Hablemos de Dios 166
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La vida aprieta en la ventana. Aprieta la vida misma, y no la muerte. En mi caso, ya no aprieta solamente, sino que es imperativo prepararse para el final. El gran final. ¿Es tremendismo y falsa alarma? No lo sé, pero acabo de cumplir 59 años. Muy raspados por cierto. No me quejo, al contrario, si alguien los ha disfrutado y a mares, es este escritor.
¿Ser eterno? Se le repito de nuevo: en lo más mínimo. Cuando llegue la hora de mi muerte, pues espero sea bienvenida. Para descansar, estar en silencio alrededor y espero, en paz. Tal vez vaya a extrañar varias cosas. La primera, escuchar mi música favorita. Decía el amargo de E.M. Cioran, que la música es el único arte verdadero. Le creo.
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Podría vivir un buen tiempo sin leer. Podría vivir un buen tiempo sin alcohol. Podría vivir un buen tiempo ayunando, sin comida (al parecer y dicen los especialistas, uno muere sin comer en 27 días aproximadamente). Pero, no podría vivir sin música, buena música. Lea usted lo siguiente:
Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte, oh suerte!
¿Para qué tanto afán si en ese abismo
De tinieblas polares, en la muerte,
Se ha de abismar el pensamiento mismo?
Versos harto poderosos que nos abren lejanías en nuestro intelecto. Nos hacen “girar la piedra” de la inteligencia, como lo dice y frase célebre del chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas. Los versos son de un poeta de vida endemoniada, vida de novela: Salvador Díaz Mirón.
Vamos por partes: ¿eso es todo? “Nacer, pensar, morir.” ¿Usted qué piensa? ¿A eso se reduce nuestra existencia, nuestra pálida existencia? Mmh, sí y no. No hay contradicción de por medio. Por eso, por ello, hay que agregarle proteína a esto: hablar de Dios, pensar en Dios. Tal vez un Dios el cual no existe. O bien, un Dios el cual nosotros hemos inventado para meditar en nuestra patética soledad.
Relea los versos de Díaz Mirón: en la muerte se abisma el pensamiento mismo. Es decir, la nada. ¿Lo nota? Es la Biblia. El muerto nada sabe, nada piensa, nada siente (Eclesiastés 9.5). ¿El peor de los pensamientos, la tortura inaudita para un ser humano inteligente? Según el gran escritor Henning Mankell, lo terrible es “no pensar en absoluto.” Y sí, eso es la muerte. Ya no sentir, ya no pensar. Los muertos, muertos están.
Otro verso devastador de Salvador Díaz Mirón: “A la esperanza el mísero se aferra.” ¿Por qué o para qué aferrarse a la vida si la vida acaba y sólo cuando acaba, pues sí, se cumple nuestra vida, nuestro ciclo de vida? La vida se disfruta, o debería de disfrutarse y no padecerse. Lo que llamamos Dios acaso es un “desvarío”, ocupación para solitarios, dijo Marguerite Yourcenar. Leamos los versos de Octavio Paz donde explora lo anterior:
El mundo se despoja de sus máscaras
Y en su centro, vibrante transparencia,
Lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
Se contempla en la nada, el ser sin rostro.
Sigo mi desvarío...
ESQUINA-BAJAN
Caramba con nuestro Premio Nobel de Literatura, Dios no tiene nombre (usted y yo tenemos al menos siete columnas explorando lo anterior. Y cuando uno habla de Dios, uno sigue su “desvarío”. Caray, caramba. Contemplamos a Dios en la nada, dice Octavio Paz. Tal vez porque Dios es la nada. O el todo. Los extremos, dicen los orientales, siempre se tocan.
¿No será un mejor estadio la muerte a la vida? Un poeta atormentado, todos los poetas lo son, lo han sido y lo somos, como Gerard de Nerval, escribió el siguiente cuarteto en su soneto “Las cidalisas”. Creo habérselo presentado en texto pretérito, pero no resisto las ganas de que usted y yo lo leamos de nuevo:
Nuestras enamoradas, ¿dónde están?
Se encuentran descansando en el sepulcro,
Y seguro que allí son más felices
Gozando de un lugar que es más hermoso.
¿Por qué le tememos a la muerte si la muerte aún no ha llegado? Por qué no vivimos a plenitud y a rienda suelta sin el temor de ella, la muerte? Cada quien tendrá su respuesta de lo anterior. Pero no deja de ser señero lo siguiente. Lea usted el inicio de una de las más impresionantes novelas de todos los tiempos, es de mi amado Charles Dickens. Lea por favor las siguientes letras de fuego...
“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas...” Caray, líneas poderosas las cuales se cumplen cabalmente a la fecha y en nuestra fecha. Son de mi amado Dickens y fueron escritas en 1859. Es el mítico párrafo de inicio de “Historia en dos ciudades.” No un politólogo, no un visionario, no un católico, no un profeta, no un científico, no; sino un escritor ha sido quien nos clarifica nuestros días y nos revela ante nuestros ojos el devenir de la historia toda.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Y dónde está Dios en este teatro? Dígamelo usted, señor lector...