La razón de la existencia
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Un día como hoy, pero de 1556, muere Iñigo López de Oñaz y Loyola, mejor conocido como Ignacio de Loyola, soldado y sacerdote español fundador de la Compañía de Jesús, a cuyos miembros se les reconoce como jesuitas.
Ignacio fue impulsor de la contrarreforma que, junto con Santa Teresa, representó el puente entre la Iglesia y la modernidad naciente.
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El legado de la obra de Loyola es impresionante; de hecho, Peter Drucker, en uno de sus libros, afirma que el enfoque de los jesuitas en la educación y en el servicio y su capacidad para adaptarse y sobrevivir a lo largo de los siglos representa la “primera empresa multinacional”, pues fueron capaces de mantener su identidad y propósito, gracias a la actualización de sus métodos para enfrentar los desafíos cambiantes del mundo.
FÁBULA
Existe una fábula india, que bien pudiese ajustarse a la vida de Ignacio: “Había un ratón que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo al gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió... en un gato. Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador. Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole: ‘Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón’”.
El corazón de las personas resguarda el tamaño de la vocación de su vida, eso que lo inspirará a buscar lo mejor de sí y de los demás, lo que le permitirá, en cada etapa de su desarrollo, anhelar y conquistar altos ideales; ayudándolo también a no caer en las redes del pesimismo, el conformismo y la mediocridad.
Esta vocación representa el seguimiento a esa permanente y penetrante voz que reclama lo mejor de nuestra individualidad y humanidad, que exige la definición de una posición existencial y el compromiso con la vida y con el destino que se habrá de forjar a pesar de -o gracias a- las circunstancias encontradas en el camino.
El corazón del ser humano, a diferencia del corazón de ratón, también resguarda la alquimia para hacer que su poseedor nazca de nuevo, tal como le sucedió a Ignacio de Loyola.
PASO
Lo dijo Sócrates: “Conócete a ti mismo”, concepto que nos obliga a las personas a tener conciencia de nuestra propia ignorancia, para ser humildes y comprobar si acaso nuestro comportamiento es congruente con las virtudes que son fuente de toda vocación.
Para caminar en autoconocimiento, sería prudente seguir el consejo de Bernanos: “El primer paso debe darse hacia dentro y en silencio, en ese silencio interior que la juventud teme o desdeña”.
En este contexto, posiblemente, el viaje más significativo y solitario que el ser humano emprende es, precisamente, hacia su interior, hacia la profundidad de su alma, para evaluar, ponderar y reflexionar; lo que representa una travesía larga, compleja y desafiante, pero también repleta de agradables e insospechables sorpresas. Es así que existen acontecimientos que pueden provocar un segundo nacimiento; que nos pueden impulsar a convertirnos en nuevas personas.
CONVERSO
Ignacio encontró tardíamente su vocación. Todo inició cuando tenía 30 años (hasta entonces había vivido entre pasiones carnales, el desorden, las apuestas y actos “muy escandalosos”) cuando siendo soldado defendía la fortaleza de Pamplona del asedio de los franceses, quienes deseaban la soberanía de este territorio en España y fue entonces, durante esta batalla, que una bala de cañón hirió sus piernas.
La historia narra que “los huesos de la pierna se unieron, pero la pierna estaba torcida, así que hubo que volver a romperla y recomponerla. Y todo se hizo sin anestesia. Ignacio empeoró y al fin los médicos le dijeron que se preparase para morir”.
RENACER
Sin embargo, Ignacio resistió y durante su convalecencia tuvo al alcance un libro sobre la vida de Cristo y otro sobre santos, así “desesperado, Ignacio empezó a leerlos. Cuanto más leía, más se daba cuenta de que las aventuras de los santos eran dignas de fama y gloria (...) Pudo notar también, que, después de leer sobre los santos y sobre Cristo, él quedaba en paz y satisfecho (...) Esto no sólo fue el inicio de su conversión, sino también el comienzo de su discernimiento espiritual, o discernimiento de espíritus”.
