Café Montaigne 221
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Hace días y como siempre, Andrés Manuel López Obrador dictó cátedra mediática. Todo lo pudre, todo lo devasta. Él y nadie más, marca la agenda nacional e incluso, internacional. Se llevaron a cabo los festejos por la Independencia de México (¿Independencia con respecto a qué o a quién? Usted lo sabe, dependemos de todos. Dependemos del mundo, no somos autosuficientes en nada. En fin) y todo se convirtió en una gran... farsa. Una comedia bufa, un teatro de cuarta donde los protagonistas no fueron los héroes (ya deslavados) los cuales nos dieron eso llamada patria (el lugar de nuestros padres), no; ahora los protagonistas fueron los dictadores de Latinoamérica invitados por un aprendiz de dictador, AMLO.
No deja de ser chistoso (es preocupante, pero bueno), que luego de años, lustros de tratar de entender o asumir nuestra esencia como latinoamericanos, sigamos teniendo como un fardo en nuestra espalda, los estereotipos de siempre, las huellas de identidad las cuales aún hoy nos marcan. Ser latinoamericano no es sinónimo de democracia, sino la región donde se incuban dictadores, guerrilleros, músicos de salsa o reguetón, millonarios en un solo día (narcos), futbolistas y sí, Latinoamérica sigue siendo esa región del mundo donde nació el “realismo mágico”. No más.
Las etiquetas nos van y nos quedan bien. Lustros pasan y nada cambia. La gente sigue pensando en esta región como la tierra donde nació “El Che Guevara”, donde caminaron gigantes de la guerrilla como Fidel Castro, Daniel Ortega, Camilo Cienfuegos... a la par de dictadores vegetarianos como los salidos de la tinta de Gabriel García Márquez. Latinoamérica sigue siendo un afiche, una pañoleta, un paliacate (el subcomandante Marcos), la palabrería huera de un dictador como lo fue Fidel Castro, Hugo Chávez y ahora, sus hijos putativos: Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel. AMLO invitó a sus amigos dictadores de Latinoamérica y les dio voz, tribuna y espacio.
El día de los festejos y discursos por la Independencia nacional, sentó en cuarta final al embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar. Luego, durante la sesión de la CELAC (impulsada por AMLO y su cuates, para destruir a un organismo fuerte y comprometido con la democracia y la libertad, como lo es la OEA, Organización de Estados Americanos, organismo el cual excluye a Cuba), los discursos y posiciones duras y dignas de los presidentes de Uruguay (Luis Lacalle) y Paraguay (Mario Abdo Benítez) fueron la nota de fondo la cual puso acotaciones a las administraciones de los dictadores Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel.
Fuerte, el de Uruguay lanzó una crítica punzante y certera en contra de: “los gobiernos represores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, por el encarcelamiento de opositores y la violación de los derechos humanos: con el respeto debido, cuando uno ve que en determinados países no hay una democracia plena, cuando no se respeta la separación de poderes... nosotros, en esta voz, tranquila, pero firme debemos de decir con preocupación lo que ocurre en Cuba, en Nicaragua y en Venezuela”.
Esquina-bajan
El villano favorito de los mexicanos, Carlos Salinas de Gortari sigue vivo y grande. En su gestión se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994). Desde entonces, México ve más a su vecino rico del norte, que a sus vecinos latinoamericanos empobrecidos del sur. Más vale ser rico y sano y no pobre y enfermo. Hoy México es lo que es debido a esta firma de los años noventa del siglo pasado. ¿Centroamérica hoy? Sigue siendo sinónimo de violencia, migración sin fin, pobreza extrema, maras, pandillas, narcotráfico... ¿Tenemos algo en común con ellos amén del idioma?
Latinoamérica sigue siendo tierra de dictadores, afiches, escapularios y abuelitas voladoras. Latinoamericana y luego de lustros, sigue siendo la tierra del “realismo mágico” de Gabriel García Márquez y no la tierra de Mario Vargas Llosa. Los norteños (ojo, no los mexicanos) siguen viajando a Estados Unidos y/o a Canadá y nada o poco saben de países como El Salvador, Honduras o Chile. Aún hoy, tiranos de lengua de trapo como AMLO, Nicolás Maduro o Hugo Chávez siguen hablando de Simón Bolívar o de Benito Juárez en aras de una unidad que es imposible de armar por un motivo: somos diferentes. Irreconciliablemente diferentes.
¿A dónde nos lleva AMLO? Pues quiere que escuchemos un viejo acetato, un vinilo de un bolero ranchero en una desvencijada tornamesa, cuando hoy el playlist es digital y se puede escuchar en todo momento y en todo lugar. Pero, México no cambia ni va a cambiar. Seguimos habitando perpetuamente eso llamado “estado en desarrollo”, jamás desarrollados. La crisis de los migrantes (haitianos), es la verdadera cara de nuestra pobreza y corrupción. En un libro, Edmundo O’Gorman habla no de la conquista o descubrimiento de América, sino de “la invención de América”.
Para desgracia de todos nosotros, seguimos inventándonos. Esta y no otra es nuestra tragedia. AMLO al llegar al poder ha querido reinventarlo todo a través de sus juicios de valor y sus conferencias de dislates. No hay cimientos, hay ocurrencias. No hay planes, hay verborrea. Y mientras esto siga ocurriendo lo “latinoamericano” seguirá siendo un afiche (una boina del Che Guevara), una estampita milagrosa (la foto de AMLO).
Letras minúsculas
Latinoamérica es una voluta de humo, la cual se escapa de las manos...