- 06 mayo 2024
La conciencia tranquila: reflexiones sobre moralidad y deber
La reflexión sobre la conciencia tiene dos variables. La primera, tener conocimiento de las cosas –conciencia psicológica–, y la segunda, diferenciar entre lo conveniente o no de las mismas. Es decir, la diatriba entre lo moral o lo inmoral, lo correcto o lo incorrecto, lo justo o lo injusto.
En principio, tener conciencia, por tanto, es tener conocimiento de las cosas –cum/con – ciencia/conocimiento. Conocimiento de los roles, conocimiento de las normas, conocimiento de nuestros deberes. ¿Usted sabía del uso, del rol, del apego a la normativa establecida? Ah, bueno, tenía conciencia de... porque tenía conocimiento de eso a lo que nos referimos. En concreto hablamos de ser conscientes y de ser responsables. En la teoría del acto humano, por ejemplo, para que un acto, evento o situación sea imputable –objeto de sanción– se requiere de dos elementos: conciencia y libertad. En la ley también, pero se tiene en cuenta también la intencionalidad.
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Desde que salimos de nuestra casa hay normas que cumplir, si no caemos en el caos (las leyes de tránsito). En concreto, lo primero que debiera conocer una persona antes de comprar un carro, no es conocer la marca o el modelo que va a comprar, sino el reglamento de tránsito, ¿no cree? Y por ahí nos llevamos todo lo demás.
La amoralidad tiene que ver justo con la falta de conocimiento de las normas que hemos determinado como grupo humano, como personas o como sociedad. Simplemente, el amoral no tiene conocimiento de las normas, en este caso. Le recuerdo que hay normas en casa –esas que no se promulgan, pero que tienen un valor interno para la convivencia–. En la sociedad para garantizar el equilibrio de esta y en todos los ámbitos donde nos movemos. Reglamentos internos en las organizaciones que aseguran el buen funcionamiento de estas. El problema es la amoralidad, ni sabemos, ni queremos saber de lo que se estableció como normativa y debemos cumplir.
Lo otro es la inmoralidad. En este apartado –tan socorrido por la mayoría de la población en diferentes ámbitos– la persona conoce las normas, pero hace todo lo contrario. Si quiere un poco más de información al respecto, Marciano Vidal tiene un estudio donde aborda estos conceptos en su “Teoría de la Desmoralización Social” y Lawrence Kohlberg, con la teoría de los estadios de la conciencia. Y por supuesto, la inmoralidad tiene muchos rostros.
En una sociedad plural y diversa como en la que vivimos se debe de agregar otro elemento que es muy importante, la permisividad social −donde la publicidad y la tolerancia jurídica juegan un papel importante−, que ha dado como resultado una desigualdad galopante donde unos cuantos se han aprovechado de las circunstancias generando una polarización social muy marcada en nuestro país y en el mundo. Inmoralidad y permisividad social han creado una sociedad desmoralizada –donde el tema moral poco importa– y donde las consecuencias y patologías sociales, las que quiera, están a la vista.
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Desde diferentes escuelas se ha abordado el tema, pero lo que mejor se nos acomoda en estos tiempos es lo que ha dicho la escuela personalista al respecto. En la “Crítica de la Razón Práctica”, Emanuel Kant aborda el tema de la conciencia y se refiere a ella como el árbitro o el juez que tiene cada persona en el interior de esta, con el que se confronta para determinar si sus acciones son apegadas o no a lo establecido por el grupo de referencia o la sociedad en la que vive. Aquí, la conciencia es ese perro de presa que le persigue hasta el lugar más recóndito al que usted vaya. A vejas no nos deja dormir bien, a veces nos causa enfermedades de las que no nos podemos levantar. Esa es la concepción kantiana de la conciencia, el fondo insobornable de la persona.
Agrega Kant que es autónoma –cuando la persona se crea y se pone sus propias leyes– la autoexigencia normativa. Y es heterónoma porque como vivimos en sociedades, hoy plurales e incluyentes, tenemos que vivir bajo la normativa a la que nos hemos sumado por ser parte de esta, es decir, colectivamente hemos llegado al punto en el que tenemos una serie de códigos, convenios y acuerdos a los que tenemos que sujetarnos. No son normas impuestas, pero sí en ocasiones diversas, a las que debemos adherirnos para vivir en orden y equilibrio.
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Todo lo anterior es porque el pasado 9 de noviembre el gobernador de Coahuila rindió su sexto informe de gobierno donde se despidió de la población coahuilense diciendo: “Tengo la conciencia tranquila”. Primero ¿tendrá conciencia? Luego ¿cuál de las dos? ¿La psicológica o la moral? O sólo una de las dos. Luego de qué tipo será: ¿recta?, ¿viciosa?, ¿verdadera o falsa? Es recta cuando la persona actúa con autenticidad. Es viciosa cuando la persona no es sincera con ella misma. Es verdadera cuando la persona está en consonancia con la verdad objetiva. Es falsa cuando la conciencia no está de acuerdo con la verdad objetiva, con la realidad por más nítida que esta sea.
Así que, de qué hablaba el saliente gobernador cuando afirmaba ese dicho. Lo que a nosotros corresponde es constatar los dichos con los hechos. Qué dijo que iba a hacer en sus promesas de campaña y qué realmente hizo. Parece que sólo con los temas de deuda –de los estados más endeudados con la federación–, educación, salud, transparencia, rendición de cuentas y combate a la pobreza difícilmente podrá estar como él dice, “con la conciencia tranquila”, lo otro podría ser que la amoralidad lo acompañe. Pareciera ser que la objetividad no sólo es la evidencia de la coherencia de con lo que se dice y lo que se hace, sino la mejor manera de saber si la persona –en este caso el gobernador– se va con la “conciencia tranquila”. Será cuestión de tiempo para saberlo. Así las cosas.
Encuesta Vanguardia
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