Entre la soledad y el suicidio
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¿Por qué fracasan los programas, que no políticas públicas, para prevenir el suicidio en Coahuila? Lo pregunto con preocupación, porque he escrito sobre el tema, al menos durante veinte años, y las cifras continúan al alza e incluyen, ahora, niños o niñas de poca edad. Dos datos precisan lo anterior: “De 7 mil 896 personas que cometieron suicidio en México en 2022, 2 mil 293 tenían de 20 a 29 años de edad y mil 260 eran adolescentes de 10 a 19 años; 700 más con respecto a 2019 y mil más que en 2018” (UNAM Global: 2022).
En Coahuila, “la tasa de suicidios en los jóvenes de 15 a 29 años es de 13.1 por cada 100 mil habitantes; muy por encima de la tasa nacional que es de 6.5”. Hasta agosto de este año 71 personas se suicidaron en la Región Laguna; 61 en la Sureste, 29 en la Centro y 49 distribuidos entre la Desierto, Carbonífera y Norte. De esta manera, en ocho meses 210 coahuilenses tomaron sus vidas en sus manos, 26 personas por mes. Casi una cada día.
Cuatro son la razones de es fracaso: los políticos no consideran el tema del suicidio rentable electoralmente; las instituciones públicas, responsables del tema, han burocratizado su corazón e inteligencia, para tratarlo de manera coyuntural o superficial; no ha surgido, a la fecha, una alternativa de prevención que involucre y articule de manera integral a los responsables de salud de los gobiernos estatal y municipal, cámaras empresariales, universidades públicas y privadas, medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil y no ha existido ningún observatorio externo que evalúe el impacto de los esfuerzos preventivos surgidos a lo largo del tiempo.
Reitero, el suicidio es un problema de todos, no sólo de la UAdeC con su programa “Lazos para la vida. Prevención del suicidio” o de los integrantes del convenio que la misma universidad suscribió con motivo del Día Internacional para la Prevención del Suicidio, sin participación de las cámaras empresariales y los medios de comunicación.
¿Han medido los empresarios los grados de estrés, ansiedad y depresión que causa el entorno y la exigencia laboral a sus trabajadores? ¿Sabrán los dueños de los medios de comunicación de los lineamientos éticos para prevenir el suicidio publicados por la OMS?
Por ello, sin objetar la complejidad psicológica o neurofisiológica del tema, y mucho menos soslayar la dificultad para vincular esfuerzos de tan variados de actores sociales, ¿por qué no bajar a territorio cualquier estrategia de prevención de la siguiente manera?
Usar las 18 bibliotecas públicas ubicadas en la Región Sureste para lanzar un programa nombrado no preventivo o contra el suicidio, sino contra la soledad, el cual es un factor que incide de manera directa en el incremento de la tasa de suicidios, más después de la pandemia del COVID-19.
Esas bibliotecas tendrían tres objetivos: 1.- Trabajar con estudiantes de psicología previamente capacitados en el tema del suicidio, para escuchar de manera activa y empatizar con el otro y canalizarlo, de ser necesario, a otras instancias de cuidado psicológico o psiquiátrico. 2.- Los mismos estudiantes socializarían el programa casa por casa en las colonias aledañas a la biblioteca para que los vecinos acudan a platicar de cualquier tema y puedan ser escuchados por ellos por un período no mayor a una hora. 3.- Ser el espacio que fusione libros de escritores y vidas de personas para que estas encuentren un lugar mediante las conversaciones, talleres o conferencias que les permita trascender su soledad.
De esta manera, el programa combatiría esa soledad y sus daños colaterales: estrés, ansiedad, tristeza y suicidio. Ayudaría también a mejorar las relaciones intrafamiliares y vecinales.
Después de la pandemia, ¿cuántas personas no habrá necesitadas de ser escuchadas, para validarse, entenderse y salvarse a sí mismas de esa soledad que puede conducirlas al suicidio?