La quimera de la interpretación ideal, una consideración sobre el arte de tocar II
Artemisa y el ciervo es un cuento que escribió Fabio Morábito ( Alejandría, 1955), escritor mexicano de origen italiano, que forma parte de los veinticuatro cuentos reunidos en su último libro de relatos, La sombra del mamut (sexto piso, 2022).
El relato mencionado cuenta un episodio en la vida de Boris Pencroff, afamado y señero picolista, especialista reconocido mundialmente en la interpretación en el pícolo de la última y climática nota de la obra de Johan Máliceck, Artemisa y el ciervo, obra sinfónica programática que narra la muerte del ciervo en manos, o, mejor dicho, con la flecha de Artemisa, mientras el ciervo busca a su pareja para aparearse.
La nota agudísima, que representa el flechazo que arrebata la vida al ciervo, requiere de una técnica límpida y de una precisión en la emisión única y culminante de la obra de Máliceck que éste le confirió al pícolo, instrumento de mínimas dimensiones de la familia de los alientos madera, pariente de la flauta. Boris ha llegado a ser, con el paso de los años, el único intérprete que toca a la perfección dicha nota, por lo que se le ha llegado a conocer con justeza como “el hombre de una sola nota”.
En la cúspide de esta fama bien ganada, Boris entra en una crisis existencial que trastorna otros aspectos de su vida además de que le impide tocar e interpretar correctamente el sonido agudo en los compases finales de la obra programática. La toca desafinada, un cuarto de tono abajo que apenas él puede percibir merced al volumen sonoro y percutivo que sucede a dicha nota, ocultando al público el yerro y el defecto con que se emite esa solitaria nota. Boris lo sabe y esa sombra que se cierne sobre él lo enfrenta ante un panorama indeseable en su vida como picolista célebre.
El cuento de Morábito plantea, entre otros aspectos de variada índole, la dificultad y los entresijos de la esencia de lo que es la interpretación musical: ese conjunto de escalones por el que se asciende a las alturas y por la que un músico de carrera transita todos los años de su vida como tal. Pero también es una parodia sobre los límites, que se antojan inalcanzables, de la perfección en la ejecución, como del hecho irrisorio de que ésta pueda centrarse en la emisión de una sola nota y que todo el peso de una obra descanse en ella.
Dos aspectos generales preocupan y ocupan al intérprete musical en el trayecto de su consolidación: la técnica y la interpretación. La primera consiste en el laborioso y fatigante proceso mediante el cual el músico adquiere y desarrolla habilidades para dominar su instrumento: agilidad, precisión, fuerza, expresividad, ligereza, claridad, etc., aspectos relacionados más con la fisiología de los brazos, manos, dedos y otras zonas corporales. Esto es posible merced a la cantidad ingente de libros de técnica cuyo contenido consiste en ejercicios tales como escalas diatónicas y cromáticas, arpegios, acordes, octavas, ejercicios de expresividad básica, etc.
Por otro lado, la interpretación concierne y pertenece al ámbito de lo subjetivo, lo abstracto, atañe a zonas relacionadas con la precisión estilística, el conocimiento de los estilos musicales y el desarrollo de una “entonación interior”. La interpretación también es una técnica (techné) que permite desarrollar lo bello que habita en la pieza musical, es la sensibilidad sublimada, la capacidad musical labrada en el acto de hacer mucha música, de la lectura incansable de partituras, de la audición y visión en vivo de solistas, conjuntos de cámara y orquestales.
Interpretar es analizar, descifrar, traducir, glosar y desentrañar la esencia de la obra, valiéndose de la técnica adquirida, desarrollada y fortalecida, además de todo ese cúmulo de indicaciones escritas y añadidas por el compositor en la partitura. Muchos compositores fueron más allá del hecho de plasmar entre el pentagrama y las notas indicaciones que orientan al intérprete sobre la agógica (carácter) de la obra. Muchas de las indicaciones son un dechado de ingenio literario que valdría la pena comentar en un próximo Atril. A partir de Beethoven, Schumann y Brahms, pasando por Satie, Poulenc, Stravinsky y Messiaen, la interpretación musical es más parecida a una búsqueda del “tesoro escondido” que un periplo circunscrito al ámbito meramente sonoro.
CODA
“El volumen del piano debería alcanzar desde el susurro hasta el grito. (...), se tiene que poder alcanzar brillantez sonora en el registro medio superior, también en pasajes rápidos y en trinos, sin tener que hacer un esfuerzo paralizador”. Alfred Brendel (hablando sobre la interpretación de la Sonata Waldstein de Beethoven). Sobre la música. Ensayos completos y conferencias. Acantilado, 2016.