Mozart, Smetana y Dvorák en el Teatro de la Ciudad, sonoridades de la música concertante, nacionalista y de Nuevo Mundo.
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La experiencia más sublime a la que puede aspirar un melómano es escuchar en vivo una obra musical, porque de esta manera se pone en contacto con la vibración pura e inmaculada del sonido emanado del instrumento, o los instrumentos, a metros de distancia. Aun en estos tiempos de tecnología digital, de plataformas musicales, de precisión en la calidad sonora, la audición digital no ha superado la dicha de escuchar la música en carne propia.
Antes del advenimiento del fonógrafo la música era conocida y escuchada en los salones de los palacios y los teatros que empezaban a albergar a las masas ávidas de la experiencia musical. Así se conoció la música de Monteverdi, Mozart, Beethoven, Wagner y Mahler. Cavilaba en ello unos minutos antes del inicio del concierto de gala que la Orquesta Filarmónica del Desierto ofreció el jueves pasado por su noveno aniversario de fundación.
El programa que presentó el conjunto orquestal coahuilense en el marco majestuoso del Teatro de la Ciudad “Fernando Soler” estuvo conformado por tres obras significativas: el Poema sinfónico “El Moldava” de Bedrich Smetana, el Concierto para violín y orquesta No. 4 en Re mayor, KV. 218 de Wolfgang Amadeus Mozart y la Sinfonía No. 9 en Mi menor, Op. 95 “Del Nuevo Mundo” de Antonín Dvorák. La solista invitada fue la maestra violinista Lilia Naydenova. Una obra del periodo clásico y dos obras del nacionalismo eslavo, dos obras de potencia y energía sonoras, una pieza concertante de equilibrio y transparencia apolíneas.
El nacionalismo musical irrumpió con fuerza, aunque tardíamente, en el siglo 19, en los países eslavos, principalmente. Conocido de muchos es el “Grupo del puño cerrado”, conformado por cinco compositores nacidos en la Rusia zarista, cuyo influjo fue decisivo en la música de Occidente en los albores del siglo 20. Pero cuatro décadas antes de la aparición de los rusos encabezados por el gran orquestador Nikolai Rimski-Korsakov, ya se había manifestado con inusitada fuerza la obra nacionalista del bohemo Bedrich Smetana (1824-1884), nacido en Litomysl, actualmente ubicada en la República Checa. Smetana fue el primer compositor que apeló a la canción popular bohemia y la usó como base de su música. En su madurez compuso un ciclo de seis poemas sinfónicos (1874-1879) titulado Ma Vlast (Mi Patria), con mucho la obra más popular de este autor.
La segunda pieza de este ciclo es Vtlava, (El Moldava), el río caudaloso que baña la campiña bohema, Smetana utiliza el figuralismo para describir y evocar los paisajes de Bohemia, su patria chica. Desde esta primera pieza orquestal con la que abrió el programa la OFDC, apreciamos en ella la solidez del fraseo, la plasticidad sonora distribuida en las secciones de la orquesta y un lirismo cálido que el maestro Natanael Espinoza logró trabajar y expresar en el conjunto orquestal. La energía de las cuerdas lució en los pasajes de figuraciones rápidas, con un balance rítmico notable, parejo y luminoso en el clímax del poema sinfónico.
La segunda pieza del programa fue el Concierto para violín y orquesta No. 4 en Re mayor de Mozart, obra que compuso el genio salzburgués en 1775, a los 19 años. Además de virtuoso del piano, no debemos olvidar que Mozart también lo fue de la viola y el violín. Para este último instrumento compuso cinco conciertos, todos en el año 1775, en los que plasma su buen conocimiento del estilo melódico y gracioso de la escuela italiana, aunque la huella de su propio estilo se deja sentir especialmente en la organización de los temas y las secciones, y en la sabiduría de su plan armónico y modulatorio. Si bien por su carácter más superficial son menos interesantes que los de piano, constituyen un buen exponente de la elegancia y la belleza del estilo galante, así como del ambiente estético en que se desenvolvía la vida musical en Salzburgo, donde fueron compuestos. La violinista búlgara, avecindada en nuestro país desde hace 30 años, Lilia Naydenova (quien es, también, la concertino de la orquesta), hizo gala de su solvencia técnica y expresividad musical, apuntalada por la orquesta bajo la batuta de su director artístico, Natanael Espinoza. Tanto Naydenova, como Espinoza, lograron un diálogo mesurado, en el que la orquesta lució su madurez a nueve años de su primera presentación.
En la última obra, después del intermedio, el público gozó de una potente y enérgica demostración del nivel virtuosístico al que ha arribado el conjunto orquestal coahuilense. Finalizaron con la interpretación de la Sinfonía No. 9 en Mi menor “Del Nuevo Mundo” (1893), del checo Antonín Dvorák (1841-1904) un verdadero tour de force. Compuesta durante la estadía de Dvorák de cuatro años en tierra norteamericana, la novena sinfonía es un referente obligado en el repertorio de toda orquesta sinfónica, por su estructura y su virtuosismo y lirismo demandantes. La versión que nos ofreció la OFDC en su concierto de gala, fue un aldabonazo sonoro en el que pudimos apreciar el equilibrio interpretativo distribuido en todas las secciones de la orquesta, en las que sobresalieron los metales bien templados, el categórico fraseo de las cuerdas y el colorido percutivo de los timbales, toda esta animación orquestal gobernada por la batuta precisa de Espinoza.
CODA
“No se extrañe usted de que sea tan piadoso porque el artista que no lo es, no consigue absolutamente nada. ¿Bach, Beethoven, Rafael, no son suficientes ejemplos?” Dvorák.