Crisis de oferta en pandemia; para resolver un problema, primero hay que reconocerlo
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Las crisis económicas global y mexicana detonadas por el coronavirus resultan de factores de demanda y de oferta. El colapso de la demanda ha acaparado los diagnósticos y las prescripciones de política. Keynes resucitó con gran vitalidad. En todas las economías se debate el papel que debe desempeñar el gobierno, en coordinación con el sistema financiero, para aminorar la contracción de la demanda, preservar empleos, y apoyar a las empresas.
Es de notar que el análisis del impacto de la crisis sanitaria sobre la oferta agregada es escaso e incompleto. De toda crisis emergen agentes ganadores y perdedores. Estos primeros agotan su capacidad para ajustarse a las nuevas condiciones modificando acuerdos y contratos de sus operaciones corrientes; sólo después, recurren a compensaciones con activos. A diferencia de una guerra, en esta crisis la destrucción de activos físicos será limitada (vías de comunicación, equipos, inmuebles,... permanecerán), pero no así la de "otros activos" esenciales para que la economía funcione. Los que surgen de manera preeminente son los que permiten el funcionamiento de las instituciones económicas: i) confianza, ii) derechos de propiedad, iii) actividades financieras, iv) relaciones con proveedores y clientes, y, v) capital humano.
Sin confianza no hay sociedad que funcione. Nadie, en especial el gobierno, está exento de la prueba de la confianza, que a su vez debe basarse en argumentaciones fundadas y lógicas. La confianza de todos y cada uno para con todos y cada uno, se plasma en los pactos sociales.
Esa confianza antecede la definición de los derechos y obligaciones de los ciudadanos; de particular relevancia en esta crisis son los derechos de propiedad. Si éstos se violan sería imposible realizar transacciones de toda índole.
Las economías modernas, donde interactúan e intercambian innumerables agentes, no existirían sin mecanismos que pongan en contacto a aquellos que necesitan recursos para consumir o invertir con los que ahorran, pues han decidido posponer su consumo. Esas son las funciones esenciales del sistema financiero, además del registro de casi todas las transacciones, lo que proporciona sustento al sistema de pagos. Por eso, el sistema financiero constituye uno de los activos más importantes, por lo que en crisis debe preservarse y utilizarse en apoyo de los agentes económicos.
Toda crisis puede poner en riesgo dos activos fundamentales: las relaciones de las empresas con sus proveedores y con sus clientes. Se trata de un entramado muy grueso, y a su vez frágil. Las crisis ponen en riesgo las cadenas productivas, pues la ruptura de algún eslabón, por ejemplo por impago, pone en riesgo múltiples actividades. Esos activos sí están en riesgo hoy por la escasa liquidez.
El capital humano, el activo más importante de toda economía, es portador del conocimiento acumulado. La crisis actual presenta el riesgo de destruir parte de éste. En México, donde no hay seguro de desempleo, los contratos laborales implícitos dan preferencia a preservar el empleo sobre el salario real. Las empresas desean conservar a su personal pues representa una gran inversión de lenta reposición. Pero para eso requieren oxígeno financiero. Es un tema que da para mucho más.
Sorprende cómo el debate de la política frente a la crisis responde directamente a la visión que tienen sus interlocutores sobre la propia crisis. Quienes dan preeminencia a los aspectos de demanda favorecen mayor gasto e inversiones públicas, con la idea de que atenuarán la contracción de la demanda y, sólo con esto, la crisis misma. Quienes señalan la gravedad de la crisis de oferta ponen énfasis en intervenciones gubernamentales extraordinarias, que eviten precisamente la destrucción de activos institucionales y permitan la continuidad operativa de la economía.
Es una verdad bien conocida que, para resolver un problema, primero hay que conocerlo y reconocerlo. México hoy todavía no cuenta con un diagnóstico certero e integral, que cuente con el consenso mínimo para fincar sobre éste una estrategia efectiva. El país requiere y exige mejores liderazgos.