En esta fría mañana, una fría reflexión de Navidad
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Esta no es una discusión bizantina en plena Navidad, una de las fechas más significativas y bellas de nuestro calendario, sino simplemente una reflexión de coyuntura sobre el nacimiento de Jesús, una celebración que se ha convertido en pretexto para prácticas nocivas como el consumismo, la disipación y los excesos etílicos propios de una religión mal encausada, sin una verdadera espiritualidad, llena de dogmas y mitos, como pueden ser, para efectos de esta columna, la fecha y el lugar de nacimiento del Mesías, aspectos de su vida terrenal y el espíritu de la redención.
En primer lugar diremos que es una bendición que celebremos la Navidad desde tiempos remotos y en una fecha, 25 de diciembre, establecida contra el paganismo romano que celebraba en ese día el nacimiento del sol, aunque realmente no sabemos cuándo y dónde nació el niño Jesús.
Y es que los historiadores no religiosos han establecido que Jesús nació aproximadamente el año 5, antes de la era que lleva su nombre y que divide la historia de occidente en un “Antes y un Después” del nacimiento de este hebreo descendiente de la tribu de Judá.
De igual manera, la tradición nos dice que el niño Jesús nació en un pesebre de Belén, rodeado de animales domésticos y proclamado “Rey de los Judíos” por unos magos que llegaron de Oriente para adorarlo, hecho que desencadenó la matanza de los “Niños inocentes” por Herodes, una tragedia inadmisible permitida por un Jehová cruel y vengativo al estilo del Viejo Testamento.
Lo cierto es que para la tradición religiosa, el mito del pesebre de Belén es preferible al nacimiento del Jesús revolucionario en la aldea agreste y levantisca de Nazaret, hecho contario a la predicción de Miqueas, que había profetizado que el Mesías sería descendiente del guerrero más grande que han tenido los israelíes, el rey David, y por lo mismo, habría de nacer en Belén, la cuna del vencedor de Goliat y unificador de Israel, porque los judíos siempre han esperado al gran libertador de sus cautiverios y opresiones, no a un redentor espiritual.
El nacimiento de Belén es una verdad teológica que se adapta a la versión del profeta Miqueas (“Mas tú Belén Efrata... de ti me saldrá el que será Señor de Israel (Mi 5:2), pero los historiadores no religiosos afirman que Cristo nació en Nazaret, un pueblo de Galilea, tierra despreciada por los judíos más conspicuos que afirmaban, refiriéndose al Mesías, que nada bueno podía salir de Nazaret.
Y claro que es muy cruel la leyenda de un Dios despiadado que, para salvar a su hijo Jesús de la furia de Herodes, permite la matanza de los niños en Belén. Caso similar al del Jehová vengativo cuyo ángel exterminador asesina a todos los primogénitos de los egipcios para liberar a su pueblo del faraón. Nada que ver con el espíritu cristiano.
Si el niño Dios nació en Belén o en Nazaret no tiene la importancia y significación del nacimiento de una religión liberadora. Porque el cristianismo es la religión de la libertad cuya esencia espiritual es el Sermón de la Montaña, con sus Bienaventuranzas, su Regla de Oro, el Padre Nuestro, la Divina Providencia, la limosna, la oración, el ayuno y su metáfora de la Sal de la Tierra. ¡Feliz Navidad!