Gobernante o régimen: La sombra del obradorato en el mandato de Sheinbaum

Opinión
/ 13 enero 2025

Los primeros 100 días del gobierno de la primera mujer presidenta no dan cuenta de un sentido diferenciado de ejercicio del poder

Quizá como en ninguna otra parte, en México la política personaliza extremadamente sus procesos. No es vieja historia, seguramente viene del régimen que sucedió a la república restaurada, el porfiriato, en referencia a quien gobernara por tres décadas. Se tiende a simplificar, más la historia popular cuando se recrea en los veneros interesados de los ganadores o del mismo grupo político en el poder. El porfiriato pasó a condena a pesar de merecer un examen profundo y riguroso pues, para bien y para mal, su huella fue trascendente.

Callismo, cardenismo, alemanismo, echeverrismo, salinismo, obradorismo aluden no sólo a un presidente, sino a un proyecto en el poder que pudo imprimir su sentido propio e identidad. Es difícil ahora hablar de claudismo, aunque no falta quien lo refiera en el afán de la adulación. Es necesario un esfuerzo mayor para entender los procesos políticos y sociales también, como parte de la cultura política en que el presidente es el actor relevante, aunque en los hechos sea la sociedad. López Obrador se debe a los millones de votos que le llevaron al poder, a las mayorías abonadas en el rencor y a las élites acomodaticias que le dejaron destruir al régimen democrático para sentar las bases de la autocracia que vivimos.

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Los primeros 100 días del gobierno de la primera mujer presidenta no dan cuenta de un sentido diferenciado de ejercicio del poder. Desde luego que la señora Sheinbaum es notoriamente distinta a su antecesor en muchos sentidos, como preparación, origen social, formación política y más, pero no resulta relevante respecto a lo fundamental, asumirse y actuar como la continuidad, el segundo piso con todo lo que entraña para dar vigencia al proyecto político obradorista.

López Obrador cambió al país, particularmente el consenso a pesar de los pésimos resultados de la gestión de gobierno en los diferentes rubros. Como en otras épocas, aunque hoy más profundo y trascendente, existe una identidad entre las ideas, fijaciones y mitos sobre el poder de López Obrador y los de una parte relevante de la población. No sólo es cuestión de acuerdo, también de acomodamiento de intereses.

El reto para la continuidad son los cambios en el entorno, especialmente tres: la evolución del crimen organizado, involucrado en la política y en los juegos de poder como nunca; la relación con el vecino del norte y las difíciles condiciones de las finanzas públicas, inversión y crecimiento. Es un error insistir en la polarización en tales condiciones, lo que se ha hecho en estos meses no sólo por razones de civilidad, sino porque cualquiera de los tres temas requiere de una convocatoria a la unidad de una voluntad colectiva o cruzada, que no significa que la oposición formal tenga un lugar protagónico o que se pierda el sentido de autoridad que concede el voto.

Cada régimen configura su propia imagen. Para el obradorismo asociarlo con la autocracia y no con la democracia debe ser una agresión mayor, al aludir al mandato popular y al consenso sobre lo que las autoridades y el Congreso hacen de manera unilateral. Sin embargo, la realidad es la que determina y no la propaganda o los buenos deseos de quien detenta el poder.

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Con los cambios constitucionales recientes se afectaron las premisas esenciales del régimen democrático o más bien un sistema híbrido por sus insuficiencias. La factura autocrática se acredita con la afectación a los equilibrios y límites a la autoridad, con la militarización plena de la seguridad pública, el deterioro de la libertad de expresión derivado de la autocensura y la destrucción de la Corte como instancia independiente y autónoma del poder, además de la eliminación de órganos autónomos relevantes y la colonización de varios de ellos, ejemplo la CNDH, el INE y el Tribunal Electoral.

Como tal, es útil valorar el proceso político en curso, no sólo la gestión de una presidenta que en sí misma, por su condición de género, representa un cambio positivo y prometedor. En este sentido, ampliando el espectro de valoración en tiempo y contenido, necesariamente tendrá que considerarse el proceso político que inició con la elección de 2018 y que sin duda significa un cambio histórico trascendente que modificó políticamente el ejercicio del poder. La eficacia y la legitimidad actuales remiten a esa historia, a ese personaje fundador y al ejercicio vertical, discrecional y, a veces, arbitrario del poder público.

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