¿Ciencia en decadencia?

Especial
/ 23 enero 2015

Hace unas décadas la ciencia era un personaje de muy alto linaje en nuestra sociedad. Pertenecía a la élite de los importantes junto con la música (sobre todo la clásica), la novela... La poesía era un platillo muy delicado para el paladar humano que todos disfrutaban, sobre todo la que describía los sentimientos, los amores y los desencantos, las soledades y abandonos...La pintura se honraba de manera popular en los almanaques o en las pinturas religiosas-civiles, la propiedad de los originales se aburría en los museos y sus copias se admiraban y multiplicaban de manera democrática en todos los aposentos.

La ciencia era un personaje adusto, formal, preciso en su lenguaje, rigurosos en su metodología y más preocupado de su veracidad que de su popularidad. Era un don alguien con personalidad y autonomía, no estaba esclavizado para comprobar un producto comercial (como un tinte de cabello o una píldora para adelgazar), ni revestido estadísticamente para demostrar una riqueza económica en un país con 50 por ciento de pobres, ni maquillado con frases semi-poéticas para convencer la pasión y el compromiso social de un candidato de elección popular.

La ciencia y el pensar científico no han perdido su valor, pero ya no son los personajes que sobresalían en el contexto social, en la información y comunicación. No solo ya no son admirados sino que prácticamente son unos desconocidos tanto en la conversación cotidiana, como en la comunicación social. Difícilmente se recurre a su información para constatar una afirmación o comprobar una decisión.

Estamos tan abrumados de noticias e informaciones de todos los tópicos, desde la salud hasta la economía, el cosmos y el deporte, la educación y las artes, que la verdad científica (también tan multiplicada) sobrevive en el anonimato y nadie la toma en cuenta. (Hace unos días descubrí un nuevo tipo de verdad: la verdad jurídica o sea aquella que puede afirmar que el hermano incómodo es inocente aunque tenga 50 millones de dólares inexplicables).

Desgraciadamente esta marginación que sufre lo científico, afecta gravemente a nuestros ciudadanos y sus decisiones. El sistema educativo tanto familiar como escolar no busca la verdad que nutre y desarrolla a los hijos sino la utilidad y la comodidad, no comprueba el bien sino la conveniencia inmediata de los padres o maestros. La salud solo se atiende con la ciencia cuando el problema es de suma gravedad y mientras tanto se envenena con pócimas tanto físicas como mentales que estimulan los instintos, las fantasías, el hambre y la sed. El sistema político está orientado a lograr el poder de los partidos y no a construir el común bienestar que sería lo razonable para mejorar la realidad de una nación.

Nuestra sociedad tiene olvidado el método científico y su aplicación cotidiana: observar la realidad, identificar sus verdaderas causas e implementar una solución en base a ese conocimiento es pensar como seres humanos. Pensar no es un privilegio de unos cuantos, es una función natural, innata de todo ser humano. Sustituirla por fantasías, emociones, instintos u ocurrencias significa claudicar de la única ventana que nos conecta con la realidad y la herramienta que nos da la capacidad de mejorar realmente.

Todos somos científicos si usamos nuestra facultad de pensar. Lo contrario es decadencia humana.

Egresado de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Director del Centro de Psicología y Psicoterapia S. A. DE C.V.

COMENTARIOS