El equipo olvidado de la Copa del Mundo
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Es probable que Chaudhary, de 44 años, no vea los partidos de la Copa del Mundo que se jugarán este mes y el próximo en Lusail, cuando el estadio que ayudó a construir atraiga a estrellas del fútbol
Por Tariq Panja and Bhadra Sharma
BHOKTENI, Nepal — Shambhu Chaudhary acepta el teléfono celular y observa durante un largo tiempo al hombre en la fotografía. Está vestido de traje oscuro y se encuentra de pie debajo de un sol brillante en el centro de lo que parece ser un gigantesco proyecto de construcción. Al principio, Chaudhary no reconoce al hombre. Pero reconoce de inmediato el lugar.
“Lusail”, dice Chaudhary, las instalaciones resplandecientes de 1000 millones de dólares que son el plato fuerte del Mundial de Catar. “Yo construí ese estadio”.
Es probable que Chaudhary, de 44 años, no vea los partidos de la Copa del Mundo que se jugarán este mes y el próximo en Lusail, cuando el estadio que ayudó a construir atraiga a estrellas del fútbol, celebridades mundiales, jefes de Estado y una audiencia televisiva de más de 1000 millones de personas para la final a disputarse el 18 de diciembre. Sin embargo, nada de esto sería posible sin cientos de miles de hombres como Chaudhary: los trabajadores migrantes que impulsan el despiadado negocio capitalista de la oferta y la demanda y realizan una gran parte del trabajo diario y peligroso bajo el calor abrazador del golfo Pérsico, quienes fueron indispensables para el proyecto de reconstrucción nacional de 220.000 millones de dólares que culminará en el primer Mundial en el mundo árabe.
Los preparativos de Catar para el torneo han puesto bajo los reflectores a ese ejército de trabajadores que no ha hecho nada menos que reelaborar el país durante la última década, así como al sistema que explota su mano de obra y desesperanza y ha cobrado miles de sus vidas.
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La fuerza laboral es tan extensa y proviene de tantos lugares que es imposible de contar. Es un grupo tan anónimo que, hasta la fecha, nadie es capaz de ponerse de acuerdo en cuántos de sus miembros murieron para que el Mundial llegara a la línea de meta.
Las organizaciones de derechos humanos han contabilizado miles. La cifra oficial de los organizadores de Catar —la cual limitaron con cuidado a muertes en proyectos directamente relacionados con el torneo— es de 37 y tan solo tres si solo se cuentan los accidentes en el lugar de trabajo. No obstante, cada vida tiene una historia.
Chaudhary observa otra fotografía.
“Ya había visto su rostro: está muy arriba, es muy importante”, comenta Chaudhary elevando las manos por encima de la cabeza. En ese momento, finalmente reconoce a Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, el órgano rector del fútbol mundial.
Infantino se convirtió en noticia en mayo cuando dijo que quienes habían construido los estadios de la Copa del Mundo debían sentir “dignidad y orgullo” por su trabajo.
Chaudhary se encogió de hombros. Para él, el estadio fue tan solo otro edificio, tan solo otro empleo.
“Para mí, el trabajo y el dinero son más importantes que el fútbol”, dice.
Atrapada entre las superpotencias regionales de la India y China, Nepal, una nación poco industrial, pero una enorme y ansiosa fuerza laboral, puede ser el mejor lugar para explicar el punto donde se juntan la ambición y la necesidad que construyó el Mundial de este año.
Nepal ha luchado durante décadas para brindar oportunidades significativas a grandes porciones de su población, en particular a quienes viven en el campo. Arrinconados entre la pobreza, la desesperanza y la necesidad, cientos de miles de esos ciudadanos mejor buscan trabajo en el extranjero año con año.
Solo la India, un país exponencialmente más grande, ha enviado más trabajadores que Nepal a sitios de trabajo y construcciones en Catar en la última década: 204.000 recibieron permiso de trabajo tan solo en 2015, casi en el punto más alto del auge de la construcción de la Copa del Mundo. El gobierno estima que son parte de un éxodo en curso en el que más del 25 por ciento de la población de Nepal ha migrado para trabajar en el extranjero desde que se empezó a compilar el registro de ese tipo de trabajo en 1994.
