Había una vez una Constitución que se esfumó

Politicón
/ 18 abril 2016

Había una vez una ciudad que soñó que a través de una Constitución podría reinventarse, pero el intento quedó diluido en una asfixiante columna de humo. 

Éste podría ser el cuento de nuestra ciudad que constata cómo su intento por repensarse está vampirizado por el grave problema ambiental que vivimos. Hay que decirlo con todas las letras, esta inversión de prioridades es una desgracia. 

Cuando deberíamos estar en pleno debate sobre las opciones de la carta constitucional y los perfiles de quienes integran la Constituyente (no olvidemos que la vamos a elegir en junio) el debate capitalino está enfocado en la crisis de ozono. Lo peor es que esta situación no es producto de una catástrofe natural o un fenómeno inesperado, como la erupción de un volcán, que explicaría la súbita desatención al tema constitucional. La tragedia es el resultado de una combinación de incapacidad de tomar decisiones oportunas, de crear un transporte público eficiente, una pésima planeación urbana y mucha corrupción. 

En esta circunstancia no cabe jugar al sorprendido, ni mucho menos al descolocado, todo lo que ocurre en la capital sabíamos perfectamente que iba a ocurrir. 

Quienes toman las decisiones sabían que el futuro nos iba a alcanzar, pero apostaron por la resiliencia de sus habitantes y por despreciar las críticas de quienes fueron paso a paso advirtiendo que estábamos jugando en la línea. La sensación de agobio que hoy tenemos desalienta la reflexión de largo plazo al ver que ni siquiera los problemas de intendencia y coordinación entre las propias agencias del Gobierno están resueltas. Se repite la típica fuga hacia adelante de llamar expertos para que te digan lo que hay que hacer y se invoca la salud de los ciudadanos para justificar un galimatías largamente incubado. Llamar a los científicos para legitimar decisiones aplazadas inspira piedad más que indignación. 

Un gobernante avezado no tendría más que leer el informe que el Centro Mario Molina le remitió hace algunos meses y tratar de coordinar a los distintos brazos de la administración para evitar que la ciudad se siga extendiendo indefinidamente, ordenaría que tuviésemos información oportuna con encuestas actualizadas del origen y destino de los viajes. De esa manera podríamos salir del absurdo debate de que el Metrobús (que es una magnífica idea) o las ciclopistas no resuelven ni siquiera el 6% de las necesidades de los habitantes de la capital. Resulta impreciso, por no decir impertinente, señalarlos como la solución cuando claramente hay que resolver lo principal. El papa Francisco decía en su encíclica Laudato si’, que el transporte en las grandes ciudades es un asunto relacionado con los derechos fundamentales de los ciudadanos y una pieza clave para la conservación del medio ambiente. En esta ciudad, la mayor parte de los residentes no tenemos acceso a un transporte de esas características, por tanto es inútil que nos lo estén recordando a quienes no vivimos en la Roma o la Condesa, en el Parque Hundido o San Ángel. 

Siguiendo con las metáforas papales, la Ciudad de México es un hospital de campaña en donde resulta inapropiado revisar el colesterol cuando se deben curar heridas graves que los sucesivos gobiernos de la democracia se han encargado de eludir. A esta ciudad le urge una empresa metropolitana de transporte que garantice movilidad y emisiones bajas a un costo razonable. 

No veo cosa más importante en los tiempos que corren y segundo, una autoridad técnica que ponga fin al juego especulativo que ahoga esta ciudad. No soy ingenuo, sé que los desarrolladores han capturado a los partidos y a los gobiernos y que la privatización del transporte público les permite a los mismos partidos reproducir sus clientelas, pero ahí están los dos temas centrales de una ciudad que ha sido incapaz (a pesar de tener gobiernos abrumadoramente mayoritarios) de tomar decisiones de fondo para atender la problemática y darnos viabilidad. 

No sé si en este contexto de difuminación del debate constitucional, por los sofocos y las urgencias que la contingencia nos ha planteado, alguien se atreva a tomar el toro por los cuernos.

TEMAS

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM