El loco rey... o sea, el de Inglaterra, Carlangas III
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Escribo estas líneas, no porque el mundo esté esperando desde luego mi precisa, puntual y exhaustiva crónica sobre la coronación del nuevo monarca del Imperio Británico, sino por mi propia necesidad de dejarme una constancia para el futuro de que atestigüé (vía YouTube) un evento... hmmm... medianamente histórico.
Vaya, yo nací después del Alunizaje, así que el día más relevante que me tocó vivir, hablando en términos de cobertura noticiosa global fue quizás el 911, seguido muy de cerca por el campeonato del Atlas.
Todavía recuerdo la boda real entre el futuro rey y Diana Spencer, a la postre Diana de Gales, luego Lady Di y finalmente Di-funta. No estaba yo interesado en tal evento, yo quería ver caricaturas, pero mi madre acaparó el único televisor ese día bajo amenaza de muerte por decapitación a aquel que osara sugerir siquiera cambiar de canal.
Así que esto viene a ser como el capítulo más reciente en una larguísima telenovela transgeneracional que por alguna razón inexplicable el mundo sigue con desmedido interés (mentira que sea inexplicable, lo que pasa es que al mundo le mama el chisme).
Luego de ver “The Crown”, que es como ponerse al día con las primeras 70 temporadas de este culebrón melodramático, busqué el pietaje real de la coronación de doña Chabela, y es notable cómo la precariedad de la producción de aquel entonces le da un toque aún más sobrio, solemne, histórico al documento fílmico. Apenas una cámara cinematográfica fija colocada a prudente distancia de la joven monarca que, de manos del arzobispo de Canterbury recibe la potestad “divina” sobre el destino de millones.
Hoy, con cien mil cámaras digitales cubriendo prácticamente cada centímetro (cada pulgada, perdón) entre la Abadía de Westminster y el Palacio de Buckingham, será difícil que cualquiera de los miles de invitados y miembros de la guardia involucrados en la ceremonia se saque un moco sin que toda la humanidad se entere.
Yo tengo el recuerdo muy firme de que Carlos −o Charles− había decidido declinar al trono mucho antes del fallecimiento de su madre, para cederle la sucesión a su hijo, el que no está exiliado viviendo el sueño americano de comprar en fachas en Walmart.
Pero a la muerte de la abuelita de la hija de Martha Debayle, Charles nos salió con que “dijo mi mamá (God Save the Queen!) que siempre sí’. Que siempre sí les voy a hacer el favor de ser el Rey de todos ustedes, lacayos indignos, y Camila quiere un fiestón que la rompa, ¡oh sí!
También, hay que ponernos en su lugar (como si se pudiera), pero imagine que nace primogénito de la reina y heredero en línea directa al imperio más grande de todo el maldito planeta. Toda su formación, desde antes de saber cómo anudarse los zapatos (si es que ya aprendió cómo hacerlo por sí sólo) está orientada al propósito de que sea usted el próximo monarca. Su misión en esta vida es suceder a su madre en el trono, pero... resulta que su mami ejerce el segundo reinado más largo en la Historia, no de Inglaterra, no de las monarquías europeas ¡de todo el jodido mundo!
Entonces, la dicotomía era cumplir el papel para el cual se preparó y esperó durante 70 años, toda su vida, ni más ni menos, o echar todo eso (su propósito en el mundo) al real retrete. No sé si un ser humano está diseñado para soportar desde niño esa presión, pero sí creo que la sola idea sostenida durante todo ese tiempo podría desquiciar a cualquiera, volviéndolo un costal de desórdenes mentales.
Y bien, el hijo de una de las monarcas más jóvenes y longevas se convierte a partir de ahora en el rey que con mayor edad ha asumido el trono, el cetro y la corona del Imperio Británico y que, a juzgar por sus dedotes de salchicha y sus creencias en las pseudociencias, será también uno de los reinados más breves.
En efecto, Carlangas III de Inglaterra es una persona peligrosamente ignorante. A falta de un trono que ejercer, ha dedicado su vida a promover diversas terapias alternativas y a cuestionar “la medicina oficial”, la ciencia y la farmacología, pronunciándose en favor de una sarta de remedios ancestrales, curas holísticas y embustes milagrosos.
Charles incluso ha invertido su dinero en empresas de charlatanería curativa, pero ninguna de las prácticas o terapias que ha promovido, por supuesto, ha demostrado tener ninguna efectividad.
Pero no sorprende que el hoy cabeza de una institución cuya preponderancia y potestad sobre diversas naciones a lo largo de los cinco continentes, tenga sus creencias ancladas en las supersticiones del pasado, después de todo el poder que hoy ejerce se funda precisamente en una noción ancestral y supersticiosa, la idea de que Dios lo eligió a él y a todos los de su linaje para gobernar sobre la plebe, la cual le debe obediencia, tributo, sumisión y lo que le cante su real trasero.
Tenemos pues a un viejo supersticioso, instalado en rancias ideas ancestrales, incapaz de abrazar la ciencia para tomar decisiones simples, orgulloso de un pasado que sólo en su imaginario era ideal, pero sobre todo incapaz de comprender cómo funciona el mundo que le rodea. Un viejo que llegó a decir que ya no le interesaba el poder, pero al que no dejó de aguardar durante décadas y al que accedió tan pronto se le presentó la oportunidad, ya en el ocaso de sus facultades mentales y vitales.
Querido Imperio Británico, tierra de The Beatles, The Who, The Kinks y The Rolling Stones. Hogar del fish and chips y de los mejores desayunos del mundo mundial; cuna de Peter Sellers, de los Monty Python y de Rowan Atkinson... Con un monarca así... ¿Qué podría salir mal?