Aventura y drama de un saltillense
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¿Quién es este muchacho de Saltillo? Fue tocado por ese raro anhelo de aventuras que lanza a los hombres a hacer extrañas cosas, a visitar insólitos lugares. Marco Polo sintió ese llamado, lo mismo que Amundsen y Richard Burton, no el actor, sino el gran explorador del África, o Hillary, no Clinton, sino el que trepó al Everest.
Gustaba de los peligros aquel joven saltillense. Una vez se las arregló para subir a una motocicleta que ni siquiera sabía manejar bien, y le imprimió la máxima velocidad sólo por el gusto de sentir el viento en la cara, dijo luego. Otra vez subió él solo, a mano limpia, por un escarpado y altísimo risco de la sierra de Zapalinamé. Cuando llegó a la cima estuvo largo rato al borde del abismo, contemplando arrobado la inmensidad del valle allá lejos, y aquí cerca el vacío que se abría a sus pies.
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Sintió fascinación por los aviones, que entonces eran algo como son hoy los cohetes espaciales. Cuando se trató en su casa lo relativo a los estudios que habría de seguir dijo que él no estudiaría otra cosa más que aviación. Apenas terminó la secundaria, y viendo la determinación de su hijo, sus padres le dieron lo necesario para ir a Guadalajara, donde había una escuela de aviación. Se inscribió en ella, y se inscribió también -eso sin que sus padres lo supieran- en una escuela de paracaidismo.
En los aviones aquel muchacho halló su verdadera vocación. Cuando volaba le parecía ser uno con su aparato. Apenas había cumplido 17 años y era ya un consumado piloto que a escondidas de sus instructores hacía arriesgadas acrobacias como las que se veían en las películas de la Primera Guerra.
Entonces estalló la Segunda. México le declaró la guerra al Eje después del hundimiento de los barcos Faja de Oro y Potrero del Llano. El presidente Ávila Camacho pronunció un enérgico discurso a cuyo final México se halló en guerra al lado de los Aliados para combatir contra los enemigos de la democracia y de la libertad.
Aquel muchacho se enteró de que se iba a formar una escuadrilla aérea para combatir en el Pacífico del Sur. Esa sería la aportación de México a la guerra. Se integraría un grupo de pilotos con el nombre de Escuadrón 201. Cuando el muchacho supo que el comandante del escuadrón sería un saltillense, el general Antonio Cárdenas Rodríguez se presentó a él y le dijo que quería ser parte del escuadrón. El general lo aceptó.
-Nada más porque eres de Saltillo -le dijo.
Empezaron los entrenamientos, primero en México y luego en los Estados Unidos. Bien pronto el escuadrón mexicano se vio en el frente de la guerra. Los jóvenes pilotos y sus pequeños aviones eran usados principalmente en misiones de reconocimiento. No estaban libres de peligro esas misiones. La aviación nipona señoreaba los cielos del Pacífico del Sur; eran los japoneses un enemigo poderoso en cielo, mar y tierra.
Cierto día aquel muchacho de Saltillo fue enviado a un vuelo para localizar barcos japoneses. Iba solo, y debía regresar después de cubrir el área de reconocimiento que le fue asignada. Ya volvía a su base cuando apareció en el horizonte una escuadrilla de aviones japoneses. (Continuará).
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