Pobreza extrema agobia el día a día de los jornaleros
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Aunado a las pérdidas que han sufrido las familias por la pandemia del COVID-19, carencias obligan a los campesinos a trabajar desde edades muy tempranas
METLATÓNOC, GRO.- Guadalupe Benito Félix tiene 28 años de edad y siempre ha conocido la pobreza. Desde los cinco comenzó a salir de su pueblo para sobrevivir. Es jornalera. Conoce de cerca las carencias, sabe lo que es vivir con lo mínimo, pero ahora —como nunca antes— esta condición la agobia demasiado.
En julio de 2020, Guadalupe regresó a su natal Francisco I. Madero, Metlatónoc, en la Montaña de Guerrero. Volvió porque su esposo, Leonor Galindo, murió.
Guadalupe y Leonor trabajaban en el corte de chile jalapeño en un campo agrícola de Jiménez, Chihuahua. La mañana del 22 de junio de ese año, él no se pudo levantar, se sintió demasiado débil. Llevaba días con dolor de cabeza, tos y otros síntomas.
Guadalupe decidió llevarlo al hospital de Parral. Lo diagnosticaron con COVID-19 y estuvo internado tres días, hasta que la mañana del 25 de junio los médicos le avisaron que había muerto y se debía “desocupar esa cama para atender a otro paciente”.
La mujer, sin dinero para trasladar el cadáver, pidió ayuda en su pueblo. Desde Francisco I. Madero le advirtieron que no podía volver, hasta que descartara que no tuviera COVID-19.
No tuvo otra opción: sepultó a Leonor en Chihuahua. A la semana, Guadalupe y sus hijos se vieron obligados a regresar a Francisco I. Madero.
A más de un año de este episodio, Guadalupe cuenta que no ha podido trabajar, de entrada, porque no hay en qué; no hay empleos, nada que vender y, menos, quién compre. Aquí la única opción es convertirse en jornaleros, pero no es viable.
¿Ahora cómo le estás haciendo para alimentarse sin problema?
Estamos comiendo pura tortilla con sal, no hay dinero. Tengo deudas. Pedí prestado y ya debo unos 5 mil pesos. Ese dinero sólo lo he ocupado para comer. Aquí no hay empleos, hacemos sombreros, pero nos los pagan barato. Para hacer una docena se invierte hasta un mes y vendemos en 50 pesos la docena.
¿Ayer qué comieron?
Salsa con tortilla.
¿Y hoy qué almorzaron?
Sal con tortillas.
¿Cuándo estaban trabajando podían comer otra cosa?
Sí, la verdad sí.
Al recordar sus días como jornalera junto a su esposo e hijos, Guadalupe dice que trabajaron en el corte de chile jalapeño. Les pagaron 15 pesos por cada costal que llenaron, en una jornada que comenzaba a las 7 de la mañana y terminaba a las 6 de la tarde sin descanso. En los mejores días ganaron 375 pesos entre los dos.
“No he podido volver a los campos, no puedo por mis hijos. Podría irme y llenar los costales con chiles, pero sería muy lento y como te pagan por costal, casi no juntaría”, dice.
Recuerda que en los campos tenían que pagar renta —2 mil pesos—, comida y transporte. Lo que sobra es muy poco.
SUFRIMIENTO
Guadalupe estudió hasta cuarto grado de primaria, dejó la escuela porque desde los cinco años tuvo que irse con su familia a trabajar a los campos al norte del país.
En Francisco I. Madero el futuro llega muy pronto. Aquí la niñez es corta, se les va en los campos pero, sobre todo, a las mujeres les es interrumpida abruptamente. Se conserva la tradición de la dote, una práctica que ahora no es otra cosa que ponerle precio a una niña, adolescente, mujer para ser entregada a un hombre.
En este pueblo hay abuelas muy jóvenes: mujeres que a los 26 años tienen hijas de 13 que ya son mamás. Las niñas sólo estudian la primaria, desde pequeñas se convierten en jornaleras.
Paulino Rodríguez, el encargado de Atención a Jornaleros y Jornaleras Agrícolas Migrantes del Centro de Defensa de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, dice que en la Montaña de Guerrero cada año hay dos temporadas de salidas de jornaleros y jornaleras. Sin embargo, desde que se declaró la pandemia las temporadas son permanentes: no dejan de salir de sus pueblos en busca de trabajo.
En esta pandemia, Tlachinollan ha documentado la salida de 15 mil jornaleras y jornaleros; 5 mil 296 de ellos son niñas y niños de entre 1 y 12 años.
Ser jornalero no es fácil. Hay que levantarse a las 4 de la mañana a preparar la comida. Salir para tomar el transporte para estar listo a las 7 de la mañana en la puerta del campo agrícola que le toca.
Durante las siguientes 11 horas no habrá descanso, se trabaja sin parar para recolectar lo más posible. El pago será proporcional a lo que se recoja. Si toca trabajar en los surcos del chile serrano, el pago será de un peso por kilo.
¿Hora de comida? No hay. No cuentan con ninguna certeza: no tienen seguro social, salario, prestaciones, nada. La única garantía es que en los campos pueden ganar algo de dinero. Cada peso que ganan lo sufren.