Albergue para la fe

Politicón
/ 20 marzo 2021

De 1926 a 1929 los templos católicos permanecieron cerrados y vacíos. Fueron tres años sin misas, liturgias, sin culto ni fieles que oraban y cantaban en comunidades fervorosas, creyentes, leales. Los días previos al cierre de las puertas de esos lugares sagrados, eran incontenibles las multitudes que los inundaban buscando bendiciones, confesionarios y comuniones.

Experimentaron la realidad de la frase tan repetida: “Nadie sabe el valor de lo que tiene hasta que lo pierde”. Se dieron cuenta de que el acceso al templo no era solamente una rutina o una obligación, era algo mucho más significativo para su vida. Algo tan antiguo como su historia personal y tan nutritivo como el pan gratuito de cada día. Simultaneamente descubrieron que “no sólo de pan vive el hombre”, sino de la palabra que alimenta el espíritu, lo invisible que radica en el interior de todo ser humano.

Pasaron los días y los meses de templos cerrados como monumentos de museo. La inconformidad se volvió una costumbre silenciosa pero su energía brotó en manantiales diferentes, nuevos y sobre todo personales. La fuerza de la fe ya no dependía exclusivamente del templo y sus ritos, de la obligación con sus amenazas inconscientes, ahora dependía de la respuesta personal a las creencias, a su fe personal.

Desde hace un año nos encontramos en unas condiciones semejantes: los templos están cerrados y vacíos. Las asambleas y reuniones religiosas en las que se comparte el pan de la fe y del espíritu están restringidas porque aunque alimentan el amor y la colaboración, también contagian enfermedad y muerte.

La pandemia que ha confinado los caudales ordinarios de la energía de la fe, ha provocado el surgimiento de manantiales subterráneos como el tomar conciencia de la fragilidad humana propia y ajena, la compasión y la solidaridad a veces heroica en las clínicas y hospitales, y cotidiana, servicial, acomedida, desinteresada. Una fe discreta, sonriente, bondadosa que no aparece en ningún “credo”, pero se asoma en cada frase del Evangelio.

Las creencias mecánicas, impersonales y rutinarias han sufrido una transformación. Van haciéndose conscientes y libremente responsables. Sus exigencias nacen del interior de cada quien, son motivantes de su amor y servicio en la medida en que cada quien decida aceptar en su templo la presencia de su espíritu.

El COVID-19 ha provocado que cada ser humano vaya descubriendo que su cuerpo es un albergue y no solamente un organismo compuesto de un sistema eléctrico, un laboratorio bioquímico, un procesador de alimentos y un sistema de cañerías.

Su templo personal es su albergue de ideas e ilusiones, de convicciones y pasiones, de ternuras y audacias, de confianzas y temores, fantasías, incógnitas y dilemas, y de amores y esperanzas que integran su espíritu. 

A pesar del confinamiento, cada uno tenemos un templo que no está vacío, lo llena su espíritu y sus manantiales.

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