Elizabeth Valdez, un ángel morado, un compromiso de vida con la AIDH
A mi querida Liz, querida brujita.
Para lograr la transformación social se requiere, como siempre lo digo, que te acompañes de seres igual a ti: comprometidos, leales y de buena voluntad: salmones, al final. Que sepan, en gran medida, que tienen que sacrificar muchos gustos, muchos deseos e incluso proyectos personales. Que acepten, además, que ese es el destino que eligieron por encima –muchas veces– de sus intereses particulares. Al final, la retribución será, a mi juicio, mayor por el beneficio social que se genera. Pero, creo, siempre será a costa de una parte de la vida personal. Es así.
Hay que salvarnos de nuestra circunstancia. Nada más. Ya iré contando –en mi columna Contornos Morados– los costos que hemos asumido los que estamos comprometidos con el sueño morado. Pero hoy me interesa recordar a una persona extraordinaria que, para mí, representa el gran éxito de nuestra institución.
Iniciando esta semana que termina, me informaron que mi compañera morada, Elizabeth Valdez Guerrero, había fallecido tras unos meses difíciles que pasó para lograr su plena recuperación. Lamentablemente, no pudo superar una operación quirúrgica. Ella tenía muchas ganas de vivir, de seguir aquí.
Liz –como muchos le decíamos– era una gran amiga. La conocí cuando trabajaba en el Conalep. Ella se jubiló. Ya se había retirado. Pero la convencimos y volvimos a contratar como personal de confianza para que, con su gran experiencia escolar, nos ayudara en la gestión de los programas educativos que teníamos que desarrollar en la AiDH.
La AiDH, por tanto, sacó a Liz de su retiro laboral. No quería dejar de cuidar a su mamá que, lamentablemente, también falleció hace algunas semanas. Pero Liz nos estaba ayudando. Era una persona comprometida, leal, honesta, eficiente, guapa, trabajadora. Una gran persona.
Hace unas semanas platiqué con Liz. Se estaba preparando para ir de nuevo a la plancha. Estaba en franca recuperación. Ya había pasado –muchos pensamos– lo difícil de la operación. Pero necesitaban hacerle otra para nuevamente conectarla. Estaba con muchas ganas de regresar a trabajar.
Por la gran confianza que tenía con ella, le dije: “échale ganas, no te rindas, no te vayas a morir, porque en la AiDH tienen mucho trabajo; te necesitamos, te queremos de vuelta”. Le dije que yo también me la pase muy mal por una operación, pero aquí estoy (bueno, le dije algo que decía mi papá siempre). Se rio. Me agarro de la mano. Me dijo: “jefe, allí voy a estar”. Y sigue aquí.
Ella se encargaba del control escolar. Era el contacto principal que teníamos para preparar los exámenes de grado para organizar mis clases de posgrado. Luego –como fue una gran amiga– comíamos muchas veces con Carito, su gran amiga de vida.
DE BRUJITA A ÁNGEL
Carito le decía Bruja. Espero que con sus dotes mágicos nos ayude, desde el cielo, para seguir consolidando a la AiDH.
En momentos difíciles para ella en el hospital, me comentan que siempre recordaba nombres de alumnos o alumnas para saber el trámite de su control escolar. Deliraba pensando en el trabajo. Tenía presente, siempre, su responsabilidad. Era su gran compromiso con el sueño morado.
Ella, como muchos y muchas, tienen un gran compromiso con nuestra institución. Hasta en momentos difíciles. Los que siguen acompañando el sueño morado son salmones. No se rajan. No se echan para atrás. No claudican. No traicionan. Yo tampoco. En lo que me toca los seguiré siempre apoyando. Allí estaré.
Liz, aunque se nos fue, nos estará cuidando desde el cielo. Porque lo más importante de la AiDH, al final, no son sus grandes resultados. Que son muchos. Que son extraordinarios. Que serán más.
Lo mejor de nosotros, creo, son las personas que liderean y construyen una realidad universitaria que, no tengo duda, seguirá generando grandes cambios sociales en las próximas generaciones.
¡SALUD LIZ!
Hace algunos años, mi vida se puso en peligro por una mala operación. Tenía las pruebas. Pero nunca quise demandar. No me ganó el coraje ni la venganza. Fue más bien una decisión de agradecimiento: pensé que, si me había salvado, no tenía por qué ir con rencores por la vida por más injusta que fuera conmigo. Me andaba muriendo. Pero se me olvidó el daño que me hicieron, aunque todavía tenga algunas secuelas de salud.
En ese entonces, mi decisión fue más bien perdonar el error médico que cometieron en mi perjuicio. Al final lo superé. Al final sigo aquí. Lo puedo contar.
Las semanas que pasó Liz en el hospital nos acercó más a conocer lo terrible que están los servicios públicos de sanidad en el país. Ella tenía que comprar sus medicinas, contratar a su enfermera. Existen muchas deficiencias.
Yo, como lo dije, pude haber fallecido por un error médico. Me salvó mi juventud, mi familia que me ayudó y el seguro de gastos médicos mayores que tenía para asegurar mejores condiciones de servicios de sanidad. Desde entonces, esa es mi mayor inversión: pagar mi seguro. Pero eso no debe pasar. La salud no debe depender de tu suerte o situación personal. No es un privilegio. Es un derecho.
Pero, creo, que la mejor lección que nos deja Liz es una nueva lucha por los derechos que se ha impulsado en la AiDH: el poder generar mejores condiciones de salud, a través de la ciencia de la dignidad humana, para asegurar una vida digna. Nuestra salud no puede depender de nuestra situación social o económica. Todos merecen un trato digno en la enfermedad, en los cuidados cuando uno está sin salud, vulnerable.
Irene, cuando supo del fallecimiento de Liz, me llamó. Me reclamó, como siempre. Entre otras cosas, me dijo que desde la AiDH iba a generar mejores propuestas de política pública para asegurar servicios dignos de salud. En la AiDH ya se han diseñado programas que, en la realidad, ayudan a las víctimas a salir adelante en su salud. Estoy seguro de que eso lo seguirá haciendo el equipo morado, en el marco de los programas estatales de derechos humanos. En la academia trabajan varios temas de salud a favor de las víctimas. Estoy seguro de que seguirán en esa ruta, generando mejores condiciones de vida digna para transformar las situaciones injustas que afectan los derechos de las personas.
En México, la sanidad pública es un problema estructural. Maleni, que conoce la realidad de las víctimas, me ha comentado esta gran deficiencia en los servicios de salud. La veo siempre sufriendo. En cada gestión que tiene que hacer a favor de las víctimas se le va mucha energía, pero siempre está comprometida a resolver los problemas de salud que enfrentan las familias.
Mejorar, por tanto, los servicios de salud para los más débiles debe ser una tarea de nuestras instituciones. Eso se lo debemos a nuestra sociedad, a Liz.
“Allí estaré”, fueron sus últimas palabras que le escuché a Liz después de que le dije que la esperaba en el próximo examen de posgrado, y sé que nos seguirá acompañando en este viaje.
Descansa en Paz, querida Liz, una brujita que se convirtió en nuestro ángel morado.
El autor es fundador de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH