Aventura y drama de un saltillense (II)
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Ahí estaba aquel joven piloto de Saltillo, volando en su pequeño avión sobre la inmensidad del Pacífico del Sur, perseguido de cerca por aviones japoneses. Uno de ellos, un Zero, se puso tras de él y le disparó con certera puntería el fuego de su ametralladora. El avión del Escuadrón 201 fue tocado por las balas, y despidió una larga estela de humo. La nave empezó a caer. El muchacho alcanzó a ver a lo lejos un pequeño islote, y enderezó la proa de su maltrecho aparato en dirección a él. Consiguió acuatizar cerca de tierra sin que el avión se destrozara, y en la pequeña balsa salvavidas que llevaba logró llegar a la pequeña isla que desde el aire había avistado.
Era un arrecife volcánico en el que no había ninguna señal de vida. El lugar estaba desierto; no había en él vegetación, vida animal ni agua. Un breve reconocimiento bastó al piloto para darse cuenta de que en ese lugar la muerte por hambre y sed no tardaría en llegar. Empleó algunas horas en subir a lo alto de aquel peñón desértico, y desde arriba paseó su vista alrededor. Nada vio, sino la estéril roca y en su torno el infinito horizonte del océano. Estaba perdido.
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En eso oyó el ruido de un avión. Volvió la vista al cielo: era un avión norteamericano. Rápidamente el muchacho sacó de su estuche de supervivencia el pequeño espejo para hacer señales, y proyectó los rayos del sol en dirección al aeroplano. Nada sucedió: el avión siguió su curso. Desolado el piloto descendió a la playa. Su suerte, pensó estaba echada: moriría después de una larga y penosísima agonía.
Al día siguiente el avión volvió a pasar, ahora en dirección contraria. Otra vez el piloto mexicano envió señales, desesperado, con su espejo. El avión pasó de largo otra vez.
Era la tarde del día del cuarto o quinto día. El hambre, y sobre todo la sed, empezaban a hacer sus estragos. Más de una vez el aviador sintió deseos de beber agua del mar, pero se contuvo. Notó que empezaba a ver visiones. Le pareció hallarse en una playa llena de gente. Una muchacha llegaba y le ofrecía una Coca-Cola. Tendió la mano para tomarla, y al hacerlo volvió en sí de aquella fantasía. En eso vio que un hidroplano se posaba a lo lejos sobre el agua y venía hacia él. Era otra visión se dijo. Pero la visión era demasiado realista: escuchó cada vez más cerca el rugido del motor de la nave.
Llegó cerca de la playa el hidroavión, se abrió la cabina y apareció, cauteloso, un piloto norteamericano, pistola en mano.
-Who te hell are you? -gritó en inglés.
-Soy friend! -respondió como pudo el saltillense.
Y sin esperar más se tiró al agua y chapoteando torpemente llegó hasta el hidroavión. El norteamericano lo ayudó a subir, y se enteró de la historia del joven mexicano. Luego el avión despegó con rumbo a su base. El muchacho se había salvado.
Hago corta la historia para poder seguir contándola. Los dos aviadores sobrevivieron a la guerra. Cuando acabó la guerra ambos regresaron a sus respectivos países. Cada año se reunían, una vez en los Estados Unidos, otra en México, en la fecha de aquel salvamento milagroso. (Seguirá).
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