Don Lorenzo Burciaga, su congruencia y valentía incomparables
Siendo un niño de seis o siete años, allá en el primer lustro de los años ochenta, escuché hablar por primera vez de los aguerridos hermanos Burciaga, Rosendo vivía en Monclova y Lorenzo en Saltillo.
A tan temprana edad era un simple espectador de las acciones de mis papás, quienes participaron en la política partidista viniendo de sus actividades en movimientos de Iglesia, en Piedras Negras.
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Corrían los años ochenta, el sistema político en Coahuila se encontraba en plena crisis, el PRI daba sus primeras señales de debilidad. Gobernaba el Estado “El Diablo” de las Fuentes, un ejemplar de la peor especie del jurásico priista, un criminal en toda la extensión de la palabra.
Quizás muchos ya lo olvidaron, pero el secretario general de Gobierno era Enrique Martínez y Martínez, de mano muy dura con la oposición, aunque años más tarde quiso venderse como una versión modernizadora del PRI, civilizada, digamos.
Conocí personalmente a Lorenzo y a Rosendo Burciaga en 2001, en el Azteca de Oro, un restaurante mexicano de Elgin, pequeño poblado en el estado de Illinois. El PAN acababa de ganar las elecciones presidenciales. El partido y su presidente eran noticia. Había alegría y grandes expectativas. Los mexicanos en Estados Unidos habían jugado un rol muy importante en el proceso que culminó en la alternancia.
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Fox recibió enormes muestras de apoyo de la comunidad mexicana en Estados Unidos. Para atender ese ánimo ciudadano, el presidente de Acción Nacional, Luis Felipe Bravo Mena, decidió abrir una pequeña oficina para atender a los mexicanos en el extranjero. Tenía una sola plaza, la de director, debía encargarse de organizar a los paisanos que quisieran afiliarse al PAN y participar en política. Yo fui ese primer director.
Fue, sin duda, uno de los trabajos que más he disfrutado. Hablé en auditorios casi vacíos, en otros medianamente llenos y en algunos muy llenos. Visité campos agrícolas en el norte de California, restaurantes en Chicago y Nueva York, y construcciones en Texas. En todos estos lugares y sus alrededores la efervescencia se vivía al máximo. Había grandes expectativas de México y de su gobierno. Cuando regresaba a la Ciudad de México solía bromear diciendo que, en Illinois, el PAN era tan numeroso y participativo que los panistas ya peleaban entre ellos.
En la pequeña Ciudad de Elgin existía un grupo nutrido de panistas, y hasta ahí llegaron periodistas, legisladores, funcionarios y dirigentes del partido. Vivía ahí Rosendo Burciaga, quien había solicitado asilo político en Estados Unidos después de una golpiza que le propinaron por órdenes del priismo coahuilense, él nombraba a los responsables por sus nombres y apellidos: José de las Fuentes Rodríguez y Enrique Martínez y Martínez. ¿Cómo habrá estado la golpiza que propinaron a Rosendo, por lo demás ampliamente documentada, que las autoridades estadounidenses decidieron otorgarle asilo político y la ciudadanía plena?
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En aquellos esfuerzos fundacionales en Estados Unidos, nos acompañó su hermano Lorenzo quien solía visitarlo de vez en cuando. Cómo disfrute aquella plática en el Azteca de Oro. Me contó sus aventuras políticas desde sus inicios en la Acción Católica de la Juventud Mexicana, la ACJM, o como él los llamaba, los acejotemeros. Ahí conoció a muchos que después fueron dirigentes nacionales del PAN. Me contó también sobre sus primeras batallas en el PAN de Saltillo y Coahuila, las dificultades propias de las derrotas, y las mayores aún, propias de los triunfos.
Cuando fui diputado federal pasé largas horas escuchándole. Tenía un tono de voz que hacía de sus largas disertaciones una narración entretenida, interesante, aleccionadora. Me invitó a su casa, me presumió su colección entera de La Nación, revista oficial del PAN, pero le pesaba no contar con un ejemplar del primer número.
Don Lorenzo no fue santo de la devoción de muchos panistas, y menos aún de los priistas, a quienes enfrentó con enjundia y convicción. Cuando criticaba a los del PAN, algunas veces le daba la razón, otras veces no, pero siempre coincidimos en todos y cada uno de los señalamientos que hacíamos al PRI-Gobierno. Si algo no se puede regatear a don Lorenzo es su congruencia, lo fue hasta el final de sus días.
Con el tiempo me alejé de la política partidista y del PAN. Dejé de ver a don Lorenzo, ahora buscaré a Rosendo para saludarlo. Pero no tendría que ver ni escuchar a don Lorenzo para saber lo que pensaba del PAN, de su desplome y de su alianza con el PRI, con ese PRI-Gobierno al que enfrentó con valentía incomparable. Descanse en paz, don Lorenzo Burciaga, hasta pronto.
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