Tras 20 años, Afganistán mermó la confianza en EU
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WASHINGTON, EU, septiembre 10 (EL UNIVERSAL).- El 31 de agosto, en la fecha que había prometido, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, informó al mundo que la noche anterior EU “terminó 20 años de guerra en Afganistán, la guerra más larga de la historia estadounidense”. No acabó, sin embargo, tal y como hubieran querido hace dos décadas, cuando herido en el orgullo y con sed de venganza, EU lanzó su guerra contra el terrorismo con invasiones de Afganistán y, posteriormente, Irak.
“¿Mereció la pena? ¿Mi rol valió la pena? En ese momento pensé que hacía algo bueno, pero ahora necesito tiempo para reflexionarlo”, reconocía a la BBC el coronel Mike Jason. Es la gran duda que queda ahora: si 20 años de una estrategia concreta de Guerra contra el Terrorismo mereció la pena, especialmente con la caótica salida de Kabul que no fue otra cosa que la confirmación de la humillación de haber sufrido derrotas de decisiones militares tomadas como respuesta al 11-S.
El coste de esta cruzada contra el terrorismo presenta una factura de cifras que son astronómicas. El reporte más reciente del proyecto Costs of War, de la Universidad de Brown, de principios de mes, elevó a 8 billones de dólares el precio pagado por la Guerra contra el Terrorismo. El peaje humano es espeluznante: entre 897 mil y 929 mil muertos, incluyendo combatientes, soldados de EU y la alianza internacional, civiles, periodistas y trabajadores humanitarios. La cifra de heridos y afectados es incalculable.
“Las muertes que contabilizamos son probablemente una gran subestimación del verdadero número de víctimas que estas guerras han cobrado en vidas humanas”, dijo Neta Crawford, cofundadora del proyecto y profesora de ciencias políticas en la Universidad de Boston. “Es fundamental que tengamos debidamente en cuenta las vastas y variadas consecuencias de las muchas guerras y operaciones antiterroristas de EU desde el 11 de septiembre, mientras hacemos una pausa y reflexionamos sobre todas las vidas perdidas”, apuntó, en la presentación del informe.
Stephanie Savell, otra de las confundadoras del proyecto, añadía que “dentro de 20 años todavía tendremos en cuenta los altos costos sociales de las guerras de Afganistán e Irak, mucho después de que las fuerzas estadounidenses se hayan ido”. En los últimos compases, 13 soldados murieron en un último atentado en el aeropuerto de Kabul, con la fase de salida y evacuación ya en marcha. Y todo, en cierta medida, para volver a la casilla de salida, en una especie de ciclo de la vida histórico circular que ha devuelto a los talibanes al poder en Afganistán, no ha solucionado el polvorín de Medio Oriente, y no ha eliminado por completo el temor a nuevos ataques en Estados Unidos (aunque, con el aumento extremo de protocolos de seguridad, con recorte de derechos incluido, la sensación es que se ha reducido mucho).
“Ahora me pregunto si los últimos 20 años han sido completamente inútiles y en vano”, comentaba Matt Zeller, veterano de la guerra de Afganistán, a CNN. Él mismo se respondía después, tras reflexionar sobre la situación que EU deja sobre el terreno, la desastrosa misión de evacuación y los miles de afganos que quedaron en tierra pese a su deseo de huir de la resurrección del régimen talibán. “En este momento, no creo que hiciera nada que valiera la pena”, sentenciaba.
Para muchos, los mismos atentados que los animaron a alistarse se ha convertido en una pesadilla que los persigue. Más de 800 mil soldados de EU han sido desplegados en estos 20 años en Afganistán en misiones de nombres rimbombantes como Libertad Duradera y similares. Muchos de ellos, como Zeller y tantos otros, se preguntan ahora la necesidad de haberse quedado tanto tiempo. Muchos de ellos, que fueron con objetivos concretos de descabezar a los culpables del 11-S, regresaron sin tener claro el porqué real de tanto combate, y con graves efectos de estrés postraumático. Hay diversas visiones de la jugada. Los expertos y políticos más optimistas creen que la misión ha tenido éxito, al menos en su primer tramo, con los primeros triunfos contra los talibanes, la retirada de Al-Qaeda a reductos recónditos. Y finalmente, tras una década de caza, el asesinato de Osama bin Laden. Sin embargo, EU se quedó por 10 años más. Hasta hace 11 días.
Han sido 20 años de desgaste, de pérdida material, pero también de desgaste emocional y de influencia. La confianza en EU se ha resquebrajado en el mundo, con los aliados sin mantener una posición tan firme como antaño. Dentro del país, ya no queda casi nada de aquel 80% de estadounidenses que, días después del atentado, apoyaban sin fisuras aplicar cualquier respuesta militar a los culpables del ataque. Ante la falta de apetito bélico, la cada vez más certeza de que un triunfo militar era imposible, el derroche de dinero, el riesgo de vidas humanas y el cambio de prioridades geopolíticas, el vigésimo aniversario parecía una fecha fantástica para cerrar definitivamente el capítulo que ha marcado el inicio del siglo XXI, desde el 11-S hasta la salida de Kabul.
El desastre de la evacuación tiñó la idea con sangre, caos, desconfianza y la consolidación de una humillación que no sólo devolvió a los talibanes al poder, sino que incluso se han abierto vías de diálogo con ellos, reconocimiento de facto de que son los líderes del nuevo Afganistán.
Sea como sea, Biden había decidido que no pasaría el testigo del conflicto creado por la sed de venganza de EU, tras el 11-S a un nuevo presidente, terminar con la era de las “guerras eternas” y dejar de jugar a ser los “policías del mundo”, apostando por intervenciones militares milimétricas y precisas y no grandes desembarcos de fuerza.
Cuatro mandatarios actuando en su rol de comandante en jefe en Afganistán ya habían sido suficientes. “Si tienes 20 años hoy, nunca has conocido a EU en paz”, recordaba Biden el último día de agosto. O, lo que es lo mismo: muchos de los soldados que están enrolados en el ejército actual, e incluso llegaron a ser desplegados en Afganistán, no habían nacido cuando las Torres Gemelas de Nueva York se derrumbaron.