Groenlandia no está en venta. Y nunca lo estará
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Los groenlandeses, tras conseguir por fin una mayor autonomía en los últimos años, no tienen ningún deseo de cambiar cientos de años de dominio danés por el dominio estadounidense
Por Aqqaluk Lynge y Gitte Seeberg, The New York Times.
Pero mientras el presidente Trump vuelve a amenazar a nuestros pueblos y a nuestros países , ahora con las mismas insinuaciones que hizo durante su primer mandato sobre la compra de Groenlandia, parte integral del reino de Dinamarca, nos unimos con un solo mensaje: Groenlandia no está en venta y nunca lo estará.
Uno de nosotros, Lynge, lleva décadas luchando por el derecho de los groenlandeses a la autodeterminación y es fundador del partido político de izquierda Inuit Ataqatigiit, que gobierna Groenlandia. La otra, Seeberg, ha servido en los parlamentos danés y europeo como miembro del Partido Popular Conservador de Dinamarca, para el cual el rey, Dios y la patria siguen siendo hasta hoy la santísima trinidad.
De ese modo, representamos tanto al colonizado como al colonizador: Groenlandia fue colonia de Dinamarca hasta 1953, y la isla obtuvo su autonomía en 1979.
Sin embargo, durante años, ambos hemos trabajado juntos para reforzar la sociedad civil en Groenlandia y garantizar que los deseos y las preocupaciones del pueblo groenlandés se escuchen y se tomen medidas en cuanto a los recursos naturales del país. En la década de 2010, el interés de China por Groenlandia y sus minerales era intenso, y se propusieron enormes proyectos sin tener en cuenta el efecto que tendrían en la vida cotidiana de los groenlandeses y en su futuro. Esa prisa llevó a los groenlandeses a repensar cómo aprovechar el potencial de su territorio, y hoy Groenlandia está mejor preparada para hacer frente a los intereses extranjeros.
La lección más importante que hemos aprendido con el tiempo es que, incluso en el sentido más abstracto, a los groenlandeses no les interesa que su país se venda ni que el destino de su nación lo decidan otros que buscan obtener beneficios o promover sus propios intereses.
Es ilegal que alguien posea tierras privadas en Groenlandia y, desde 2009, los derechos sobre sus recursos pertenecen, colectivamente, al pueblo groenlandés. Puede que a un magnate inmobiliario como Trump le cueste entenderlo, pero cuando la gente está construyendo una nación y fomentando su cultura y sus valores, el atractivo del dólar es menor de lo que podría pensar.
Los groenlandeses, tras conseguir por fin una mayor autonomía en los últimos años, no tienen ningún deseo de cambiar cientos de años de dominio danés por el dominio estadounidense. Cuando los groenlandeses oyen a Trump decir que poseer Groenlandia es “una necesidad absoluta” para Estados Unidos y que cree que “vamos a tenerla”, y hasta se niega a descartar la posibilidad de apropiarse de nuestro territorio por la fuerza, solo oímos el imperialismo amenazante de otra época. Los groenlandeses y los daneses han considerado a Estados Unidos un buen amigo durante décadas, lo que hace que todo esto sea aún más asombroso. Los amigos no amenazan a los amigos.
Los groenlandeses quieren trazar el rumbo del desarrollo de su país, y así lo han venido haciendo desde que se instauró el autogobierno hace 16 años, asumiendo la responsabilidad principal en muchos ámbitos de la política pública mientras siguen colaborando estrechamente con Dinamarca en otras.
Los estadounidenses, incluido Trump, deben comprender que los groenlandeses no son daneses, sino predominantemente inuit, sí, lo mismo que algunos de los pueblos indígenas de Alaska. Aunque el danés e incluso el inglés se entienden y hablan ampliamente, el groenlandés es la lengua oficial y la cultura inuit groenlandesa sigue siendo fuerte. Con los groenlandeses trabajando para conocer cada vez mejor las tradiciones y la cultura que habían sido descuidadas y suprimidas durante cientos de años, su sentido de identidad es quizá más fuerte que nunca.
En todo el Ártico, los inuit de Estados Unidos, Canadá y Rusia se sienten inspirados por el progreso que han realizado los groenlandeses, por la nación que están construyendo y por su búsqueda para definir su propio futuro. La forma en que a menudo se trata a los pueblos indígenas en Estados Unidos, donde sus lenguas y culturas han sido marginadas, no es un buen argumento de venta para la idea de que Groenlandia forme parte de Estados Unidos.
Los groenlandeses, en general, no desean ser estadounidenses. Muchos tampoco desean ser daneses. Pero la verdad es que no tienen por qué. Pueden seguir siendo groenlandeses. Una encuesta reciente realizada por un periódico groenlandés y otro danés reveló que solo el 6 por ciento de los groenlandeses desea abandonar el reino danés y unirse a Estados Unidos, mientras que el 85 por ciento se opone. La única manera de asegurar y promover los derechos y libertades que Groenlandia ha ganado en las últimas décadas es en asociación con Dinamarca.
En nuestra opinión, la unión de Groenlandia y Dinamarca, junto con las Islas Feroe, puede compararse a la relación entre hermanos. De vez en cuando, es un amor duro, por no decir otra cosa; nuestras tres sociedades ciertamente no están de acuerdo en todos los asuntos. Al menos hasta ahora, uno de los hermanos siempre ha sido más fuerte que los demás, y eso a veces crea tensiones. Pero cuando el hostigador del patio de la escuela, en este caso Trump, venga por uno de nosotros, nos uniremos y le diremos que se vaya.
Esto no significa que Estados Unidos no tenga un papel que desempeñar en Groenlandia. Las fuerzas estadounidenses han estado presentes desde la Segunda Guerra Mundial. A medida que el Ártico se militariza cada vez más y Rusia y China aumentan sus ambiciones en la región, lo más probable es que la presencia militar estadounidense se amplíe. Tanto los daneses como los groenlandeses estamos agradecidos por cómo Estados Unidos ha garantizado la seguridad de Occidente durante décadas, y esperamos que siga haciéndolo. Los groenlandeses comprenden la importancia de la presencia militar estadounidense y Dinamarca está comprometida con su pertenencia a la alianza de la OTAN liderada por Estados Unidos.
Asimismo, si las empresas estadounidenses quieren invertir en el desarrollo del turismo, la minería, la exploración de minerales u otras industrias de Groenlandia, son bienvenidas, siempre que lo hagan respetando las leyes y regulaciones locales.
Pero Groenlandia no es solo una parcela de tierra en juego: es una nación. Y en este asunto, Groenlandia y Dinamarca se benefician de permanecer unidas. Con la extraña insistencia de Trump en que Groenlandia debe pertenecer a Estados Unidos, lo único que está haciendo es reforzar nuestros lazos.
Aqqaluk Lynge es expresidente del Consejo Circumpolar Inuit y fue miembro del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas. Gitte Seeberg es exintegrante de los parlamentos danés y europeo, y fue secretaria general del Fondo Mundial para la Naturaleza de Dinamarca. c. 2025 The New York Times Company.