Nepal tal vez pagó un precio más alto por su mano de obra migrante que otras naciones. Al menos 2100 nepalíes han muerto en Catar desde 2010, el año que obtuvo los derechos para albergar el Mundial, según datos recopilados por el Ministerio del Trabajo de Nepal (también han muerto grandes cantidades en otras partes: más de 3500 en Malasia, casi 3000 en Arabia Saudita; al menos 1000 en los Emiratos Árabes Unidos).
Estos trabajadores sucumben frente a una serie de padecimientos —infartos prematuros e inexplicables problemas de salud relacionados con el calor que un funcionario local describió como “desadaptación ambiental”— que nadie se ha comprometido a estudiar, pero que a la postre cobrará la vida de miles más. También ha habido una cifra alarmante de suicidios durante la última década, con casi 200 registrados entre los trabajadores migrantes nepalíes en Catar.
Bishwa Raj Dawadi, doctor de un comité que examina los certificados de defunción y las lesiones de los trabajadores migrantes para el Ministerio del Trabajo, se ha percatado de otra tendencia preocupante: trabajadores jóvenes que padecen daños renales después de regresar del golfo Pérsico. Según Raj Dawadi, muchos regresan a sus pueblos sin recibir el tratamiento necesario; muchos mueren dos años después de haber regresado a casa.
“Me deprime porque todos son hombres jóvenes”, opinó.
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Los muertos son desproporcionadamente hombres cuya edad oscila entre los 20 y los 45 años, todos los cuales se habrían sometido a exámenes médicos ordenados por el gobierno antes de tener permiso para trabajar en el extranjero. “Es algo en verdad misterioso porque se van de aquí con los requisitos médicos cumplidos”, comentó Anjali Shrestha, funcionaria de la oficina de empleo en el extranjero. “Sí, por supuesto que la gente también muere en Nepal. Pero no así”.
Cientos de las personas que regresan en ataúdes caen en la categoría de “muertes naturales” y nunca se les realizan autopsias.
Los trabajadores migrantes se encuentran en el fondo de la cadena del empleo que comienza con una empresa extranjera que busca mano de obra y recurre a una firma de reclutamiento encargada de conseguirla y agentes que están a la caza de candidatos entusiastas. Sin embargo, antes de que siquiera puedan obtener trabajos en el extranjero, las familias primero deben sumergirse en apuros financieros mucho peores.
Para obtener uno de los codiciados empleos, los migrantes potenciales deben pedir prestados miles de dólares —a tasas de interés anual del 30 por ciento o más— para pagar las cuotas de reclutamiento que suelen superar los 2000 dólares, unas 25 veces más de la cantidad que pueden exigir legalmente los reclutadores. Esto puede representar varios meses del salario prometido en el extranjero incluso antes de que el trabajador salga de Nepal.
En años recientes, Nepal ha firmado acuerdos con los países reclutadores para limitar esos costos, pero la realidad es que hay pocas señales de cambio, comentó Dwarika Upreti, director ejecutivo de la oficina de empleo en el extranjero. Gracias a su influencia económica y conexiones políticas, las empresas reclutadoras pueden evadir la mayoría de las consecuencias legales y la demanda de mano de obra en lugares como Catar hace que valga la pena el riesgo. También es poco común que los países reclutadores revisen que se hayan seguido las reglas.
Durante años, las autoridades del Mundial han resentido las críticas en torno al trato de los trabajadores migrantes, tanto en Catar como en sus países de origen, pues consideran que los ataques son injustos y han hecho notar que han progresado en la mejora de las condiciones. Esto incluye establecer un salario mínimo (275 dólares al mes) y la abolición de un sistema punitivo llamado “kafala” que les permite a los empleadores retener los pasaportes de sus trabajadores, por lo que en esencia les es imposible salir del país o cambiar de empleo sin permiso.
Los críticos señalan que los cambios importantes en Catar se realizaron tan solo después de que se terminó la mayor parte de las grandes construcciones o se cumplieron de manera limitada tan solo en proyectos del Mundial y que su implementación sigue siendo desigual. Sin embargo, en realidad no importa: muchos migrantes siguen sin conocer las reformas laborales de Catar ni sus nuevas protecciones para los trabajadores. Según grupos externos, el robo de salarios sigue siendo común.
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“Este evento fue construido por completo sobre las espaldas de los trabajadores migrantes, en un total desequilibrio de poder”, opinó Michael Page, subdirector de la división del Medio Oriente y el norte de África en Human Rights Watch. “Todos estos abusos eran completamente predecibles”.
c.2022 The New York Times Company