Las reglas del juego
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En la democracia, como en toda acción que emprenden más de dos seres humanos, es necesario ponerse de acuerdo, pero, sobre todo, es necesario respetar los acuerdos. De hecho, el arte de hacer política se recarga completamente en la capacidad de consensar. Naturalmente, en nuestro dispositivo genético no está registrado el tema de respetar lo acordado.
La dinámica de mucho de lo que hacemos se enmarca en si nos conviene o no nos conviene, y en muchas ocasiones, ni siquiera se atiende la racionalidad, el que manda es el estómago y por supuesto la utilidad que se visualiza en el horizonte. De lo acordado ni quién se acuerde. A lo mejor sí, si no nos está yendo como esperábamos.
En el ámbito político así es como han funcionado las cosas, todo se realiza en la frontera de lo legal. El doble discurso, la simulación y las medias verdades se requieren como parte de la personalidad de un político profesional. Y aunque nuestra Constitución es racionalmente, independientemente de los contextos y sus adecuaciones, de primera línea; los esfuerzos que se dan por sacarle la vuelta a lo estipulado o camuflar lo prescrito, es una práctica habitual del mexicano.
¿Determinismo biológico, ambientalismo, ADN cultural como alguien lo dijo? Lo cierto es que la idea de que “las normas se hicieron para violarse o romperse”, es lo que nos distingue y la idea original de que la ley o la norma es el garante del equilibrio social, en la práctica, no puja. El caso de la justicia vista desde la perspectiva platónica, es decir “el que cada uno haga lo que le corresponde hacer”, no representa ninguna preocupación para nadie, porque “el fin justifica los medios”.
Llegamos desde hace tiempo, al punto al que llegó Tucídides en la sociedad griega, cuando en la Guerra del Peloponeso hace una denuncia y un reclamo diciendo (...) “El significado de las palabras ya no tenía la misma relación con las cosas, sino que ellos lo cambiaban según su conveniencia. La acción temeraria se consideraba como valentía leal; la demora prudente era la excusa del cobarde; la moderación será la máscara de una debilidad indigna del hombre; conocerlo todo era no hacer nada”. En esas mismas andamos.
La Constitución y las leyes que de ella emanan, como reza el juramento que hace un gobernante al comenzar un período administrativo, en la mayoría de los que conformamos la sociedad mexicana, siempre es objeto de indiferencia, de conveniencia o de desacato. Si me viene bien la atiendo, si no, solo se trata de que nadie nos vea para así preservar la moralidad que tanto nos importa que los demás sepan que tenemos. Histórica y culturalmente, especialistas en la simulación. Por supuesto, no es ley la máxima de que “en la casa del jabonero el que no cae resbala”, pero si es muy notorio.
Una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos. Va desde pasarnos un semáforo, hasta estar haciendo una declaración en la Corte General de los Estados Unidos. Va desde la falsificación de un documento oficial hasta torcer lo estipulado y que debe respetarse en las jornadas electorales.
Con lo que hoy vivimos en dos estados y sus elecciones para gobernador, veremos cómo los partidos y ahora coaliciones se camuflarán, por ejemplo, en el marco legal establecido por el INE. Y al ritmo de que “lo que no está prohibido está permitido”, veremos los consabidos dislates de los gastos de campaña, de los ataques entre unos y otros candidatos, la compra de votos, la propaganda realizada fuera de tiempo, la publicidad engañosa, la retención de credenciales de los electores, el robo de urnas, la utilización de programas sociales que es común y que ahora lo puede ver veladamente –que es lo que los partidos en el gobierno creen– y otras tantas linduras que siguen complicando el respeto al marco normativo establecido en materia electoral.
Sería bueno recordarles a los partidos, ahora coaliciones, que la congruencia de un servidor público, de un partido político o de una coalición que pide el voto del electorado, es el mejor capital político para él mismo. Samuel Johnson que (...) “ni siquiera los propios demonios, se mienten unos a otros, pues como ninguna otra, la sociedad del infierno tampoco podría subsistir sin la verdad”.
El tema de que si los partidos políticos han faltado al respeto a su membresía tomando decisiones en la cúpula donde han orillado a sus militantes a votar por quienes ellos no quieren votar, pasa hoja, para darle paso en el Estado de México y en Coahuila a otra parte de los procesos electorales, las campañas y la elección. Y aquí, otra vez, se pone en riesgo las reglas del juego, en este caso el electoral, donde muy probablemente y fieles a su estilo los contendientes no quedarán satisfechos con los resultados.
Dejemos de complicar el ambiente. Las reglas del juego, en cualquier ámbito, en este caso el democrático, tienen que seguirse, para eso están los organismos que se han creado y luego deben de respetarse porque son los compromisos que a nombre de la sociedad se han acordado para poder vivir en paz. El problema resulta de la falta de honestidad y congruencia de los mismos políticos que tienen un tremendo esmero en transgredir y violar todo lo que huela a acuerdos y normas establecidas. En mucho aquí opera aquello de “dime cómo te comportaste en los procesos electorales y te diré quién eres”. Así las cosas.
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