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¿Qué nuevas formas de organización facilitan la integración de nuestras sociedades, cada vez más diversas y fluidas? ¿Y qué formas de resistencia civil debemos adoptar frente a Gobiernos que nos dividen, e infunden terror en los grupos más vulnerables? Son preguntas clave de nuestros tiempos.
Desde 2015 coordino una pequeña organización estudiantil en la Universidad de Hofstra, Nueva York. Nos llamamos La TIIA (por sus siglas en inglés, Asociación para la Integración de Adolescentes Inmigrantes). Nuestra aspiración, modesta pero concreta, es facilitar el proceso de integración en Estados Unidos de adolescentes refugiados de Centroamérica. Cuando fundamos la TIIA, un año antes de la fundación de Trumplandia, éramos sólo 10 alumnos y yo, sin un centavo, sin apoyo. Teníamos ganas de hacer algo, pero ni idea de cómo hacerlo. La pregunta que nos hacíamos: ¿cómo organizarnos? La pregunta se volvió más urgente cuando el país pasó a manos de un cretino cuya única agenda es proteger sus intereses, mientras violenta los derechos de las minorías y le da plataforma a un número abrumador de personas para mostrar su odio contra ellas.
Un día, la activista y escritora Nimmi Gowrinathan visitó una de las reuniones de la TIIA. Le preguntamos sobre la mejor forma de organizarnos y resistir. Su respuesta: la estructura interna de cualquier organización civil, dijo, tiene que ser un reflejo de nuestras aspiraciones más amplias de organización social y política.
¿Queremos que las voces ciudadanas se escuchen? Entonces, hay que escuchar antes de hablar. (Las marchas callejeras sirven, y mucho, pero tienen un límite, y más da el que le pregunta al otro qué necesita que el que le exige cosas a papá Gobierno en eslóganes y cartulinas). ¿Queremos un mundo más integrado y horizontal? Entonces, necesitamos una forma de organización que no distinga entre quienes dan y quienes reciben. (Quizás el mayor “servicio” sea una forma de intercambio, con distribución equitativa de responsabilidades y poderes).
Hoy, la TIIA tiene decenas de donadores, apoyo, y más de 50 integrantes –adolescentes, niños, profes, activistas–, todos intercambiando experiencias de forma caótica, tentativa, plena y hermosa. Los universitarios enseñan inglés a los chicos refugiados, y estos les enseñan español a ellos, por ejemplo. Nos seguimos preguntando, a diario: ¿cómo organizarnos, cómo resistir? Sólo esto está claro: recordando que nuestras relaciones cotidianas y acciones diarias prefiguran el mundo en que vamos a vivir.