Una camioneta atropelló a una pareja de novios el 23 de marzo de 2024. La mujer tuvo lesiones graves en las piernas perdiendo parcialmente la movilidad. El hombre tuvo heridas menores. Su mascota murió. La Fiscalía perdió la carpeta de la investigación. Mientras tanto, el responsable, aunque las víctimas creen haberlo identificado, sigue libre
- 27 octubre 2024
Dicen que Karely Abigaíl Casas Rangel murió tres veces después de que la atropellaran la noche del 23 de marzo de 2024, al sur de Saltillo, en la calle Felipe J. Mery.
De la primera muerte da cuenta su novio, Gilberto Eliezer Puente. Al recobrar el sentido después de salir volando por el golpe de la camioneta que los embistió, revisó su pulso y respiración. Al ver que no se movía, que no reaccionaba a pesar de llamarla, de moverla, de las cachetadas como hacen en las películas, que ni en sus muñecas ni en su pecho se sentían latidos, corrió aturdido 100 metros para buscar ayuda con su papá en la calle Leyes de Reforma y cuando lo vio se lo dijo: “Nos atropellaron, papá. Y me mataron a Karely”.
Pero cuando Gilberto y su padre volvieron, otra vez hablándole, diciendo en alto su nombre, la joven milagrosamente reaccionó. Recobró la mirada. Pero la memoria herida, como si no le doliera tener la carne desprendida de una pierna y la otra doblada hasta la espalda, preguntó que qué había pasado. En lo que llegaba la ambulancia, le dijeron que nada grave, que se habían caído. Un resbalón accidental. Porque el lugar en donde los atropellaron, tiene una rampa que conecta la calle con la pared de una casa atravesando la banqueta. No hay cochera de por medio y cualquiera que cruce por ahí termina inclinado. El papá de Gilberto fue a casa de sus consuegros para alertarlos del percance y recogerlos. Por la urgencia, hasta se aventó un tramo en contra. Karely, sin poder levantarse, preguntó por Akira, su perra husky de tres años. Y aunque estaba herida, tirada en el piso a pocos pasos, la canina blanca de azules respiraba todavía. Le dijeron que estaba bien y la mujer se desvaneció.
La segunda muerte la asevera doña Rosa, una conocida, una vecina del barrio de toda la vida que es enfermera (aunque ya no ejerce), quien al ver el accidente y a la mujer tirada y la sangre brotando al filo de la calle, trató de auxiliarlos. Buscó en el cuerpo y dijo que la chica tenía una vena rota. Una persona en situación de calle que estaba en las aproximaciones se acercó. Se quitó la camiseta y se la dio a Rosa quien aplicó un torniquete. Pero la chica no reaccionaba. Rosa le tapó la nariz a Karely para comprobar si estaba respirando y nada; consideró el pulso radial (muñeca), y nada; la arteria carótida (cuello), y nada; reflejo pupilar directo (movimiento de los ojos), nada. La vecina le dijo a Gilberto: “tu novia se murió”.
Duró varios minutos inconsciente y sin vida aparente. Pero volvió a reaccionar y preguntó otra vez: “Amor, qué nos pasó, en dónde estamos”. Y su novio, sorprendido, lesionado y en shock, le narró los momentos previos. Que estaban dormidos, pero ella quería salir a caminar como siempre, como todas las noches. Así que se cambiaron, le pusieron la correa a Akira y tomaron rumbo por Felipe J. Mery, casi en la esquina con Prolongación Urdiñola. Venían por la acera norte, pero cruzaron la calle. Iban de oriente a poniente. Luego le tuve que mentir. Y entonces le dijo que se resbalaron, se pegaron en la cabeza y por eso no se acordaba de nada. Las palabras de Gilberto intentaron ser dulces y esconder el miedo. Pero lo que en realidad pasó fue que, seis segundos después de subir a la banqueta, una camioneta se desvió del carril lateral, los arrolló, se reincorporó a la calle y escapó.
Y aunque ella no recuerda nada de eso, dicen que Karely Abigail Casas Rangel murió tres veces después de que la atropellaran la noche del 23 de marzo de 2024, al sur de Saltillo, en la calle Felipe J. Mery. Pero después de cada ocasión abrió los ojos y se aferró a la vida.
Aun así, esta no es una historia de superación, ni del poder de la voluntad, ni el amor inquebrantable en una pareja. Es el relato de un crimen que sigue impune, autoridades omisas y vidas que, de un momento a otro, se interrumpen.
