al mismo tiempo el balón con el que jugaban los infantes cruza la calle y termina abajo del vehículo.
Un niño de siete años se encarrera para alcanzar la pelota, pero no mira a los lados. Jesús ni siquiera lo ve. No es que fuera distraído. Aunque tampoco es que un menor de edad, sin licencia ni permiso, debiera ir manejando. Así que a la par que la camioneta termina de pasar el bordo, se escucha un impacto en la carrocería.
Los accidentes pasan en un momento.
Sábado. Día soleado. Dos de la tarde. Calle 46 entre la 18 y la 19. Jesús, de 14 años, acaba de atropellar a un niño de siete.
De acuerdo con el oficio CSPC/UAI/297/2023 emitido por la Dirección General de Policía, en junio de 2014, hubo 14 incidentes reportados por atropellamientos con lesionados, con 17 víctimas en total.
Sin embargo, el accidente en el que Jesús se vio involucrado no está registrado en los documentos oficiales.
Los accidentes pasan en un momento. Y en un instante también todo mundo reacciona. Algunos familiares del niño se encontraban bebiendo en la banqueta de un domicilio cercano que más tarde se revela como la casa de la víctima.
Entre varios adultos agredieron a Jesús y su hermano. Los acusaron de haber matado al niño, quien tras el impacto contra la camioneta vieron cómo cayó de espaldas al suelo golpeándose en la cabeza.
Su cuerpo, ahí tendido en la picoteada plancha de asfalto en verdad parece muerto por unos momentos, porque no se mueve, no reacciona y porque la muerte es una de las cosas inmediatas que uno piensa cuando una camioneta lobo golpea a un pequeño.
Pero no está muerto. Sí respira. El niño está vivo. Aturdido y sofocado, pero vivo. Con sangre escurriéndole de la nariz, pero vivo.
“Cuando vi que el niño sí estaba bien, primero que nada me apuré mucho por mis papás, por mi papá más que nada. Pensaba que me va a regañar”, cuenta Jesús.
Entre el tumulto, los hermanos bajaron de la camioneta. Quién sabe si fue por los bríos o por la confusión o por el alcohol o por el parecido físico o porque aquel día llevaban una playera del mismo color, pero en vez de irse directamente contra Jesús, quien venía al volante, empezaron echarle bronca al hermano, que se veía ligeramente mayor.
“Él para poderme hacer el paro, se echó la culpa porque ya era mayor de edad y yo era menor. Y no tenía licencia ni consentimiento en eso para andar manejando”, platica Jesús.
Viendo la reacción cada vez más agresiva de los adultos por el accidente, la primera reacción del chico fue marcarle a un conocido de la familia que, coincidentemente, trabaja como policía y vivía cerca.
Llegó de prisa. Y como un símbolo, tras él llegaron las patrullas y después las ambulancias.
Viendo como una posibilidad que arrestaran a su hermano y que además se llevaran la camioneta al corralón y que los padres del niño atropellado interpusieran un demanda, con todo eso saliéndose de control y ocurriendo al mismo tiempo, Jesús, sin otra opción, llamó también al celular de su papá.
Llegó rápido y llegó negociando. Por la camioneta no pudo hacer mucho, así que terminó yéndose al corralón. Habló con los policías para que ninguno de sus hijos pisaran la cárcel. Jesús, aunque era el responsable real, ni siquiera estaba siendo señalado. Su hermano, en cambio, a quien ya tenían subido en la patrulla, pudo bajar pero a un costo inesperado. El padre fue esposado, subido a la patrulla.
“Los señores (familiares del niño) querían una cantidad de dinero para que no se llevaran a mi papá detenido. Querían creo que 30 mil pesos”, relata Jesús.
Pero ni tenían ese dinero en el momento “ni le queríamos dar moche a las autoridades”, así que su papá fue puesto a disposición de las autoridades.
