Gratis ni las nachas
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Hace unos días fui a un evento muy bonito aquí en la ciudad, pero lo que me sorprendió no fue eso, sino más bien el comentario de una señora que dijo: “¡Uy, qué padre que hagan estas cosas gratis!”. ¿Gratis? No, señora, esto no es para nada gratis. Ya se lo cobraron y bien cobrado, créame, todo gracias a sus impuestos.
¿No sé por qué? Pero no entiendo el afán o la manía de utilizar la expresión “gratis” para todo. Y hasta cierto punto no hay ningún problema, pero como diría el maestrazo Arjona: “El problema no es que mientas, el problema es que te creo”.
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Queridos lectores, les traigo una mala noticia... nada es gratis. Nada en esta vida lo es, todo cuesta y por obvias razones, hay que pagar el precio, a veces justo, otras no tanto, pero no se puede hacer nada al respecto.
Y quizás usted me diga: “Eso ya lo sabía, Daniel”. Pues qué bueno, yo no vine a descubrir el hilo negro ni a tratar de demostrar un nivel de iluminación digna del mismísimo Buda. Cosa que no tengo, ni por cerquita. Lo que sí tengo es un gran interés en cómo usamos este concepto y con cuánta libertad.
Por ejemplo, va usted a comer unos tacos y mientras su comida está lista, le llevan unos frijoles. Son gratis, pensará usted: “¡Frijoles gratis! Qué buen servicio, qué suerte tengo”. Pero no es así, eso ya está cobrado en lo que usted pidió.
Tendemos a asociar lo “gratis” como algo normal. Pero siempre se tiene que pagar el precio... y completo. Esto aplica también a nuestras acciones, lo que decimos y hasta lo que no decimos. Aquí de nueva cuenta el maestrazo Arjona nos comparte otra línea más de sabiduría: “El problema no es que digas, el problema es lo que callas”.
Usted puede ir manejando su vehículo tan tranquilo como siempre, pero en una esquina se le atraviesa un buen hijo de vecino y entonces usted toca el claxon desesperado. Le manda a felicitar a su progenitora, y eso que ni sabe cuándo cumple años y el 10 de mayo ya pasó, pero de igual forma lo hace. Acto seguido, este buen sujeto, respondiendo a su muestra de cariño y aprecio, se baja y se agarra a golpes con usted.
Ese acto de valentía no resultó de a “gratis”, ¿verdad? Ahí usted pagó el precio por eso, que le salió caro, que mejor se hubiera quedado callado, calladito pero bonito, bueno pues, quién sabe, a lo mejor se hubiera evitado una bronca.
Siempre escuchamos frases como: “De que la vida todo te lo cobra”, “Nadie se va de aquí sin pagar” y muchas más como esas. Mi papá siempre dice que lo “endejo no se quita, ni que fuera gripe”. Pero existe cada animalito de la creación aquí en la viña del Señor, que uno se queda así como trasero en el agua, anonadado.
No, mis queridos lectores, hay que ser más conscientes de lo que hacemos, de lo que decimos, pensamos y hasta sentimos. No nos sorprendamos cuando nos llegue la factura.
Y es que tenemos que ser muy conscientes de que lo “gratis” no es para nada cierto. Siempre nos cuesta “algo”, un trabajo donde no nos sentimos cómodos del todo, una relación personal que no avanza, o también en el caso contrario, buenas decisiones, esfuerzos, trabajo duro. Todo ello conlleva consecuencias que al final son resultado de nuestras mismas decisiones. En resumen, es lo obtenido por el “pago” de todo lo que hicimos.
No quiero caer en la verborrea motivacional, pero debería preguntarse: ¿Qué tan dispuesto estoy en pagar el precio por lo que quiero o hago? John Lennon dijo una vez: “La vida es eso que pasa mientras uno está ocupado haciendo otros planes”. ¿Qué planes está haciendo usted?, ¿sabe cuánto le van a costar? Y más importante aún, ¿está dispuesto a pagar el precio?
Luego no le vaya a pasar como a un camarada a quien “le dieron” su casa, y cuando nos juntamos para celebrar “semejante acto de bondad”, uno le preguntó: “¿De a cómo las mensualidades?”. Y después de un silencio incómodo, solo respondió: “¿A poco hay que pagar?”.
Pero no se me mortifique, usted siga disfrutando la vida, que al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión, ¿y usted qué opina?
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