Karely lleva más de cuatro meses sin poder caminar porque la camioneta le destrozó las piernas. En la izquierda, se aprecia en una foto, perdió casi la mitad del tejido por atrás de la rodilla. La derecha no perdió tanta carne, pero igual tiene lesiones profundas.
Son las más evidentes, pero no son para ella las heridas más dolorosas, sino aquellas que allende del cuerpo gritan de maneras que las palabras no abarcan. Durante el día no recuerda muchas cosas del accidente. Los doctores le dicen que es por el trauma y que es hasta cierto punto común que la amnesia se presente en personas atropelladas. Por eso por las noches su sueño se quiebra y despierta temblando, asustada, llorando, creyendo que el accidente acaba de ocurrir.
“Todo me da miedo. Me causa mucha ansiedad. Es el trauma psicológico que te dejan. Pausaron mi vida. No me imagino mi vida saliendo de este cuarto. Tengo mucho miedo de vivir. Ya no te quedan ganas de nada ¿Qué bueno tengo? Me quitan todo. Solo una persona que vivió el trauma sabe lo que es estar aquí día con día, porque va más allá del dolor físico, de todo lo que me hicieron, de cómo me trataron en el hospital, porque ya sabes que tu vida no va a ser igual. No puedo ver un carro. No puedo ver las calles. Siempre que salgo no puedo imaginarme la vida. Si me levanto de aquí ya no puedo imaginarme la vida”.
“FUE DIRECTO CONTRA NOSOTROS A ATROPELLARNOS”
La de Karely, Gilberto y Akira, es una de esas historias en donde hay que reconstruir los hechos para entender mejor qué fue lo que pasó. Porque hay dos factores cruciales: primero, que las víctimas sospechan que el conductor que cometió el crimen lo hizo a propósito. Y segundo, que las autoridades no han avanzado con la investigación, por lo que pese a la denuncia, no hay acceso a la justicia.
Enfrente de donde ocurrió el siniestro hay un negocio de comida. La cámara de seguridad del local, por el ángulo a donde está orientada, apenas muestra el momento del atropellamiento.
A las 21:14 con 28 segundos, se ve a la pareja con su perra cruzar la calle de lado norte a sur de la vialidad.
Por el ángulo de la grabación solo es posible ver, observando los pies, que a las 21:14 con 46 segundos, los tres ya habían subido por completo a la banqueta.
Un segundo después, en el áspero reflejo del asfalto se ven las luces de un vehículo transitando de poniente a oriente.
A las 21:14 con 51 segundos, el vehículo identificado de forma somera como una camioneta se desvía del carril derecho, sube la banqueta por una rampa de cochera (aunque conecta con la pared de una casa), atropella a la pareja, se reincorpora al carril y continúa su camino.
La de Karely, Gilberto y Akira, es una de esas historias escasas en donde, después del atropellamiento, el vehículo no baja la velocidad, no se detiene, ninguna persona baja para auxiliar a las personas y su mascota.
A 25 metros del lugar del accidente, unos 35 pasos a pie, se encuentra un letrero en color verde que indica que esa zona, aunque no está delimitado de dónde a dónde, es cruce de peatones. La señal está sobre el carril derecho, por donde transitaba el conductor que atropelló a la pareja y es visible desde 150 metros antes, al salir de la curva que viene del cruce donde confluyen Mariano Abasolo y Antonio Cárdenas.
Unos 30 metros más adelante de donde ocurrió el accidente, hay un letrero que señala que el límite de velocidad es de 40 kilómetros por hora. Y aunque por la posición del video es complicado calcular este factor, sumado a que a 300 metros hay un semáforo, el Centro Zaragoza, instituto español especializado en la investigación de vehículos, cita estudios en donde a esa velocidad, hay un 25 por ciento de probabilidades de que las consecuencias sean fatales. A 50 kilómetros se elevan a 83 y a 60 kilómetros es casi del 100.
La de Karely, Gilberto y Akira, es una de esas historias en donde cada centímetro cuenta, cada segundo cuenta, cada testimonio cuenta. Pero como siempre, en estas situaciones, todo ocurre de manera intempestiva y nada sale según lo planeado.
“Esa persona se fue directo contra nosotros para atropellarnos”, dice Gilberto. “El chavo le acelera la camioneta, pero ya cuando yo quise reaccionar, mi tiempo de reacción fue muy lento. Ya cuando reaccioné la camioneta ya nos había impactado. Yo salgo volando y a mi novia se la lleva”.
