La pastorcita se deprime en Navidad

Opinión
/ 2 octubre 2015

María Teresa Priego

La pastorcita anda como alma en pena. No me gusta la navidad, con sus nostalgias de paraíso perdido, con sus promesas que ninguna fecha de ningún año, sería capaz de cumplir. Me desconcierta tanto amor a rajatabla, me apena el cadáver del pavo, patas arriba a mitad de la mesa.

Me duele la tala de arbolitos engalanados, luminosos y condenados a su oprobioso destino: terminar en las banquetas de enero. Los engañamos a los arbolitos, los arrastramos del fasto al abandono, sin el menor remordimiento.

Una tendría que disculparse con el arbolito arrancado al bosque y la vida, a cada a foquito que le cuelga. "Ay qué hermoso arbolito", que decían en la infancia, me entraba crisis de lágrimas. Después, le arrebataban sus adornos, los guardaban en una cajita, y a él, pobrecito, lo arrastraban hasta la calle desmelenándole sus ramitas. Ya no nos servía el arbolito. Ya no era el centro de la "unión familiar". Al arbolito le pasaba lo que a las niñas bonitas en épocas de femineidades tan acotadas: no existían en su vitalidad y en sus verdades profundas, importaban más sus adornos que ellos. Yo recogía sus ramitas, y las incineraba en la bañera.

Mientras las cenizas se fundían con el cosmos (un rollo que me explicó en la escuela la seño Daría, la única maestra que no era monjita) le contaba al ser antes vivo y ahora en tránsito, que no estaba solo, yo era La niña de las cerillas, en un umbral helado, a punto de encender en su honor, mi penúltimo fósforo. No me gusta la navidad. Quizá leí demasiado pronto cuentos de niños huérfanos, y las ediciones condensadas de las novelas rusas. "La melancolía del alma rusa", Quizá la nieve y los trópicos se encuentran adentro mío, en algún punto que aún no logro dilucidar. No puedo ser feliz, empática y bondadosa como decreto, y con fecha de caducidad, me devora la desampareidad,

Es sospechosísimo que se agudice el aventar hojalata en medio del tráfico, justo cuando estamos obligados a querernos tanto. ¿Quizá nos rebelamos torpemente ante el sentirnos rehenes de la felicidad a marchas forzadas? ¿Acaso el Guadalupe-Reyes no es una oda a la anestesia emocional? pero quizá invento todo, por esa desnaturalizada y temprana identificación con el arbolito, con Oliver Twist, y con el pavo. Entre más oigo el cántico al "amor" y a la paz mundial", más tenebrosa persona me vuelvo, esa es la verdad.

Siento ganas de repetir frases lapidarias: "La separateidad existe no hay manera de abolirla porque es navidad." Lo que sigue lo diría entre sollozos: "Y peor aún, el paraíso siempre estuvo irremediablemente perdido. Primero una pierde el cordón umbilical, luego el vientre materno, luego soporta las consecuencias de un mal vivido estadio del espejo, luego te mandan a la escuela, luego eres adolescente, y duro y dale con destripar tus orígenes para crearte una identidad, y no voy a hablar de cosas peores, muchísimos peores que marcan los arrancaderos vitales de la condición humana". Ajá.

Otro. Alter. Otro. Escribirlo en el cuaderno, derechito en la rayita, y con letra palmer. La niña escribe, la niña lee, y alrededor de ella está ese espacio de aislamiento y de silencio: el espacio que la separa de los otros, aún de los otros más entrañables, más cercanos. Es así. Una lo sabe. Entre el otro y una, está el espacio de la diferencia, y su cortejo de promesas, amenazas, encuentros, malentendidos, acercamientos, fugas, reconocimientos, negaciones. Vivencias que nos unen, vivencias que nos son demasiado ajenas. Y aún cuando en ambos lados coincida el anhelo de encontrarse, ¿cómo evitar la complejidad de nuestra condición de seres separados?

Entre cada otro y una misma están el puente y el pantano, y el loco anhelo de amar sin límites, y a purititos puentazos, anhelo imposible. Si no estuviera al borde de la navidad, no lo estaría pensando, o no así, porque estas fechas inventadoras de absoluto, nada me recuerdan muy enojosamente, que bebemos burbujitas, porque el absoluto no existe. A mí, me enfurece que no exista. Paso de La niña de las cerillas a personaje de Antonioni, en El desierto rojo, para mayor exactitud. No hay nada más prometedor, más rotundo, y más sano que la separateidad, pero no hay nada más infinitamente triste.

Lo aprehendemos desde chiquitos, y lo negamos desde chiquitos. Y toda esta desbandada emocional me la provoca la visión de la primera esferita, reno, pesebre, duendecito. La pastorcita se enrosca, hasta reyes.



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