Entonces emprendió un solitario viaje hacia su interior que a la postre lo convirtió en un nuevo Ignacio, exactamente cuando dejó de ser “fugitivo de su propio corazón”.
Así encontró su propósito, ese enfoque y disciplina que lo distinguieron como líder.
PILARES
Chris Lowney, en su libro “El liderazgo al estilo de los Jesuitas”, aborda las mejores prácticas de formación utilizadas por los jesuitas, las cuales les han permitido transformar al mundo mediante un liderazgo basado en la innovación, pero también asentado en enseñanzas que permanecen desde hace más de 480 años.
El autor describe los cuatro pilares en los cuales descansa el liderazgo jesuita: Conocimiento de uno mismo, que implica conocer las fortalezas y debilidades personales, sus valores, así como una visión del mundo; el ingenio para innovar constantemente, para adaptarse a un mundo cambiante, considerando que “todo el mundo será nuestro hogar”, lo que proporciona una mentalidad global; el amor que permite tratar dignamente a los semejantes y que ayuda a tener una actitud positiva y modesta ante el mundo, así es mejor actuar “con más amor que temor”; y el heroísmo que proporciona la posibilidad de fortalecerse a uno mismo y a los demás mediante el testimonio de vida. Ese heroísmo que permite “despertar grandes deseos”.
Este liderazgo se fundamenta en la autoridad moral, que es la única genuina mediante la cual las personas pueden transformar positivamente su medio ambiente inmediato, ya sea en lo laboral, social, ecológico, o en cualquier otro ámbito de la vida.
Estos pilares han permitido a los jesuitas superar innumerables escollos y reveses, hasta llegar hoy, con uno de los suyos, a la mismísima cumbre del Vaticano.
No en vano los jesuitas saben, como lo comenta Lowney, que todas las personas pueden ser líderes; que el liderazgo nace desde el alma, mediante la visión personal que determina quiénes somos, qué buscamos y qué hacemos; que el liderazgo no es un acto, sino una manera de vivir, de ser y de proceder; por tanto, “el liderazgo no es un oficio, ni una función que uno desempeña en el trabajo y luego termina cuando regresa a casa a descansar y disfrutar de la vida real. Más bien el liderazgo es la vida real del líder”.
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Finalmente -dice Lowney-, convertirse en un líder es un proceso continuo de autodesarrollo, que nunca se agota; implica estar en incesante aprendizaje, autoanálisis y reflexión para consumar el potencial de eso que “ya” somos.
Los jesuitas se han distinguido por su sabiduría y su preparación académica, pero sobre todo por su comportamiento heroico e innovador y por su capacidad no sólo para adaptarse al cambio, sino también para inventar nuevas realidades sociales.
Indudablemente, la visión y liderazgo original de Ignacio ha permitido que los jesuitas sean reconocidos en el ámbito educativo durante siglos. Incuestionablemente, una orden con visión, propósito y acción.
FIDELIDAD
Enseñanza clásica de los jesuitas es la de saber perseverar en las tareas con optimismo para “contemplar lo que se ha comenzado y morir fiel a los principios”, bueno entonces sería que, ante la propuesta jesuita, tengamos claro que todo liderazgo auténtico inicia en el corazón de las personas y se fundamenta en la humildad que otorga la sabiduría.
CUANDO...
Es lamentable que infinidad de personas, teniendo el potencial maravilloso para cambiar para bien su existencia, se conformen en tener el incambiable corazón de un ratón, porque esto significa renunciar, voluntariamente, a la posibilidad de edificar una nueva vida, basada en una alma renovada, vigorosa, innovadora y solidaria hacia el mundo y nuestros semejantes, tal como Ignacio de Loyola lo hizo cuando comprendió lo fundamental: “De qué sirve ganar el mundo, si al final se pierde el alma”; cuando nació de nuevo, después de haberse encontrado, esencialmente, con él mismo; cuando hizo de su lema “En todo amar y servir” la razón de su existencia.
cgutierrez@tec.mx
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