La pareja ya escuchó todas esas cosas que suelen decirse cuando uno no es la víctima. Que cómo no se dieron cuenta de que los querían atropellar, que si apoco no le vieron la cara al responsable, que si no se acuerdan de las placas, que nomás era de hacerse a un lado, que qué bueno, en serio que bueno que no pasó a mayores, porque pudo ser peor.
Pero ellos, confiesan, ya están viviendo lo peor. Heridas físicas, heridas mentales, heridas emocionales. Su perra muerta. Negligencia médica. Gastos a tope. Sueños pausados. Ni rastro del culpable. Las autoridades no se mueven. Abogados particulares “les cobran el favor” para que les hagan caso. ¿En serio se puede poner peor?, lanzan. Su pregunta no tiene respuesta.
“NO VOLVERÁ A CAMINAR” y otras negligencias médicas
No volverá a caminar. Eso les dijeron a Karely y Gilberto en el Hospital General. Lo dijeron a penas la vieron. Lo repitieron tras las primeras pruebas. Pero cuando la pareja pidió más valoraciones, luego de más exámenes, entonces el panorama cambió. Una disculpa. Que siempre sí. Que fue un error. Que bastaba una operación.
Esperaron tres semanas para que llegaran los clavos requeridos para la intervención. Pero al cabo de ese lapso “de atención deshumanizada”, de información contradictoria, de que le cosieran una parte de la pierna que solo la puso en mayor riesgo (se lo confirmó otro doctor), optaron por cambiar a un servicio particular.
La nueva valoración fue más precisa, más esperanzadora y, por supuesto, reveladora.
La pierna derecha estaba rota desde el fémur, por lo que sí, fue necesaria una intervención para colocarle un clavo que va desde la cadera hasta la rodilla, sostenido por cuatro tornillos. La pierna izquierda, en un panorama distinto, tenía un hueco “como si la hubiera mordido un tiburón”. Fue ahí donde le cosieron de manera previa y fue eso mismo lo que la estaba afectando más, ya que, de acuerdo a un nuevo especialista, un cirujano plástico, que comenzó a atender a Karely desde abril, lo adecuado era retirar el tejido dañado y posteriormente ir reconstruyendo conforme la reacción del cuerpo.
“Si hubieran seguido en el Hospital General, le hubieran tenido que amputar la pierna”, coincidieron sus nuevos tratantes. Pero lo que se mantuvo sin cambios fue el pronóstico. “Claro que va a caminar, pero va a tomar tiempo y es probable que la rehabilitación duela”.
No volverá a caminar... ese desaire todavía resuena en Karely y Gilberto, quienes lo pronuncian con voz severa y no dejan de pensar que de esperar un poco más, quizá un día, quizá una semana, esa negligencia médica lo hubiera cambiado todo.
En el caso de Gilberto, el diagnóstico formal fue una pequeña fisura en el hueso del tobillo. Que si bien generaba molestias, no le impedía moverse.
Lo que resta, dicen los médicos, es esperar. Darle tiempo a que el cuerpo de ella sane y seguir con los cuidados sugeridos.
“La fiscalía perdió la papelería para iniciar la investigación” y los ecos de la impunidad en Coahuila
La tenían perdida. La carpeta con la papelería de Karely y Gilberto que estaba integrando la Fiscalía General del Estado. Y a sabiendas de eso, los traían, como se dice coloquialmente, a vuelta y vuelta, pero sin respuesta. Que si vengan mañana. Que si en la tarde los reciben. Que si mejor hasta la otra semana. Que si el licenciado está ocupado. Y las pocas veces que les dio la cara, que si cualquier cosa, pero la investigación nomás no avanzaba.
No saben si fue intencional o un accidente. Los datos más recientes que entrega la organización civil México Evalúa (2022), dicen que en Coahuila, el 96.3% de los delitos investigados queda impune. Pero en lo que respecta a este atropellamiento, ni siquiera puede catalogarse en ese contexto.
Dentro del material que se había provisto a la autoridad se incluía la denuncia formal, el levantamiento de los hechos y datos que conducían a un sospechoso. Ya pasaron casi 100 días desde entonces. 100 días en donde no han podido acceder a la justicia. 100 de trauma en donde, a raíz de la atención médica, los estudios y todos esos gastos que llegan arrolladores y sin freno, inesperados e impacientes, malabarean cada peso, cada centavo que llega, rascan de los ahorros que “para ser sinceros” ya se evaporaron. Porque quién sale de su casa creyendo que tal vez sea atropellado. Quién espera que las autoridades no hagan todo lo necesario para procurar justicia. Y encima la tenía perdida. La papelería para iniciar la investigación.
