Biopsia

Politicón
/ 30 diciembre 2016

Nos hallábamos 10 ó 12 personas alrededor de la mesa de novedades de una librería, cuando sonó un celular y todo el mundo se echó las manos al bolsillo, como si el primero en desenfundar lograra hacerse con la llamada, que finalmente era para un joven que tras observar la pantalla con expresión de hastío, resolvió no atenderla. Terminé de hojear los libros, pero una voz interior me ordenó que no me moviera hasta que sonara otro teléfono cuya llamada fuera atendida por su dueño. En caso contrario, ocurriría una desgracia. Como no sonaba ninguno, empecé a leer pacientemente los textos de las contraportadas. Había despachado dos o tres, que me parecieron escritos por la misma pluma, cuando sonó otro celular, en esta ocasión el mío, por lo que dudé si la llamada me liberaba o no de la condena. Decidí que no, por precaución, y seguí dando vueltas a la mesa de novedades, picoteando ahora unas páginas de una novela, otras de otra, también muy parecidas entre sí.

Cada vez que obedeciendo a un impulso de la razón me alejaba un poco de la mesa, notaba en el pecho un nudo de angustia que me obligaba a regresar. Al rato, se acercó un empleado a preguntarme si buscaba algo. Le dije que sí, que una frase. El hombre, al ver mi expresión de pánico, se retiró prudentemente, pero continuó observándome desde la caja. Pasó un cuarto de hora eterno hasta que por fin sonó el teléfono de una mujer de unos 40 años que se encontraba a mi lado. Lo descolgó, escuchó, soltó un suspiro de alivio y colgó. Luego se volvió hacia mí, sin duda porque era la persona que tenía más cerca, y me dijo que acababan de darle los resultados de la biopsia y que el tumor era benigno. Las voces saben lo que dicen. Mi sacrificio había tenido su recompensa.

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