Jesús dice que si bien tomaron su nombre y los datos de la placa, no vio que tomaran más datos.
En cuanto al niño, los paramédicos lo iban a llevar a alguna clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social o la Cruz Roja, pero la familia pedía que fuera a un centro médico privado. La presión fue tal que el menor fue trasladado al hospital Christus Muguerza.
Otra vez no se sabe si por suerte, por casualidad o por destino, pero el hermano de Jesús tenía un par de amigos trabajando ahí. Tras la valoración del atropellado, estos amigos le comentaron que derivado del golpe con la camioneta solo tenía algunos raspones y en efecto sangró por la nariz. Pero que lo preocupante no era eso, sino que el menor llegó con signos de desnutrición, golpes y moretones en la espalda que no correspondía con el accidente reciente. Le comentaron que si la familia quería hacer pasar toda esta situación como algo estrechamente relacionado con el atropellamiento, podrían poner una contrademanda o llamar a la Unidad de Integración Familiar (UNIF) para que interviniera.
Fue solo con esto último, con la noción de que la UNIF podría intervenir en el caso para evaluar las condiciones del caso, que la familia de la víctima decidió no proceder con la demanda inicial.
Con eso resuelto, el hermano de Jesús fue quien, gastando sus ahorros y con un préstamo exprés, se hizo cargo de los gastos médicos: 36 mil pesos.
Así, el niño fue dado de alta alrededor de las 15:30 horas. El papá del pequeño se despidió diciendo que si tenían un trabajo de albañilería que necesitaran, lo tomaran en cuenta.
El papá de Jesús estuvo en la cárcel desde la tarde de ese sábado hasta el lunes, 48 horas después del accidente. La camioneta la pudieron recuperar ocho días después. Fuera de eso, nada de multas.
Durante todo este relato, no se ha hecho mención de la mamá de Jesús. Y es porque a ella le ocultaron lo que ocurrió hasta que su esposo estuvo fuera de la cárcel.
“Les dijimos cómo se pusieron las cosas. Que yo estaba manejando, que pasa esto con este niño que simplemente había topado super leve, que los señores se pusieron un poquito exigentes y ya. Mi mamá, lo tengo más relax”, dice Jesús.
Es cierto que nadie despierta un día pensando que va a atropellar a alguien por accidente. Pero... hay fantasmas que lo terminan persiguiendo a uno. Y no, no es que con el tiempo el niño al que Jesús atropelló se le haya complicado la salud o alguna repercusión relacionada con esto. Lo que sí ocurrió es que años después, afuera de una tienda en la calle 23, se encontraría cara a cara con su papá.
– Me dice: ‘¿tú eres el sobrino de Marquitos? Yo soy el papá del niño que estuvo en el accidente con tu hermano’.
Así es. La familia nunca supo que él fue el causante del accidente. Pero no es que eso no le incomode, no es que no piense en eso frecuentemente.
“Empecé a manejar los 14 años. ¿Qué hace un niño de 14 años manejando? Aunque tú te creas muy bueno para manejar, no tienen los mismos reflejos, ni puedes actuar como una persona ya con más experiencia. Mis papás no sabían que yo manejaba, que me robaba las llaves. Por eso ellos nunca supieron lo que yo estaba haciendo”.
La vida de los atropellados cambia, sí. Y muchas veces para mal. Muchas veces con la muerte, lo cual afecta además a abuelos y abuelas, a padres y madres, tíos y tías, hermanos y hermanas, hijos e hijas. Y aunque esto no pretende bajo ninguna circunstancia justificar los atropellamientos, la vida de quien atropella también cambia.
Jesús está seguro que esto lo ha ayudado a ser más consciente de cómo maneja. De estar al pendiente de su alrededor.
“Yo me equivoqué, pero viendo lo que pasa todos los días en la ciudad yo creo que sí estamos muy para la fregada en cuestión de en cuestión de vialidades, como de conductores. No estamos muy bien preparados”.