Mientras tanto, como suele ocurrir con otros delitos, son las propias víctimas quienes a base de preguntas, de impotencia, de no soltar sus historias en las manos de la burocracia del Estado, han encontrado algunas hipótesis.
Fue así como, tras publicar su historia en Facebook, dieron con varios testimonios que les indicaron que el probable responsable del atropellamiento vive en la colonia 26 de marzo y responde al nombre de Isidro Torres. Supuestamente el mismo se presentó en la Fiscalía, dijo que aceptaría las consecuencias que establece la ley e incluso entregó el vehículo.
Otra de las versiones que les contaron es que se trata de una persona que trabaja en un taller mecánico, ubicado en las fronteras de las colonias Bellavista y Buenos Aires, al sur de la ciudad.
Una vecina se acercó a decirle a la pareja que un conocido suyo que trabaja en el manejo de grúas tuvo contacto con el sospechoso. Que le pagó un servicio para mover la camioneta desde la colonia 26 de marzo hasta un punto indeterminado para esconderla. Y que tenía averiada la luz del lado derecho, además de un golpe en la parte delantera.
Decir el nombre del presunto responsable no es una decisión tomada a la ligera. No es una mera sospecha. Durante el tiempo en que Karely estuvo internada en el Hospital, Gilberto publicó su número de celular en redes sociales para buscar donadores de sangre. Dos mujeres se comunicaron con él vía llamada asegurando ser hermanas de Isidro, el responsable. Le dijeron que ellas al menos apoyarían con la donación. Después de eso, nada. No volvieron a comunicarse. No atienden llamadas.
Todos estos datos, sin embargo, se han quedado sin comprobar porque la fiscalía de Coahuila tenía perdida la carpeta que los afectados le dieron. Por azar, por accidente, por negligencia o por voluntad. Pero perdida.
En algún punto de todo esto, buscando cualquier ayuda posible, un abogado particular, después de decir que no había nada que hacer para obtener justicia porque meterse con la Fiscalía no es cosa menor, le dijo que siempre sí, que sería complicado, pero sobre todo sería caro intentarlo. Para intentar “destrabar” su caso le pidió 7 mil pesos. Y ya verían cómo se iba a dando el resto. Que serían varios pagos hasta que quedara todo resuelto.
Karely y Gilberto no accedieron. Tampoco podían. Por los honorarios de los doctores, por los estudios, por las medicinas... porque sabían que les querían ver la cara.
Uno de los hallazgos que Karely y Gilberto han tenido en su investigación informal es que, si se trata de la misma persona de quien sospechan, tal vez ya haya atropellado a más gente.
Un vecino de Karely, después de ver la foto del probable responsable, afirmó haberlo visto de frente en dos ocasiones cuando intentó arrollarlo a él con la misma camioneta.
La última vez fue cerca de un centro comercial ubicado en la intersección de Antonio Cárdenas y Pedro Aranda. Es decir, a un kilómetro de distancia de donde el 23 de marzo Karely y Gilberto fueron embestidos y en donde Akira perdió la vida.
Pero la tenían perdida. La carpeta con la papelería en donde la Fiscalía General del Estado estaba integrando la investigación. Y esto cobra todavía más peso cuando la gente que le ha proporcionado información, atando cabos, advierten que el señor Torres parece formar parte de una pandilla.
“Si tuviera enfrente a la persona que nos atropelló le diría que se hiciera responsable que se hiciera responsable. Le diría que el karma existe. Él también tiene una pareja. Dios no lo quiera, pero así como nos pasó a nosotros, él también está expuesto a que también le pase lo mismo. Quiero que nos pida perdón a nosotros, que venga y que vea cómo está mi novia. Y quiero también que pague cada peso que nos ha costado. Es una persona que tiene que estar en la cárcel”.
Esas son las palabras de Gilberto. Karely mira sus piernas heridas en silencio. De vez en vez echan los ojos a las cenizas de Akira, que de estar viva, “estaría aquí en la cama, porque era muy apegada a mi novia. Si una estaba feliz, la otra estaba feliz, si estaban tristes, igual. Tenían una conexión muy intensa”.
No pudieron evitar que los atropellaran. ¿Quién sale de su casa listo para evadir un vehículo motorizado que se desvía de repente con la aparente intención de arrollar y después seguir como si nada? Pero no pierden la esperanza de hacer que la ley se cumpla. Aunque la Fiscalía haya dicho que perdió la carpeta con su caso, que vuelvan luego, tal vez mañana, quizá la próxima semana. “Se hará justicia”, insiste Gilberto. “Vamos a hacer que se haga justicia”.